miércoles, 28 de septiembre de 2016

Sobre la paz

Sin ánimos de iniciar un debate político, me gustaría mencionar que gane la opinión que gane en la próximas elecciones del 2 de octubre, no conoceremos la tan anhelada ilusión de la paz que tanto se está promocionando y a la cual se está atacando con tanto fervor. Olvidamos quizá que se vota sobre un documento, no sobre la idea de la paz ni el concepto de la misma; los medios de comunicación se han encargado de distorsionar el mensaje de una manera descarada, y muchos de los que votarán esa mañana lo harán con una idea difusa de lo que un “sí” o un “no” representa. Los unos le temen a que la guerra llegue a sus casas, mientras los otros quieren que en sus casas se acabe la guerra. Ambas opiniones políticas recurren a lo común, a lo legal; como lo es la publicidad en las calles que llena postes, puentes, puertas y ventanas de automóviles que desfilan por las calles pregonando sus ideas. También, claro, recurren a métodos menos ortodoxos, menos comunes en un ámbito tan serio. Por parte del sí, la amenaza de una guerra urbana no puede ser un mecanismo de presión. Por parte del no, afirmar cosas que se desmienten al leer el documento es simplemente ilógico. A causa de movidas sucias como estas, se está confundiendo el destino del conflicto contra UNA guerrilla con algo distinto, algo más complejo como lo es la paz que tanto ha anhelado este país, que tanto necesita para avanzar. No hay mucho que hacer a estas alturas, considerando que toda la pompa que se le ha dado al plebiscito ya ha vendido una idea; ya se ha creado un estereotipo de algo que no conoceremos por lo pronto. Nos falta mucho para la paz, pero nos han dicho que votaremos por ella.

martes, 27 de septiembre de 2016

Mariposas

Quien público esta imagen invitaba a escribir una corta historia de ella, y qué mejor excusa para abrir la puerta al mundo de la fantasía. Es un reto agradable, una actividad interesante que lleva a las fotografías en mi galería a un nuevo plano, a una nueva manera de verlas y de sumergirme en sus colores, en sus trazos, en sus formas. Un poco de literatura a la media noche, y el deseo de intentarlo de nuevo.

La oscuridad en la mitad del día es posible, es realmente posible si se camina bajo los árboles, si las hojas y las ramas y las aves paradas en ellas cubren el sol sumiendo al mundo bajo sus formas en una relativa oscuridad, en un tono tenue de la luz del día. Ella estaba allí, en la mitad de la nada, buscando la salida del inmenso bosque al que había entrado por cuestiones del azar, persiguiendo hadas y jugando a ser como ellas; olvidando por un momento que aquellos cuentos de su niñez se habían acabado. 21, trabajo, universidad, su madre y su gata en casa… No era momento de tonterías, pero algunos impulsos son más fuertes que la voluntad, más fuertes que cualquier convicción. A causa de esto, ahora estaba perdida, y por más que detestara la idea de que no sabía cómo salir, le generaba cierto agrado la idea de estar lejos de la realidad, lejos de las responsabilidades, lejos del mundo a su alrededor. Quería escapar de lo que había dejado tras el laberinto de árboles, así fuera por un corto lapso de tiempo, no había razón para correr si todavía había luz del día. Era medio día, un viernes de mayo, podía tomarse algunos minutos de esta experiencia para disfrutarla. Estando rodeada de nada más que árboles, de nada más que el ruido de las hojas sacudiéndose y el ocasional canto de las aves; el aire puro entrando a sus pulmones se llevaba todo, todo el deseo de salir.

Decidió sentarse sobre la hierba que crecía junto a un gran árbol de tronco oscuro, de ramas gigantes y hojas verdosas que caían cuando el viento las sacudía; presas de la gravedad. Estas caían sobre su cabello, y ella parecía no notarlo. Tenía su mirada fija en una dirección, pero al percatarse de la situación a su alrededor, sacudió la cabeza y tomó una hoja entre sus manos. Pronto su forma parecía cambiar, parecía transformarse por completo. Los vivos colores y las delicadas formas de una mariposa surgieron de sus manos, revoloteando por las ramas y luego sobre su cabeza, yendo y volviendo, yendo y volviendo. Era la mariposa que había seguido al entrar al bosque, la misma mariposa que había visto fuera de su ventana y que había seguido por todo el jardín, por toda la calle, por toda la manzana y por todo el laberinto en el que ahora se encontraba sin saber cómo salir. Sintió deseos de jugar con ella como lo hizo anteriormente, pero no quería ponerse de pie, no quería seguirla pues ya lo había hecho y el resultado no había sido exactamente bueno. No era una perdida tampoco, disfrutaba de ese momento como nada en el mundo porque era su mundo, al que había entrado por cuestiones del azar.

Creía delirar por el hambre y la sed, no podía adjudicar otra explicación a la reciente metamorfosis que acababa de presenciar, que acababa de tener contacto con su piel, con sus finos y largos dedos acabados en esmalte rojo y negro. Tomó una botella de su mochila y bebió largos sorbos mientras mantenía la mirada fija en la mariposa, que seguía revoloteando de un lado a otro sin mostrar intenciones de salir, de alejarse de la chica que yacía sentada junto al árbol que continuaba dejando caer sus hojas verdosas por todo el lugar. Al tomar una rebanada de pan de su mochila y darle una mordida, notó como la mariposa se acercaba a ella, como parecía haberse decidido a llamar su atención, a revolotear a su alrededor sin cesar para luego detenerse en su cabeza y agitar sus alas una, dos, tres veces. La mariposa se quedó estática, y dejaron de caer hojas. Las que estaban en el suelo parecían agitarse, sacudirse; todas ellas parecían sufrir aquella metamorfosis, pero ninguna levantaba el vuelo, todas se quedaban en el suelo y caminaban, caminaban en una misma dirección formando una línea, un sendero. La mariposa que se encontraba sobre los rizos castaños de su cabello también bajó al suelo, y se unió a la línea con sus demás compañeras. Ella soltó la botella, no creía lo que veía y juzgaba al líquido que había bebido como si fuera algo más que agua, como si hubiese olvidado lo que empacó en la mañana.

Con mucha dificultad, se puso de pie y guardó todo en su mochila nuevamente. Miraba a las mariposas en el suelo y notaba como brillaban, como destacaban en el suelo más que antes, más que hace solo unos segundos. Las mariposas no brillan, es el agua, es el pan, es el aislamiento momentáneo, se enloquece en cinco minutos si se está completamente solo, pero nada de esto es real, son solo delirios de niña; por jugar como niña estaba allí. No perdía nada, ya estaba perdida. Si era una locura, la llevaría hasta el final. Decidió seguirlas, seguir el camino que ya con desespero trataban de plantearle. Este brillaba, realmente brillaba. Ella se sacudía los ojos y trataba de ignorar se detalle mientras avanzaba sin detenerse. Al cabo de unos segundos de marcha pudo notar más claridad sobre su cabeza, zonas despejadas en el cielo donde la luz del sol parecía indicar la próxima salida. Esperanza, era lo único que podía tener mientras seguía a las mariposas como si fuesen su salida, su libertad. ¿Y no era ya libre corriendo tras ellas? Sin pertenecer al mundo más que a los árboles, y a las mariposas y a las hojas verdosas que caían sobre su cabeza; no podía ser más libre que en ese momento.

Después de algunos minutos de caminata, la hierba aplastada y los arboles cortados bajo sus pies se convertían paulatinamente en un sendero que, al final, brillaba por a luz del medio día, la luz del mundo exterior. Las mariposas detuvieron su marcha y levantaron vuelo, sin detenerse, sin volver atrás y ella, confundida, se quedó estática sin decidirse a perseguirlas o a solo salir del bosque, a solo volver al mundo real. Solo una mariposa se quedó, para posarse en su cabello nuevamente y alejarse volando lentamente, quizá despidiéndose de la única que la había perseguido hasta entrar al bosque. Ella no era una niña, y sabía que debía volver. Retomó la marcha lentamente, mientras trataba de memorizar cada árbol, cada rama; como si temiera que fuera a desaparecer ese lugar, como si quisiera dejar grabada una imagen imborrable en su cabeza. La luz al final del sendero se hacía más grande, pronto volvería a casa y le diría a su madre que había visto cientos de hadas, y ella no le creería y acariciaría su cabello y se quedarían dormidas abrazando a su gata, hablando de la magia y de épocas más gratas, más niñas, donde hablar de hadas era más que una tarea de soñar, sino de creer de verdad. Y ella creía en la hadas…

Y no dejaría de hacerlo al salir del bosque.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Autobús nocturno

Una noche en el transporte público, un encuentro con caras agotadas, amargadas, aburridas; todas ellas deseosas de volver a casa a reunirse con su familia, a disfrutar de una cena caliente o simplemente a hacer lo que sea que nuestra condición humana pueda considerar como satisfactorio un lunes a las siete. El fin del comienzo de la semana puede parecer más eterno que cualquier domingo, volver a la rutina después de desconectarse brevemente puede costar un poco de trabajo que se refleja en las manos crispadas de las personas a mi alrededor, en las bolsas de sus ojos y en su constante necesidad de revisar su celular cada dos minutos, esperando algún mensaje o solo consultando la hora, contando otro minuto dentro de un lugar en el que todos entramos por simple necesidad. Sueño con poder ir a todos lados en mi bicicleta sin el temor a un robo, sueño con poder ir a todos lados en mi bicicleta sin tener que evitar a toda costa conductores inescrupulosos que controlan la vía, creyéndose dueños de ella y llevando a muchos de nosotros a situaciones críticas; una mezcla de irresponsabilidades que hasta suena tentadora en comparación del autobús. Aquí me encuentro, una noche como cualquiera en un autobús cualquiera a un destino cualquiera. Tan ido, tan ensimismado que apenas noto como las estaciones pasan, como las calles cambian mientras el autobús se mueve y las caras largas se bajan una a una, dos a dos, entran caras también amargas y algunas felices; estudiantes, jóvenes, quizá apartados del mundo de los anteriores a ellos en este lugar... y la sonrisa vuelve, la alegría vuelve. Las caras innecesarias se bajan y lo que queda es mi compañía, cualquier motivo de alegría que me haga olvidar lo pesado del día. Que grato es seguir el viaje con las personas indicadas.

domingo, 25 de septiembre de 2016

Fuera de casa

Hace mucho no escribía fuera de casa, había olvidado la sensación del viento en mi cara mientras trataba de despejar las ideas que caían en desorden; una especie de canal para unirlas con coherencia, un poco de orden dentro del caos que reinaba en ese momento. El ruido, las voces, los motores, historias por todas partes mientras que debo enfocarme en una.  Es una tarea que requiere de paciencia, de borrar constantemente después de creer que se ha hecho algo bueno, recordar con humildad que hay días de días y que la práctica y el constante deseo de mejorar deben ser la verdadera motivación, más allá de 30 segundos de aprecio. He borrado estas líneas tantas veces que quizá podría escribir una historia con todos esos retazos, con todos los fragmentos incompletos; retazos inútiles, ya olvidados que no necesitan volver a leerse, volver a repetirse. Hay páginas que no me gustaría volver a leer y, después de un día largo dando vueltas por la ciudad en mi bicicleta, he podido arrojarlas, olvidarlas por completo. No necesito historias incompletas, y que bueno es haberlas acabado aquí, fuera de casa, con el frío en mis manos y el deseo de quedarme más horas a escribir en la oscuridad.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Audífonos

Creo que he mencionado en varias notas pasadas el grado de relevancia que tienen los audífonos en mi vida. El solo hecho de poder desconectarme de todo al ritmo de la música que más me gusta es en sí una razón de peso, un argumento válido para defender mi posición. He andado casi un mes sin ellos y los efectos de estar apartado de la música en el día me llevan a las tardes en mi habitación con el equipo a todo volumen; encerrado en un mundo propio donde todo parece tener sentido, donde el tiempo mismo parece detenerse en actividades que ocupan mi tiempo, que agotan mi energía y me envían a la cama a las 2 de la mañana; un insomnio agradable de pensamientos limpios, creativos y no destructivos; una verdadera razón para estar despierto. Mientras el mundo a mi alrededor guarda silencio en mis oídos la música no se detiene, es cuando todos duermen mi mejor momento para estar despierto. El silencio del día se compensa en la noche, el descubrir nuevas canciones se realiza en plena oscuridad; opacar los demás sentidos resulta útil para el oído y para perderse en una melodía se necesita tener los ojos cerrados. Tanto he aprendido en solo un mes, la necesidad de momentos de silencio para valorar aquellos que tienen un ritmo, la necesidad de la calma para el estrépito en mis tímpanos, aquel estrépito que mueve mi cuerpo, que me motiva a caminar por lugares desconocidos, volverlos conocidos, parte de mi entorno, de mi vida y de mis historias. Una melodía por cada paseo por el parque, una nueva página por cada día vivido.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Cascarón

Era necesario sacar la basura para estar tranquilo, pensar en el presente y no en los fantasmas de pasado o las nubes del futuro. Ahora, con la cabeza un poco más limpia, puedo ver los problemas que me asediaban y, fuera de la preocupación momentánea, son tan diminutos que me sorprende la rapidez con la que la desesperanza y el miedo pueden sumir a una persona en un letargo lamentable si varias ideas negativas abordan su cabeza, si todo a su alrededor parece invitarlo a rendirse cuando el camino apenas está comenzando. No volver a caer en ello, saberse levantar cuando es debido, son lecciones que me deja no la vida, sino el tiempo mismo, mi reflejo mismo. Puedo tomarme de ejemplo para recordar los errores que no debo volver a cometer, dejar atrás las cosas que me estancan y salir de la corriente, crear un camino nuevo para lo que deseo alcanzar; quemar las cosas del pasado y quitar todo lo que sobre, el cascarón de una persona corroída por sus propias emociones, todo ello puede ser arrancado sin demora. No siendo un artista, decidí dibujar una representación de mis palabras, la salida del cascarón del que hablo para ponerlo en mi pared y recordarlo cada mañana. Otro de los tantos recordatorios aleatorios que me acompañan a lo largo del día, otra nota silenciosa para crecer un poco más.


martes, 20 de septiembre de 2016

A flote

Desde muy pequeño me resistí a apartarme de la orilla. Aprendí a hacerlo, a mantenerme en la zona segura, en la superficie que pudieran tocar mis pies y ni un paso más allá; el temor a no poder mantenerme a flote, a hundirme hasta el fondo, era lo que me hacía salir del agua. Pasaron los años sin saber nadar, claro, era curioso cómo me limitaba a ver a los demás y no animarme a hacerlo, como me contentaba con mover mis pies y generar pequeñas olas, la zona segura era solo un muro de ladrillos frente al panorama, la idea de estar a salvo era todo lo que necesitaba. Llega un momento en el que los principios más básicos necesitan ser cuestionados, se necesita un poco de fuerza para salir del carril y detenerse a ver lo que sucede, a considerar si lo que ha sucedido ha sido lo más conveniente y cambiar lo que más convenga. A veces no necesitamos un empujón, ni un salto al vacío esperando que la naturaleza y el instinto hagan su magia; a veces solo necesitamos a una persona que nos espere al otro lado del canal que los separa. Un sentimiento puede opacar un estímulo natural, una persona puede cambiar el escenario y volver de nadar una actividad sencilla, una que puedo mejorar con el tiempo. Recuerdo los primeros metros que recorrí dentro del agua hace solo dos meses; la sensación de haber ahogado el miedo, haberlo dejado en el fondo de mi cabeza para concentrarme en llegar a donde quería llegar, a donde la razón de tan repentina valentía esperaba. Hablo de nadar como una gran hazaña aunque sea extraño que, a mi edad, no supiera hacerlo; sin embargo hablo de esto para retratar la esencia de superar un miedo con base en un sentimiento. No todos pueden encontrar motivación en el mismo claro, a todos nos mueve un ritmo distinto.

Hay obstáculos franqueables que parecen imposibles al principio, miedos irracionales y borrosos que se aclaran con el pasar del tiempo. La decisión entre saltar al agua y quedarse en la orilla la hacemos cada mañana al despertar de la cama, entrar al mundo es una responsabilidad pero la actitud al hacerlo es la diferencia; olvidar lo malo es una alternativa, ser feliz es una opción. Elegí borrar ese miedo de la lista para poder nadar sin pensar en el fondo, en lo malo; y hasta ahora todo parece flotar sobre aguas tranquilas.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Pedales

Mi vieja amiga, fiel compañera de cada mañana cálida, de cada mañana lluviosa con el agua sucia mojando mi espalda, con las carreras para llegar a tiempo al trabajo y los recorridos nocturnos en medio de lugares desiertos. Desde hace una semana un pequeño problema técnico me había limitado a salir en bicicleta, a saltar por los andenes y perderme en callejuelas lejos de los automóviles, bajar los terrenos empinados a toda velocidad mientras el viento se lleva los problemas, mientras la velocidad trae la paz que necesita una mente ocupada. Volver a rodar es siempre un placer, tener un escape cuando la presión parece tomarse el lugar en el que me encuentro es siempre necesario; un escape, para las ideas surgidas en un momento de adrenalina, para las carreras con amigos y los retos personales, subir a la cima de las montañas y ver todo como una pista por la que solo hay que rodar, rodar y rodar hacia la meta por la ruta menos transitada, un camino propio a la utopía deseada. He trazado mi camino desde hace tanto tiempo que un percance como este no podría detener mi marcha, pero estoy más cómodo con los pedales, más cómodo con mi bicicleta y no el transporte público, la libertad de cambiar la ruta cuando lo desee, la libertad de ir por donde me plazca. Hoy lunes, inicio de semana para alguien que anhela rodar en las nubes.

domingo, 18 de septiembre de 2016

Cigarrillo

Recibí hace algunas horas un mensaje de una persona, y debido a su petición escribiré sobre un tema en especial. No está mal salir de la rutina de vez en cuando, ver el mundo a mi alrededor y describirlo, reventar la burbuja para variar. Son bienvenidas todas las sugerencias.

Quizá es momento de que defina algunas palabras comunes en mi vocabulario, aquel conjunto de ideas puestas en una hoja de papel y lanzadas por el aire. El humo, el humo del que hablo con tanta frecuencia es en realidad una ambigüedad y planeo escribir de lo que llamaría una cara de la moneda, una variación tóxica de la palabra. No pretendo basarme en moralismos para describir a aquella persona que fuma cigarrillo, como tampoco pretendo iniciar una exposición respecto a este tema en pleno siglo XXI; planeo dar mi punto de vista aunque ya haya esclarecido mi posición. En el contexto social que vivo es tan común ver tanto adultos como jóvenes como niños con un cigarrillo en la mano que no podría alarmarme de alguna forma. Varias de las personas con las que me relaciono lo hacen, pero no por ello las evito; un hábito no tiene que cortar estos lazos si no cruza un límite determinado. Conozco el sabor, conozco los efectos, conozco lo que entra en el cuerpo y lo que hace en él, conozco la nube que sale de la boca y se va, se va con el viento o se queda flotando en una habitación cerrada, conozco el aroma pesado que deja en el aire, en la ropa, en las manos y en la cara, sensación que no desaparece mientras la cabeza parece despertar. Conozco todo esto y puedo hablar de ello, juzgar a partir de la experiencia, poner mi postura sobre la mesa.

¿Cuál es la razón del fumador? Ansiedad, estrés, algo que lo motiva a encender el siguiente. Es curioso que hace algunos meses hablara de esta razón desconocida con algunos conocidos, fumadores claro. Uno culpaba al estrés, otra al desamor, otro a la universidad, otra a las largas noches de insomnio y al final todos dejaban en claro que dejarlo era difícil, era un mundo con una puerta ubicada en lo alto de una montaña; no todos se animan a subir, ya es algo necesario, un vicio como lo es el alcohol, como lo son muchas otras cosas incontables con los dedos de las manos. Algunos pueden ver el panal que caerá sobre su cabeza y sin embargo siguen agitando las ramas del árbol, preparados para esquivar su desastre; otros saben lo que les espera y se quedan allí de pie, preparados y listos para enfrentar las consecuencias. Es una metáfora curiosa, si se piensa que quien haría algo así planea hacerse daño y lo sabe y se jacta de ello, pero el principio de alteridad más complicado de establecer es quizá ese que quebranta nuestras creencias, nuestras normas; nos es tan difícil ponernos en zapatos que nos quedan pequeños, es difícil entender qué sucede en cada cabeza. Al fumador lo respeto, lo entiendo y, mientras no lance el humo en mi cara, lo tolero. Me desagrada que lancen colillas en el suelo y que se fume cerca de niños por el simple hecho de que ellos no tienen que ser responsables de las decisiones de los adultos; esas son las únicas negativas que planteo en este tema. Sus razones pueden respetar estas dos normas básicas de convivencia, como la sociedad en general respeta sus hábitos. Que cada quien consuma lo que desee sin afectar a los demás, de la libertad de obrar por sí mismo y ser consecuente de lo que ello genere se trata la vida.

sábado, 17 de septiembre de 2016

Pequeños

Si bien es cierto que mi relación con los niños se definiría como distante, demasiado distante, hay momentos en los que me gusta escuchar aquellas voces inocentes, aquellas historias carentes de sentido más no de significado: la interpretación sencilla del mundo ante sus ojos. Preguntas que quizá nosotros mismos no podríamos formularnos, sus sentencias, sus dudas, sus afirmaciones y todo el conjunto de palabras que pueden aglomerar en una sola oración para hacerse escuchar, es eso lo que me cautiva, su deseo de pertenecer al mundo y comunicarse con él, con todos, conmigo cuando mi cara seria desaparece para escuchar las historias del perro azul que vuela, la hormiga gigante, miles de cortas fábulas que ellos interpretan a su manera y si bien no son mis favoritas, son lo que escucho de vez en cuando. Rodeado de grandes puedo sentirme grande, pero rodeado de niños puedo sentirme como tal.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Juicio personal

En un juicio cualquiera, de esos que se hacen en completa soledad, mi conciencia me habría eximido de cualquier condena por la constante necesidad de darme otra oportunidad aún después de haber caído en lo que se ve como el más profundo de los abismos, y que ahora parece solo una ilusión, un paso la nada que es en realidad solo una pintura, un pequeño obstáculo franqueable sin ninguna clase de dificultad. Me pregunto cómo funciona, si soy libre con solo olvidar mi pasado o si hay un constante recuerdo que volverá esporádicamente a recordarme de dónde vengo, para donde voy con esa imagen pesimista y consumida por la amargura y la constante necesidad de acumular pensamientos negativos. Con esas dos opciones, me es suficiente para saber que he reducido las ramas de este árbol a dos caminos decisivos, dos decisiones finales antes de un punto decisivo, un punto de no retorno donde todo ha de marchitarse o, por el contrario, donde todo ha de levantarse nuevamente. Frente al espejo, aquella figura pulida que todo lo ve, no hay ya hojas en aquellas ramas, es posible para una persona marchitarse de tal manera y seguir de pie, regenerarse de una manera increíble porque es aquel juicio, aquella necesidad de soledad la cura, el remedio para la toxicidad que entra, sale, entra, sale de mi cabeza. Entran notas, entran papeles y sale tinta, tanta tinta sobre hojas de papel cargadas de ideas sin sentido, ideas borrosas propias de la resaca en la mañana. Es al medio día cuando estoy despierto, cuando podré decir que todo puede comenzar de cero. El sol sobre mi cabeza, el inicio de un nuevo reloj de arena.

Ambrosía

No hay otro término como este, que haya usado con tantas alusiones románticas, poéticas, casi maniáticas demostraciones de lo que fuese mi locura. Ahora, convertido en el nombre de una receta bastante dulce, llama mi atención nuevamente cuando deseo poner en práctica mis palabras y retomar aquellos buenos hábitos, aquellos buenos proyectos y quizá viejas tareas: un poco de sol en la mañana, olvidar las largas noches en vela. Escribir no puede desvelarme, escribir debería ser parte de mi diario vivir, pensamientos que escapan de mi cabeza como aquellas burbujas sobre los personajes de las historias en el libro que llevo en mi maleta. Es eso, aire fresco para mi cabeza.

INGREDIENTES
¾ de taza de agua
- 1 taza de azúcar
- 2 claras de huevo
- 6 yemas de huevo
- 2 tazas de leche
- La ralladura de medio limón.

PREPARACIÓN
Poner en un recipiente el agua y el azúcar. Cocinar hasta formar un almíbar a punto de hilo fuerte. Poner las claras y las yemas en una olla profunda y batir ligeramente. Agregar la leche y cocinar a fuego muy bajo, sin dejar de revolver.

Seguidamente, incorporar la ralladura de limón y el almíbar, siempre sin dejar de batir, hasta que espese. Por último, apartar del fuego, poner la olla dentro de un recipiente de agua fría, batir para que se enfríe y no se cuajen los huevos. Servir bien fría.

martes, 13 de septiembre de 2016

Migajas

Si me preguntan que mensaje quiero transmitir, que clase de sentimiento quiero compartir con estas notas, sería muy sencillo decir que cada nota es un mundo aparte, y que rara vez puedo relacionarlas entre sí por el simple hecho de que no pretendo crear una continuidad en mis ideas, un camino que pueda seguirse como una especie de diario. La verdad, estas notas son en cierto modo migajas dejadas al azar, una estela borrosa de alguien que pasó y dijo algo. Es muy fácil perderse en un sendero pintado por alguien que no sabe con claridad para donde va; un sendero lleno de cráteres y montículos, irregularidades creadas a través de los meses, bombardeos emocionales y físicos para un proyecto que me desvela, que me revive a veces y me da una razón para seguir adelante. Cada nota es un mundo aparte, y en cada nota se ha visto la amargura de mis segundos, la felicidad de mis horas y la clase de vida que lleva una persona cualquiera, una persona que vive de aire, de sueños, de un poco de literatura y uno que otro verso para equilibrar las letras, de poesía, de la palabra escrita y presentada ante mis ojos como modelo a seguir, como puerta a lo desconocido y escape de la realidad, un mundo distinto al que puedo entrar cada día con un titulo diferente. Volviendo a la vieja costumbre de escribir cuando todos duermen, y dormir cuando todo parece tan despierto.

lunes, 12 de septiembre de 2016

11:20

Agua a las 9, humo a las 10. Sueños a las 11 e insomnio a las 12. El paraíso ante mis ojos es una razón para no dormir, otro motivo para describirlo. Pequeñas aves de color naranja se pasean sobre mi cabeza mientras el viento arranca las hojas de los arboles, confundiendo la desbandada y camuflando su escape; pronto ya no sabré que vuela y qué sale a volar, qué es real y qué ha creado mi imaginación. Despierto en mi cama, un sueño febril de los tantos que me hacen desear vivir en un lugar con estaciones, para ver y no soñar con la brisa de otoño. Vivo sin estaciones deseando que salga el sol cada mañana, deseando la nieve cuando hace calor y la lluvia cuando el amarillo se toma las hojas, la sequía como una tragedia ante mis ojos. No es real, nada de eso es real, pues sigo en mi habitación a media luz; a luz completa, puedo encenderla sin levantarme y agregar un poco de color en el lugar, recuperar la poca cordura que queda tan tarde en la noche, cuando casi todo el cuerpo, hasta la misma voluntad, se encuentra fatigada, apagada, desconectada. Quizá eso hace falta, la capacidad de desconectarme. De irme cada noche y volver cada mañana, de evitar las largas horas de imágenes en mi celular y notas al azar en piezas de papel. Un sueño en paz, un sueño tranquilo, un sueño que por fin esclarezca la frontera de lo real y lo desconocido, saber cuando estoy despierto y cuando despierto he caído dormido.

domingo, 11 de septiembre de 2016

A veces

Describiré una escena sencilla, un pensamiento repentino que necesito anotar por ahí. Quizá a veces es imposible apartar los ojos de una persona sin una razón aparente. A veces solo dan ganas de quedarse allí, con la mirada fija en otros ojos, en otra boca, en un mechón de cabello que cae sobre una frente o se oculta tras dos orejas. A veces simplemente las palabras sobran, el silencio se vuelve una agradable compañía. A veces dan ganas de simplemente recostarse dándole la espalda al sol y dormir toda la tarde, fuera de los extravagantes planes dentro de la ciudad; a veces dan ganas de escapar de las calles, de los edificios, del polvo de los andenes y el humo de los automóviles para limpiar un poco los pulmones, un poco los ojos, un poco la vida. A veces dan ganas de simplemente tener una buena compañía, de tener con quien reír, a quien contar algo que probablemente lamentemos más adelante, de tener quien escuche aquella desventura y se ría, tonterías sin sentido que no afectarán más que un día. A veces dan ganas de tener a alguien que escuche asuntos más serios, que se atreva a leernos por completo y prontamente predecir, suponer, esperar, descifrar el laberinto que somos, completar el rompecabezas con aquellas piezas que no vienen de fábrica, como una mano cuando no dan ganas de caminar solo una noche fría, una mañana, o al medio día. A veces dan ganas de perderse, de cerrar las cortinas y dormir todo el día; de poner música a todo volumen y soñar con cada nota, con cada letra, con cada historia contenida en cada canción. Amor, desamor, tragedias, aventuras, una ruleta que se detiene aleatoriamente en recuerdos, canciones de enero y febrero que saben a marzo con trazas de abril y amargos días de mayo. Junio, julio, el tiempo ha volado y solo algunas notas lo han hecho como se debe, con los vientos de agosto. Septiembre, ahora, dan ganas de seguir escribiendo, de levantarse al día siguiente a ver el mundo girar. A veces dan ganas de girar, de dar vueltas en la silla y olvidar que el tiempo pasa, pasar con el tiempo, bailar con el tiempo antes de despertar. En una noche fría de domingo, con un poco de café, dan ganas de seguir despierto.

sábado, 10 de septiembre de 2016

Congelado

En todo el trayecto que lleva este proyecto literario, pocas veces me he visto imposibilitado para escribir. Septiembre en particular ha iniciado con un sube y baja de eventos que ha ocupado gran parte de mi tiempo, eventos que han afectado la continuidad de los proyectos que he trazado a lo largo de estos meses. Nombres, personajes, ciudades, palabras dichas entre conceptos, borradores, simple creaciones de mi cabeza que por cuestiones del azar se encuentran congelados, perdidos en el tiempo y opacados por la realidad. Esta idea me molesta, la de dejar las cosas a medias. Escribo esta nota después de tantos días como información relevante de la situación, como una aclaración, como un anuncio de lo que planeo hacer: escribir. ¿Por qué dejar de hacerlo? Las ideas nacen para llegar a un final, y nada debe detenerlas en el camino. Ni las personas, ni la crítica, ni el mismo autor, pues una bola de nieve que baja de una pendiente a toda velocidad ha crecido lo suficiente para llevarme con ella hasta el final, hasta que todo acabe. ¿Y qué falta? La vida, eso falta.

jueves, 8 de septiembre de 2016

Un té

Una taza de té antes de las 8 de la noche, una nota antes de irme a dormir temprano. A veces los días oscuros y lluviosos se vuelven tediosos, se vuelven largos y aburridos, me motivan a quedarme en cama sin hacer nada para luego despertar con la esperanza de encontrar un mejor panorama. No es así, las ventanas se sacuden por el viento y es necesario cerrarlas para detener la ola de frío que entra por ellas, para conservar el poco calor que queda dentro de la habitación. Una vela, dos, tres, una taza de té caliente, la segunda del día, como un remplazo, un remedio para la ansiedad, un remedio para la memoria y una distracción para la idea de que estar encerrado es una pesadilla. ¿Salir? No con la lluvia, no con el frío, no en este estado. En otras condiciones, más saludables, quizá lo haría, quizá no me importaría salir a tomar un poco de agua de lluvia sobre mi cabeza, sobre mi ropa, sobre mi alma. Limpiarme, tal vez eso hace falta. ¿Es eso lo que extraño? No sé qué hay encerrado, no sé qué es lo que falta y descubrirlo es esa tarea de todos los días, esa pequeña pesadilla, ese delicado recuerdo que elimino durmiendo, olvidando dónde me encuentro. La resaca al despertar distorsiona mi vista, aturde mis sentidos y entonces despierto de verdad, unos minutos después, con agua fría en la cara y la esperanza de que pasen rápidamente las horas para estar en vela, para estar despierto y ver en silencio el espeso humo que proviene de la taza tomarse la oscuridad, tomarse la habitación con formas, con pequeños brazos que emanan el sabor del té. Un espectáculo a la media noche, una danza caótica bajo las estrellas.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Tareas pendientes

Completar una tarea que se ha estado posponiendo por cuestiones ajenas a mi control es toda la paz que necesito para una noche de martes. Las horas sin dormir desembocaban en el constante deseo de salir a caminar a la mitad de la madrugada solamente para agotar el cuerpo cuando quien está realmente agotada es la mente. Bien, salir es una mala idea considerando las últimas noticias y los panfletos que circulan por ahí informando del peligro de estar afuera, y me quedo adentro, mirando por la ventana como los postes de luz titilan de vez en cuando, como el rugido de una motocicleta a toda velocidad se toma la calle a mi espalda, como los ladridos de los perros parecen venir de todas partes, aullidos a la luna, maullidos escandalosos de gatos sin dueño, con dueño, vagabundos que saltan de techo en techo escapando del peligro en el pavimento, una sinfonía de sonidos, una marea de colores tintados de negro y ocasionalmente del naranja de las lamparas. Soy parte del paisaje, el chico de la ventana que observa la escena y la describe con sencillez. He ahí mi tarea: ser breve. Relatar un pasaje de mi vida de hace algunos meses, cuando mi cabeza pensaba y deseaba otras cosas, cuando la decepción y el rencor me motivaban a, palabras más, palabras menos, olvidarme de todo y empezar de cero, tomar una ruta completamente distinta y cortar los pocos hilos que me ataban a lo que ahora me queda de realidad, de conciencia, de cabeza dentro de todo el desastre que no levantarse una mañana pudo causar, que no tomar un bus a tiempo pudo causar, que simplemente no despertar pudo causar. Es pasado, es un recuerdo, un recuerdo que leí en voz alta antes de enviarlo y esperar lo mejor, volver a todo todo terminó y quizá, menos estúpido, valorarlo de una vez por todas.

martes, 6 de septiembre de 2016

Planes repentinos

La verdad, entre quedarme en casa todo el día y salir por ahí a ver el mundo, me quedo con lo segundo. Lanzar los dados y decidir si debo ir a pie y desechar la idea, pues me gusta la idea de rodar. Es bastante sencillo empacar un cuaderno, un libro, un lápiz y un poco de agua antes de bajar las escaleras y tomar mi bicicleta para pedalear sin un rumbo fijo. Voltear en la siguiente cuadra, parar por un café y sentarme en la parte de afuera para ver las personas pasar, bajar una pendiente a toda velocidad para frenar en seco y quedarme allí, a la mitad del camino, donde la vista es mejor que en la cima si el atardecer se alinea con los edificios de la ciudad, con el suelo que todos pisamos. No llamaría un día perdido aquel que he disfrutado, y llegar a casa tan tarde no es un impedimento para escribir sobre esos pequeños momentos, esas valiosas horas de soledad que responden todas las preguntas complicadas. Un placer, mi viejo amigo.

lunes, 5 de septiembre de 2016

Tregua

Soy de los que revisan viejos correos para encontrar lo que alguna vez dije. He encontrado tantos pensamientos contradictorios que me pregunto si quien escribió aquellas palabras en ese entonces fue el mismo que escribe estas, el mismo autor de dos ideas que luchan entre ellas. Es bastante curioso, eso de pelear con fantasmas del pasado y perder ante ellos, pero también sé que antes era una persona con metas distintas, en un contexto completamente diferente y con una manera de ver las cosas muy reducida. No digo que ahora puedo verlo todo, pero estoy seguro de que algunas ideas pueden ser presentadas ante mí de forma cruda; seré yo quien tome cada parte importante de un mensaje complejo y cifrado. ¿Por qué perder ante un yo pasado? Porque tengo memoria. Las noches en vela traen consigo recuerdos de momentos que no quisiera repetir. Palabras que no debieron salir de mi boca, letras que no debió escribir mi pluma, mensajes que no debieron ser enviados, lo que pudo ser y no fue me atormenta cuando no hay nadie presente, cuando me encuentro cara a cara con la madera del techo momentos antes de dormir. Todo ese conjunto de cosas son mi debilidad, mi karma, mi manera de recordar la batalla que perdí y lo poco que ha quedado de ella, las cenizas de donde ningún fénix nacerá pues ya se ha levantado, ya ha salido de ellas y se encuentra ahora desgranando recuerdos y desechando pensamientos. Hay una tregua en mi linea de tiempo, una tregua conmigo mismo.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Humo

Dos días sin notas son demasiadas palabras acumuladas para una sola tarde de domingo. Los fines de semana no suelen ser días especiales, me reservo la euforia para la totalidad de la semana, los siete días y no tres. He caminado bajo la luz de las estrellas y la niebla de la noche, he visto el denso humo escapar por la ventana de una casa desierta, denso humo escapando de gargantas pálidas y rostros pintados de rojo, de blanco, de negro alrededor de sus párpados como un máscara que oculta la eternidad de sus noches en la mitad de la nada, en la mitad de todo. Escuchaba palabras tan vacías, llenas de aire y sin significado, gritos ahogados de voces que estando en la cima de su mundo parecían amenazar con caer, con lanzarse, acabar con la pesadilla que llaman vida... pero fue algo efímero, la imagen de estas personas desapareció con los primeros rayos de sol, los rostros alegres de la ciudad parecieron surgir de aquellas cenizas, de aquellos cigarrillos apagados. Quizá vuelva a verlos cuando llegue la noche de nuevo, cuando el fuego encienda de nuevo aquellas ensoñaciones.

jueves, 1 de septiembre de 2016

Análisis interno

Cuando deseo ver lo que está sucediendo a mi alrededor, a menudo tengo que mirar dentro de mí primero, usarme como punto de partida, de adentro hacia afuera, en un intento por ver dónde está exactamente el problema, en qué sección de la realidad en la que me encuentro. A menudo el problema suele estar solo en algunos hábitos, hábitos que perjudican mi estabilidad, y deshacerme de ellos es bastante sencillo, si solo se trata de mirar para otro lado y correr una mañana, observar un atardecer, recostarme en un parque al medio día, hacer cosas diferentes que me saquen de la rutina. Es difícil escapar de lo que se lleva adentro, si mi cuerpo se ha programado como un reloj cuyas manecillas avanzan a toda velocidad, y solo mi cabeza trata de descarrilarlas, de detenerlas, de sacarlas de su eje y hacerlas volar por toda la habitación pues así, mi vida, se aparece frente a mis ojos como lo que es y lo que debería ser, el oasis, la utopía, la claridad de las ideas ante una noche estrellada y un café caliente. Si mi cabeza triunfa, habré hecho suficiente por esta noche, ir a dormir con la cabeza despejada, la mente tranquila. La luz entra por la ventana, iluminando suavemente el atrapa-sueños que gira, gira y gira sobre mi cabeza mientras que mis ojos se cierran, hipnotizados, perdidos en la idea de que cuando deje de girar todo habrá acabado.