domingo, 30 de octubre de 2016

Una cueva

Por más que el contacto con el mundo sea algo necesario, es también necesario encerrarse en una cueva propia de vez en cuando, cerrar todas las entradas y arreglar lo que sea que se encuentre adentro antes de pretender arreglar lo que se encuentra afuera, aislarse completamente del exterior y no volver hasta que el orden haya vuelto en todos los sentidos posibles. No puedo hacer ambas cosas a la vez, y por esa misma razón siento un profundo respeto por quienes con mucha paciencia pueden hacerlo; algunas personas necesitan esta alternativa, algunas personas encuentran cierto gusto en desconectarse del mundo, tocan un fondo tolerable y salen de él solas, sin ayuda, aprendiendo que la soledad es a veces una buena compañía. Unas horas, un día entero si es posible, para hacer aquello que otras ocupaciones no han permitido, para terminar alguna historia o quizá comenzar una nueva de simples dibujos, de simples ideas que en el silencio de la tarde parecen ser la única melodía, el único sonido que entra por mis oídos. Enciendo el equipo y subo el volumen, una o dos canciones que inundan el piso entero mientras las cortinas abiertas dejan entrar la luz del atardecer. Estoy alejado de las ventanas, sin ganas de mirar a la calle, sin ganas de ver el sol pero consiente de que está allí, del que el mundo sigue su curso y también debo hacerlo yo, debo terminar lo empezado. Hay ruido afuera, voces de niños jugando y algunos adultos sentados hablando de algún tema. No presto demasiada atención a la idea en sí, solo susurros perdidos que nuevamente se opacan con un poco de música, más suave para terminar el día con calma, para terminar la lista mientras me recuesto en la silla y cierro los ojos. De esa forma, puedo ver más que una cueva oscura y vacía, puedo ver un mundo entero para llenarlo de ideas, de rayones y tachones, de palabras y garabatos que algún día verán el sol, pensamientos que algún día serán el inicio de un buen recuerdo. Cuando abro los ojos nuevamente, la luz del sol ha desaparecido, la oscuridad se ha tomado la habitación mientras fantaseaba y los colores de las cosas iluminadas por la bombilla son ciertamente diferentes. En una fracción de segundo todo ha cambiado, la noche ha llegado y son las estrellas quienes flotan en el cielo, son los gatos los que saltan en el tejado y las aves quienes se esconden en las ramas de los pequeños árboles que hay en la calle. Suficiente de fantasear, puedo dedicarme a otras cosas. He aprovechado las horas en paz y es grato poder contar como varios capítulos pendientes han quedado cerrados. Una pausa para recapitular el día, un buen día; todo un día desconectado, un día entero en la cueva de mi cabeza.

sábado, 29 de octubre de 2016

Silbido

El viento frío de la mañana entra por la ventana, sacudiendo suavemente las cortinas y dejando escapar un agudo silbido que en el silencio de mi habitación se siente, se vive y me levanta. Me gusta dormir con las ventanas abiertas, precisamente para despertarme con esta clase de sonidos y no una alarma cualquiera, para despertarme con el aroma del rocío y el pan de las tiendas aledañas, no el aroma del humo, no el aroma del polvo. La mezcla de tan puros aromas hace rugir mi estómago, no tengo hambre todavía y sin embargo casi automáticamente abro la puerta y bajo las escaleras por un vaso de agua, con los pies descalzos y pasos lentos, procurando no romper el silencio que reina en toda la casa. Diez, nueve, tal vez ocho escalones que me separan del primer piso todavía, escalones de madera tibia que me hacen desear no tocar el frío suelo, que me hacen lamentar el caminar descalzo y que sin embargo prefiero a escándalo provocado por un par de zapatos a esta hora. Una carrera de puntillas con su meta en la cocina, atravesando un oscuro pasillo, sombrío a cualquier hora del día, en donde múltiples cuadros muestran imágenes conocidas, recuerdos de otros lugares y otras épocas, mejores y peores, eventos con un significado y ahora enmarcados, exhibidos ante los ojos de todos. Abro la llave, el agua saliendo rápidamente como una cascada descontrolada, como un río desbordado, llena el vaso y me empapa las manos con grandes chorros de agua helada, pero es el primer sorbo el más helado, el agua entrando a mi cuerpo y despertándome realmente, como una taza de café en la tarde o un caramelo en la noche. El camino de vuelta, pasillo, escaleras, puerta y habitación nuevamente, para volver a la cama y quedarse allí algunos minutos, no mirando hacia la nada sino simplemente preparándose para un nuevo día, uno que comenzó no con el pie izquierdo ni derecho sino con un simple silbido, un silbido que rompió el muro de fantasías que cubría mi cabeza antes de despertar, que se escuchó a través de los sueños y me trajo de vuelta a la realidad, me trajo para vivirlo.

jueves, 27 de octubre de 2016

Sol y lluvia

Por fin una tarde soleada, una paseo tranquilo sin escapar de una nube oscura que amenaza con volver de un corto trayecto una tortuosa pesadilla. El tráfico, las calles inundadas en tierra y agua, una perspectiva completamente diferente de la lluvia, pues verla por la ventana es diferente a estar bajo ella con miles de cosas por hacer, lejos de casa y de cualquier refugio. Con la lluvia sobre mi cabeza, con mis lentes empañados y el incesante ruido de las bocinas producido por conductores impacientes que no entienden lo que sucede afuera, no desearía estar en otro lugar que no fuera mi habitación, para ver llover y las gotas caer; ser ese que ve sin sentir y escribe de ello para interpretar su realidad seca y limpia. Vuelvo al paseo, a mirar a los alrededores y ver las aves volar, a ver la brisa sacudir las copas de los árboles arrancando débiles hojas que flotan a mi alrededor, que caen bajo mis ruedas y agregan al sonido de la calle un crujido ahogado, casi mudo y sin embargo audible, distinguible dentro del ruido. El camino colina abajo sin charcos, sin autos, sin obstáculos ni piedras para esquivar, un panorama perfecto para rodar con el sol sobre mi cabeza y nubes claras como copos de algodón en el cielo, rodeando la luz y forjando las puertas a un día mejor, las puertas a una cálida tarde de jueves. Llegará el final de camino, y espero que el sol todavía siga allí para cuando termine.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Marca mental

Hay marcas que no desaparecen con el pasar de los días, hay marcas que se quedan allí intactas para recordar no solo un paso hacia adelante, sino también dos hacia atrás. Buenos días, buenas tardes de viento fresco junto a una ciudad en ruinas mientras me alejaba de las paredes destrozadas, los caminos en desnivel y los pasillos oscuros que llevaban a tenebrosos escondites. Todo esto junto a familias, a familias enteras que escapaban de la nueva realidad traída en pro del progreso, en pro de un avance ciego que no veríamos ni veremos. Me alejaba caminando de todo esto, con alguna clase de venda para ver no más allá del camino, no más allá de lo necesario. Ejercicio, tardes enteras dedicadas a prepararme, a saltar más alto y a llegar más lejos. Allí, dentro de esas paredes, no había límites, no había nada que me detuviera o me juzgara de alguna forma, era libre de construir un muro y volverlo un cuento propio, una pared para enmarcar y exhibir mis memorias. Al terminar, cuando ya el cuerpo no respondía para más que caminar a casa, tomaba un autobús y en él cruzaba el mismo camino de ida, ahora lleno de personas caminando sin rumbo alguno, otras a paso más rápido deseando llegar sanos y salvos, otros paralizados y a la expectativa; personas en la noche, todas con intensiones diferentes. Al bajar del autobús estaba ya tan lejos de todo esto, estaba tan libre de cualquier recuerdo que ni pensarlo podía, ni quería; solo deseaba caminar a casa bajo las estrellas y las calles iluminadas y las familias felices, deseaba caminar bajo una realidad más grata, más clara. Aquellas calles están ahora vacías, completamente destruidas; y mis palabras se acaban para ese lugar, pues la marca ya está donde debe estar, en mi memoria.

martes, 25 de octubre de 2016

Renacer de las mentiras

Para una mente descarada, es muy sencillo acallar la conciencia con el mero pensamiento de ir por el mejor camino, poner todo en una tela de juicio imparcial y personal, otorgar la verdad absoluta a una mentira bien armada. Al principio, el éxito y los placeres podrán silenciar la voz interior, las reglas todavía vigentes por simple costumbre no serán más que un susurro; nada interrumpe el sonido de la satisfacción, el himno que alaba al ego y a la soberbia retumban en la habitacion. Logros, metas, algunas nuevas y otras más viejas, una lista por completar y nuevos retos por enfrentar sin saber cómo, solo hacerlo por inercia y esperar que todo resulte, vivir al día y a la expectativa de como escalar apropiadamente, sin caer ni dejarse empujar. El ascenso, todo se desarrolla con calma hasta que por su propio peso una estructura frágil como aquella se desploma, hasta que una barrera empinada bloquea el camino a seguir y no parece próximo a moverse, una figura eterna, un límite real. No todas las montañas pueden franquearse, y cuando todo se haya probado, cuando todos los límites se hayan cruzado, es cuando la imagen de la realidad se aclara, las voces se hacen más fuertes y entendibles, el malestar general se toma la mente y reactiva la conciencia, ahora mortal enemigo, ahora castigo. Es muy sencillo caer del lugar a donde se ha llegado, es muy sencillo hundirse en el mar de mentiras que hay bajo la realidad creada con arcilla tan blanda como la verdad que se defiende sin pensar. Los excesos, de incertidumbre general, todo en conjunto para imperdir reaccionar hasta que el agua ya va en el cuello; ya congela los dedos y las manos y los brazos y las piernas, arrebatando el control de su vida pues ya se la ha dado a algo más, a algo irreal y quizá sin valor. Las mentiras han llegado tan alto como la montaña que se ha escalado, una vida dedicada a no poner el freno cuando la velocidad supera la conocida, la tolerada, perder el control y simplemente estrellarse, simplemente empezar de cero con las ruinas a los costados; un renacer no de las cenizas, sino de la basura, de la basura inventada por nuestra propia cabeza.

lunes, 24 de octubre de 2016

Sentidos apagados

Un escenario caótico y ruidoso para mis oídos, una hora con los sentidos aturdidos por completo. Los rayos iluminan el cielo, los truenos retumban en el silencio de la tarde, sacuden las ventanas violentamente amenazando con quebrarlas en cientos, miles de pequeños pedazos y dejar al viento tomarse las oficinas, los salones, los bares y las habitaciones. Los cristales soportan la vibración, se mantienen firmes ante la adversidad, se mantienen firmes ante el bombardeo sobre ellas. No hay gotas delicadas, de esas que suelo describir con gracia; la lluvia distorsiona el norte con una gruesa capa infranqueable que de tanto en tanto baila con el viento, se mueve de izquierda a derecha dando a dicha cortina de agua un aspecto casi armonioso, casi mágico y tentador, pues tienta a cruzarla, tienta a no detenerse. No desearía estar bajo la lluvia, en realidad no desearía estar bajo otro lugar que no fuera este árbol lleno de hojas, lleno de ramas sobre mi cabeza. Solo algunas gotas logran cruzar la capa vegetal que me protege, solo algunas gotas se filtran por las ramas y caen sobre mi cabeza, manteniéndome despierto para ver la escena un poco más, con los ojos abiertos y los sentidos cerrados. Sin frío, sin ruido, sin la áspera sensación del suelo bajo mis manos... Solo ojos para ver y el sentido del gusto para saborear el chocolate en mi boca, para recordar que la lluvia también puede ser dulce, que las gotas pueden ser ácidas y que cualquier herida abierta se resiente con la sal. Y arde, arde el estar atrapado, arde el estar lejos de casa con los sentidos apagados, arde la lluvia cuando se quiere sol, arde el frío cuando se quiere calor. Deja de llover, lentamente claro. Pequeñas gotas aisladas cayendo sobre la copa de los árboles aquí mientras las aves vuelven a emprender el vuelo, perdiéndose en un cielo todavía gris, ya medio azul, ya medio negro, ya más tranquilo y preparado para recibir la noche. Me levanto de este árbol con el simple propósito de llegar a casa... Y la verdad, es que nunca salí de ella.

domingo, 23 de octubre de 2016

En la lista

Con el pasar de los días, he podido evidenciar el hecho de que nuestro nombre se encuentra en una infinidad de listas, desde que nacemos y hasta después de haber muerto, llevando a la inmortalidad escrita una historia única e irrepetible. Un nombre cualquiera, sea el que sea, será la firma y la huella para identificar aquella historia, distinguirla de las demás como si un filtro se llevara todas las opciones tan similares y tan distintas a la vez. Dependiendo la persona, habrá quizá más o menos listas, menos ámbitos para identificarla. Su ciudadanía, su número, su manera de pertenecer al mundo desorganizado que hemos tratado de organizar una y otra vez. En el trabajo, quizá un empleado más y un expediente en la lista de retiros con los meses, con los años; un engranaje en la máquina que mueve una compañía hasta su destino. En la academia, un estudiante o quizá ya un recuerdo de mejores años, un viejo colega o compañero de cátedra sobre letras, sobre arte, sobre ciencias y sobre tantos temas. En la calle, un peatón, un conductor, un cerebro controlando uno, dos, tres, sistemas a la vez con precisión necesaria para mantenerse a salvo. En casa, un hijo, un padre, una madre, un hermano, una pieza de una familia, un pedazo de algo más grande, de una conexión más fuerte que las anteriores no alterarían de ninguna forma. De día una sonrisa, de noche un poco de silencio para acompañar las estrellas y el vaso a su lado. Y bajo su ventana, bajo su balcón, una historia distinta desarrollándose también, añadiendo más páginas también. Una historia, dos, tres en tan poco espacio, tan alejadas a pesar de estar a solo metros, a solo centímetros al abandonar la puerta. Todos ellos números distintos, todos ellos en listas distintas. Responsabilidades tan variadas que simplemente una sonrisa en el elevador no puede explicarla ni dar una pequeña indicación, una señal dentro de la bruma. Nada más que bruma, casi todos conviven en sus esferas sin notar las que hay a su alrededor, casi todos ignoran las listas fuera de las que ya forman parte de sus vidas, aquellas en las cuales su nombre ya aparece y no podrá borrarse ni hoy, ni mañana, ni en unos años. Aquello que queda grabado en este lugar no desaparece, formará parte de la infinidad. Una lista inmortal de lo que somos, una idea de lo que seremos.

sábado, 22 de octubre de 2016

Afán ajeno

La calle en la falda de la montaña es quizá una pesadilla en vida con un clima como este. No es exagerar, el caos es evidente. Se puede deducir al ver todas esas luces rojas y amarillas casi estáticas, al ver como nada se mueve aunque pasen los minutos.  Los automóviles y demás vehículos avanzan lentamente, cruzando cada semáforo a paso de tortuga mientras figuras cubiertas por sombrillas caminan junto a ellos, avanzan como ellos en la misma dirección, con un destino distinto tal vez. El tráfico se encuentra detenido por una gran nube que se toma el cielo, se toma el calor, se toma los colores de la tarde imponiendo el gris, imponiendo el frío. El vaso de café en mis manos sigue caliente, pero la atmósfera en general parece congelar el tiempo mismo. Pequeñas gotas cubren el pavimento, cubren los árboles, cubren la fachada del edificio en el que me encuentro y cubren los cristales de las ventanas a mi alrededor. Aquí adentro todo está en silencio, en completa calma; es el ruido de afuera lo único que se escucha, son las voces del exterior las que perturban el interior.  La desesperación general por llegar a casa una tarde de sábado los mueve a todos allí afuera, los llena de impaciencia y los lleva a inundar las calles con sus gritos ahogados exigiendo cosas ilógicas, sus bocinas graves que incomodan y no ayudan; perturban el silencio con el ronroneo de los motores que torpemente mueven el metal, la carne, la vida de cualquiera allí afuera en este momento. No desearía estar allá afuera, no desearía estar en casa cuando aquí lo veo todo desde arriba sin ninguna clase de restricción más allá de la temporal, más allá del hecho de saber que acabará mi tiempo libre. Un café, un caramelo y una silla para ver la lluvia caer, un minuto para disfrutar del afán ajeno.

jueves, 20 de octubre de 2016

De la música y los recuerdos

No hablo de la música desde que mis audífonos, fieles compañeros en paseos, caminatas y rodadas, dejaron de funcionar hace ya quizá dos meses. Largos meses, en efecto, considerando que eran casi una parte de mi vestimenta como lo son las medias, una camisa o un pantalón. Dos cables blancos colgando de mi cuello a la espera del momento propicio para ser usados, para servir de puente a un mundo distinto en el que las notas y las palabras y el ritmo se encargaban de mostrarme que no todo podía ser tan malo. De día, de noche, con sol o con lluvia, siempre listos y conectados, preparados para el momento justo, un momento de silencio lo suficientemente largo que requiriera de su aparición. El día en que dejaron de funcionar fue en efecto el comienzo de una pesadilla, una pesadilla relacionada con el simple hecho estar conectado a aquello que no quería, el simple hecho de escuchar el mundo real con mis propios oídos, sin ninguna otra alternativa.  Dos meses, quizá menos o quizá más, apartado de lo que llamaría una parte de mí, una extensión de lo que soy y lo que fui. Estando solo en casa no tengo necesidad de cohibirme y el equipo de sonido a todo volumen se convierte en ese desahogo, en ese calmante ante la necesidad de ruido, de la música en mis oídos. El baile, los bajos, mi cuerpo girando en el espacio vacío que reservo para simplemente ser, para simplemente estar allí de pie y olvidar la hora, olvidar que debo irme y quedarme al menos por unos minutos más, todo ello hace de una mañana de jueves un espacio sin tiempo, un segundo ilimitado. Es la música inundando mi habitación la causa de todas estas sensaciones, es lidiar con un viejo vicio, el de escapar de la realidad con solo presionar un botón. ¿Habrá un síndrome de abstinencia en este caso particular? La ansiedad, la necesidad de simplemente apagar todo el ruido alrededor con una canción, una corta melodía impregnada de una esencia. Melomanía, es curioso como esta palabra se volvió un boom y para mí es solo un splat, un recuerdo de un paseo en la mañana con dance, trap, géneros quizá menos comunes y sin embargo indispensables en mi repertorio. Ha pasado tanto tiempo que creí conveniente escribir de ello, ver qué sucede cuando toco un tema sensible, ver qué sucede cuando camino sobre terreno inestable deseando que el suelo no falle, que las grietas no se hagan más grandes y quizá, solo quizá, que comiencen a cerrarse. No soy un adicto, pero vaya que los extraño.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Promesas

En una mañana soleada como esta, después de haber llegado tarde a casa, solo puedo desear que la noche de ayer haya sido la última en el transporte público, al menos por un buen tiempo. La cantidad de vueltas innecesarias que todas las rutas del sistema usan para llegar a su destino es bastante molesta, el tráfico es simplemente insoportable y el simple hecho de recordar que a esa hora de la noche no hay otra opción costeable hace de estas emociones negativas una mezcla tóxica y venenosa. Estando sobre ruedas puedo decidir la ruta a conveniencia, la libertad de elegir a dónde ir y cómo llegar allí es algo que no cambiaría por nada. Sí, ya varias veces he dejado clara mi posición respecto a la bicicleta y su funcionalidad en el caos de las calles de la ciudad; he dejado muy clara mi posición respecto al transporte público en general y también, por dinámicas muy variadas, he tenido que tragarme mis propias palabras para entrar a uno de estos grandes vehículos azules, rojos, verdes; todos con la misma atmósfera gris y oscura en su interior. Allí nadie sonríe, y no veo razones para hacerlo en realidad. Los que están sentados duermen, agotados por un largo día de trabajo y probablemente soñando con el momento de llegar a casa a dormir de verdad, cómodamente y no en el vaivén del freno y el acelerador, el freno y el acelerador y el semáforo que lleva al conductor a frenar en seco, sacando a todos aquellos que dormían de su letargo. Los que van despiertos, de pie, solo miran por la ventana, miran su celular, se miran entre ellos quizá con el mismo pensamiento de no querer estar allí pero no tener otra alternativa, la realidad de muchos y la decisión de pocos. Caras largas y casi hostiles que solo desean llegar a su destino, olvidar lo que en este lúgubre lugar vieron para enfocarse en que el día ya acabó, y la noche está muy próxima a hacerlo también. Al bajar del autobús y caminar de nuevo, bajo la luz de la luna llena que tenemos por estos días, puedo imaginar como hoy no tendré que repetir esta escena, no tendré que hablar de este sentimiento nuevamente. Rodaré, rodaré en la oscuridad y veré las caras de aquellos que conducen, de aquellos que caminan, de los rostros sombríos que a las 10 de la noche conforman la ciudad y caminan bajo sus luces amarillas, blancas, rojas, verdes, azules; letreros de neón anunciando establecimientos abiertos las 24 horas del día, a donde aquellos sin destino pasan sus minutos, sus horas y sus días. Mientras ellos entren a esos bares, a esos lugares, yo los veré desde el camino y seguiré pedaleando para llegar a casa, para cruzar las montañas y llegar a las nubes. El camino es corto, pero rodando bajo las estrellas cualquier segundo es una eternidad, cualquier kilómetro es una aventura.

lunes, 17 de octubre de 2016

La montaña

En cada ciudad del mundo hay un lugar conocido por todos, un lugar del que todos saben. Ya sea por una leyenda urbana o información oficial de algún tipo; por boca de un conocido o por la prensa, la radio, la televisión y los medios en general. Un lugar característico por una simple hecho: el de ser una zona libre de reglas, una zona libre de las preocupaciones de lo que se llamaría “el exterior”, un lugar para estar tranquilo, una tierra de nadie. Del que quiero hablar no era como los demás, escondido en el corazón de la ciudad; del que quiero hablar se encontraba fuera de ella, en las montañas.  Era posible ver desde allí cada estructura erigida en la distancia, cada pila de cemento y hierro y vidrio que conformaban uniformemente el conjunto de una ciudad que día y noche no dejaba de trabajar.

Quienes se atrevían a visitar este lugar no eran alpinistas expertos de ninguna clase, sino personas jóvenes que encontraban de la vista y la libertad dos excusas para llegar a la meta superando cada obstáculo que ello implicaba. La zona sin reglas estaba escondida en una gran montaña rocosa, la cual había que escalar.  Ascender requería de mucha calma para evitar cualquier clase de accidente, pues ya habían sucedido varias veces y solo servían de herramienta a los adultos para prohibir el acceso a la zona. Nadie respetaba esta regla, claro, se tomaba como un simple juego y día a día la cantidad de visitantes crecía. Teniendo el suficiente cuidado, cualquier persona podría lograrlo sin ninguna clase de dificultad, hasta los niños más pequeños. Los visitantes se habían encargado de adaptar la zona constantemente, agregando cualquier clase de objeto que les fuera útil: Muebles, libros, canchas, rampas y barandas; había algo para cada persona, la posibilidad de escoger era una realidad.

Por varios años la pequeña comunidad construida en la montaña basó sus actividades en el día, hasta que la compañía de electricidad local colaboró con la instalación del alumbrado que permitió el uso de este lugar las 24 horas; una pequeña tregua entre jóvenes y adultos buscando la seguridad de quienes iban allí en la noche, fuera quien fuera y tuviese la edad que tuviese. Las 24 horas del día podía escucharse allí el ruido de la música que variaba según la hora, los gritos y la euforia general de cada persona allí presente, pues nada los llenaba más que el saber que eran libres mientras estuvieran allí, en la montaña. Nadie robaba, nadie se hería, todos entendían el concepto de hermandad que los unía fueran diez, cien, mil; todos unidos por un lugar común y el hecho de ser jóvenes, el hecho de estar libres de cualquier prejuicio entre sus semejantes. Era quizá el ser adulto el problema, el pensar como adulto para ser exacto. Llenarse los bolsillos era su meta, no perder tiempo en la montaña. Se agredían, se peleaban, se mataban entre ellos por la codicia y el odio y el desamor y todas esas cosas que consumen el alma y la destrozan como una hoja de papel, manchada en tinta y más odio. Olvidaban quienes eran, de donde venían, sus gustos y sus metas originales por un mejor empleo y un mejor círculo social. Los jóvenes, la nueva generación que los remplazaría, encontraban en esto una desgracia y lentamente se retiraban de la ciudad, abandonaban sus casas para vivir en la montaña. Esta noticia causó un escándalo en las familias, hubo demandas e intentos de cerrar el acceso a la montaña, de dinamitarla si era necesario para devolver a los niños a las casas. Todos estos planes se descartaron y, buscando un acuerdo razonable, los más grandes comenzaron a adaptar el terreno ante las nuevas necesidades, aplicando lo que habían aprendido fuera en casa o en la escuela o en la universidad; preparaban la tierra para cultivarla y levantaban pequeñas estructuras de madera que servían de refugio común para los malos tiempos y posteriormente como dormitorios que todos cuidaban y conservaban. Los jóvenes vivían allí, cazaban en el bosque, olvidaban lentamente las costumbres aprendidas en el interior de la ciudad y forjaban nuevos conceptos en sus cabezas, nuevos valores y nuevos principios. Aún sin reglas, aún sin normas, nada sucedía y cualquier clase de problema se solucionaba con brevedad, sin llevarlo a la catástrofe. Los meses pasaban y la cantidad de jóvenes crecía, las familias en las ciudades se estaban desintegrando ante la aparición de este nuevo fenómeno que comenzó con una silla de madera en las montañas y una idea, la de ser libres. Los niños al cumplir cierta edad se iban a las montañas y los padres, aunque quisieran recuperarlos, no podían dejar sus empleos para ir a buscarlos, de alguna manera preferían soltar sus manos.

Nuevas estructuras se levantaban sobre los árboles para destinarse a nuevos usos: la enseñanza, la medicina, el almacenamiento de los alimentos y demás necesidades. Todos tenían algo que hacer, su parte dentro del trabajo. Desde pequeños aprendían una actividad que ellos eligieran y de acuerdo a sus habilidades podrían mantenerse en ella, pero al llegar a la adultez todos hacían lo mismo: ayudaban a mantener las relaciones con el mundo exterior y lidiaban con las constantes amenazas de las familias más ortodoxas. A pesar de todo, estas últimas no tenían argumentos para poner fin a este proyecto, pues todo funcionaba de maravilla e incluso mejor que en la ciudad, en donde los estragos parecían multiplicarse con la ausencia de niños y que algunos adultos vieron como su hora de libertad, sin restricciones que los infantes pueden causarles. La ciudad se desplomaba en peleas no solo con los de la montaña sino entre ellos mismos, las calles se llenaban de automóviles y humo y desesperación mientras los niños seguían con sus vidas hasta los 8 y se iban, se escapaban una noche cualquiera a buscar lo prometido afuera. 

Los años pasaban, la ciudad seguía cayéndose a pedazos, esta vez de forma más literal. A diario derrumbaban edificios mientras en las calles peleaban y proponían a la fuerza un nuevo concepto de la familia, del orden, de las reglas. Culpaban a los de la montaña del inicio de su fin, culpaban a los jóvenes y los reprochaban por su falta de consideración y gratitud. Los de la montaña, cansados de lidiar con problemas ajenos, cortaron comunicación con el exterior y comenzaron a permitir solo el acceso de los jóvenes; ningún adulto podía entrar, y quienes ya estaban en el interior no poseían lo que estaba destruyendo la ciudad, no desarrollaban ese problema y no lo esparcían tampoco, solamente la montaña podía limpiarlos de esa forma. Era como un virus, pero no era más que una percepción, una manera de ver el mundo. Quienes fueron a la montaña por primera vez a buscar su libertad no dudaron en volver, en compartir el lugar que habían encontrado con los suyos. Todos lo valoraban, todos lo cuidaban y entendían que solo de ellos dependía mantenerlo así, de ellos y para ellos. La montaña seguiría allí para los jóvenes cuando ellos fueran a buscarla, la ciudad cerraría sus puertas en algún momento. Se derrumbaba, se olvidaba, los años seguían pasando y ese lugar había pasado de la zona sin reglas a algo más que una palabra, era un concepto de lo que quedaba, de lo que pasaba y pasaría de ahí en adelante. La esperanza de comenzar de cero, la esperanza de nacer nuevamente.

domingo, 16 de octubre de 2016

Entre ciclismo y fotografía

Escapar de la toxicidad del humo exhalado por los vehículos de esta ciudad tiene sus ventajas, salir a rodar a las afueras en una especie de encuentro con el propio interior. Sin normas, sin semáforos o señales de tránsito que detengan mi avance, sin las reglas que aquí seguiría, sin límite de ninguna clase. La actividad física, los paisajes y un momento de silencio alejado de la realidad inmediata, todas esas cosas son necesarias de vez en cuando, es necesario desconectarse y reiniciar el contador, forjar un nueva realidad a partir de simples acciones como tomar una ruta distinta o detenerse en el camino a tomar una fotografía. Una, dos, tres fotografías de los árboles, las montañas, las hojas y las nubes; de lo que no puedo ver en la ciudad, de lo que desearía ver cada mañana; las horas pasan con el tic tac del reloj y el click del obturador, los minutos pasan con la suave brisa del exterior que me impulsa, que me refresca. Y pensar que pude quedarme en casa y perderme de todo esto, de una experiencia en la que todo es nuevo, hasta las montañas que se elevan a mi lado. La espontaneidad, la rapidez con la que un plan puede crearse y aplicarse es algo que me agrada, que me recuerda aquello de no desaprovechar cualquier clase de oportunidad que implique algo distinto a lo común, una alternativa, una idea alejada de la rutina. Llegará el día en el que recuerde una mañana como esta, en la que hable de la mañana de domingo en la que olvidé dónde estaba el freno, donde había que detenerse, hasta donde tenía que llegar y todo lo que debía hacer; un día en el que hable de como la rutina se partió en dos para dar paso a una historia distinta en la que la fotografía y observar las nubes blancas sobre mi cabeza lo eran todo por unas horas, en la que el aroma de las flores al costado del camino me invitaban a quedarme allí, lejos de todos y todo. No me quedaría, pero podría pedalear más lento. Hacer del camino de vuelta a casa una aventura más larga como excusa para disfrutar más tiempo, esas son las decisiones que quiero tomar, ese es el ritmo que quiero llevar. La semana acaba con el comienzo de una nueva historia, el final es un concepto relativo: he acabado de comenzar a vivir.

sábado, 15 de octubre de 2016

Reflejos

Aunque he demostrado a lo largo de este tiempo que me gusta expresarme, comunicar lo que sucede y dar mis puntos de vista respecto a temas generales, el gusto por escuchar a los demás es también algo muy presente en mí, muy presente en esos deseos diarios que todos tenemos, como una taza de café o una cena caliente. Una buena charla es también necesaria, la interacción con una voz diferente a la que todos tenemos adentro es necesaria; no es posible el principio de alteridad si no se conoce la realidad a nuestro alrededor y todo lo que ello implica: los árboles, las calles, las personas, todo. No podemos conocerlo por completo, pero tampoco ignorar su existencia y encerrarnos en una burbuja; crecer diariamente implica también aprender diariamente, de cada cosa y cada situación adversa o favorable que pueda llegar una noche cualquiera. Todo esto para decir que me gusta escuchar a la gente, que me gusta leer el libro abierto que me presentan al contarme una anécdota o un simple recuerdo que de algo tuvo que servir. No siempre fue así, claro; tuve tantos espejos a mi alrededor que me aconsejaban y trataban de guiarme, espejos que ignoraba por completo sencillamente por la arrogancia y la soberbia que nunca desaparece del todo. Tambien, es cierto que sus consejos eran complejos, ideas dispersas y desordenadas que iban más allá de palabras que pudiera entender o del contexto que yo mismo tenía que enfrentar; escuchar y no entender, básicamente un nudo ciego que si bien se puede soltar toma tiempo, tanto tiempo que otras actividades pueden simplemente arrastrar mi atención completamente. Sin lamentaciones, de nada sirve eso y a nada lleva para ser honesto; hablo de ello porque pasó y porque por no aplicarlos viví lo que viví, sucedió lo que sucedió y, aunque claramente me encuentro bien en muchos sentidos, sé que podría estar mejor. Ahora con un nuevo espejo, el reflejo parece más claro.

viernes, 14 de octubre de 2016

Pasar la página

Desde muy pequeño, sabía que tenía que esforzarme por lo que en realidad quería. Era tan simple el mirar a mi alrededor, recordar dónde estaba y a dónde quería llegar que soñar con algo mejor, ponerle un poco de ambición a los días en general, me motivaba a continuar trazando los caminos necesarios para llegar a las metas propuestas por mi cabeza como si de un reto se tratase, ignorando por completo que los años venideros y mis propias acciones se encargarían no sólo de minar aquellos caminos, sino también de alterarlos por completo. Cada paso en avanzada se volvía un riesgo, cada acción representaba un peligro; las consecuencias de un acto cualquiera se muestran tarde o temprano y qué peor si es temprano, qué peor si todas las consecuencias deciden mostrarse temprano decididas a colapsar la estructura que creemos indestructible. Caos, desorden, una ola que borra las huellas, que oculta los caminos y casi hace olvidarlos, casi hace perder su rastro por completo. Cuando la marea baja, cuando los ánimos se calman un poco y la serenidad parece tomarse el escenario nuevamente, es cuando se levanta la bandera blanca para rearmar lo que aún queda en pie y formular, decidir, la manera mas conveniente de no volver a repetir la historia. El destino no ha cambiado, y la ruta puede ser distinta. Han habido tantos giros y tantos cambios en dicha trayectoria que el norte parecía el sur, el oriente el occidente, arriba era abajo y lo malo era bueno; una confusión originalmente innecesaria y que ahora parece haber tenido un sentido, el simple propósito de enderezar la ruta. Con una meta clara, y todas las herramientas para llegar a ella, el camino venidero no promete tantos altibajos como lo haría el no saber hacia dónde se quiere llegar; las minas, los desvíos innecesarios y todo aquello que pudiera representar un obstáculo no sobrepasa la mera idea de serlo. Hay errores que no pueden repararse, pero en un caso como este, cuando se trata de decisiones de vida y la manera de llevarla, siempre se puede pasar a la siguiente página. 

miércoles, 12 de octubre de 2016

Un día sin escribir

No quería que pasara otro día sin escribir, otro día alejado de mi ventana completamente maniatado. Es una metáfora, claro, pero es bastante cierto el hecho de que me era imposible sentarme a pensar con claridad. Si bien las situaciones que conforman mi vida son la razón para escribir estas notas, algunas de ellas pueden impedirlo, posponerlo y retrasarlo sin remedio. Y como no hacerlo, si todas las ideas que podía organizar ligeramente se desmoronaban con la fiebre que me invadía y me tenía en cama desganado, desalentado y simplemente deseoso de que llegara una mejor hora, un mejor momento. No suelo enfrentarme a esta clase de situaciones muy a menudo pero, cuando sucede, los resultados me llevan a eso, a una desconexión total de todo lo que me rodea con el simple fin de recuperarme, de levantarme de nuevo. El día de hoy me levanté con más ánimos, pero es hasta ahora que me atrevo a unir algunas palabras para decir que no he desaparecido ni que pienso hacerlo por lo pronto, que es quizá la escritura la cura ante la enfermedad, ante cualquier clase de adversidad que pueda tener. Un desahogo, una cura, cuantos sustantivos para nombrar un proyecto que me ha acompañado por hospitales, parques, calles y cualquier escenario que se presenta ante mis ojos. No me canso de nombrarlo y renombrarlo porque la evolución continua es una realidad, el cambio constante es un hecho al cual no me resisto; crecemos a diario, aprendemos a diario y de eso se trata no solo lo que somos, sino también lo que hacemos. Esto es lo que hago, lanzo notas a la mitad del día y a la mitad de la noche; y qué largo es un día sin escribir.

lunes, 10 de octubre de 2016

Globos

Ha pasado mucho tiempo desde la ultima vez que aligeré mi equipaje, ha pasado mucho tiempo desde que corté las cuerdas de aquellos lastres mentales, de aquellos sacos de arena que ralentizan mi avance y me sumen en ideas negativas creadas por mi propia cabeza. Era necesario, era momento de hacerlo para poner un alto a la costumbre de ir lento, de pisar solamente terreno seguro y conocido; me es tan necesario dejar de evitar los riesgos que hoy, un día cualquiera, la idea de enfrentarlos es equivalente al plan de seguir avanzando, haciendo caso omiso a cualquier comodidad momentánea. Nunca he estado a bordo de un globo en movimiento, pero Julio Verne y otros autores de ese contexto y ese espacio temporal me han permitido imaginar la sensación de estar volando en uno, de manera muy superficial claro. Entender la mecánica de ello no implicaba más esfuerzo que el principio de alteridad con los personajes que escapan de una guerra, de un pasado, buscando libertad y un mejor futuro. Cortar las cuerdas de los sacos de arena, lanzar al mar el oro y esperar encontrar un mejor tesoro, de eso se trataba el comienzo de esa historia que hace años leí y hoy por casualidad se relaciona con mi deseo no de darle la vuelta al mundo, pero sí de llegar más lejos que los primeros que lo intentaron. Sé que una cabeza libre de prejuicios y llena de conocimiento pueda volar más alto que cualquier globo, y con un equipaje más ligero es claro que me elevo sin olvidar de donde vengo. No lanzaré todo al mar, pero cuando esté allí arriba, sabré qué necesito en realidad. A todos esos recuerdos les agradezco el haber caminado conmigo, por las horas que llevaron a su creación y a su posterior grabación en mi memoria, pero nadie tiene al lado aquello que no necesita, nadie cuenta con lo sucedido como un carta en el presente... ¿Por qué habría de hacerlo yo entonces? Es mejor caminar mirando hacia adelante, es mejor volar en una sola dirección, así esa dirección sea la que lleva a lo desconocido.

sábado, 8 de octubre de 2016

Temperatura

Largas mañanas de café caliente, de sol radiante y agua helada para volver a la realidad después de una noche en vela de la que no recuerdo nada excepto haber estado en la cama. Hielo sobre mi espalda adolorida y maltratada, calor en la taza en mis manos que emana la fragancia del café, del azúcar, de las mañanas fuera de casa; la temperatura subiendo y bajando a mi alrededor, jugando en una montaña rusa que estando despierto me mantiene en el sopor, en la ilusión de seguir dormido con todos mis sueños al alcance de la mano, con todos mis deseos completamente tangibles. Desde hace algunos días no sentía deseos de escribir, no sentía deseos de abrir los ojos lo suficiente como para redactar algo con coherencia, como para tratar de explicar lo que sucede pues ni yo lo entiendo ni lo entenderé por lo pronto; no entiendo el lenguaje de mi propia cabeza que se presenta como una extraña melodía acompañada por voces, cientos de voces conocidas que se agolpan en cada rincón con su eco y su murmullo y sus ideas; dos personalidades tratando de mantener el control en un cuerpo quebrado, roto e incompleto por acción del tiempo y de su propia estupidez. Al estar solo, al estar desconectado de cada proyecto y cada ocupación que formalmente hace parte de mi vida, he podido darme cuenta de qué conexiones no se rompen, de qué lazos se mantienen cuando la realidad se confunde con las horas de sueño y los delirios y los paseos a las 11 de la noche. Estando desconectado de todo, he deseado con todas mis fuerzas encontrar aquel botón cuya acción radica en repetir cada situación que llevó al error, una segunda oportunidad, un camino distinto; pero he aprendido que las lamentaciones no llevan a nada y que aquel botón no existe, que la búsqueda de algo inexistente es la peor tortura que yo mismo me puedo poner y que en mí radica el dejar de alusinar e ilusionarme con ideas falsas. He de ponerme de pie nuevamente, hallar una razón para poner los pies en la tierra e ignorar la dureza de la superficie, la crudeza de la mañana; he de encontrar mis sandalias y evitar caminar descalzo sobre los vidrios rotos que dejaron los días, las horas, los minutos, los segundos, la atmosfera llena de humo espeso. No está mal para una mañana de sábado, no está mal despertar con el sabor de un buen recuerdo, con el calor de un buen abrazo y el color de una buena sonrisa; no está mal despertar de verdad después de tanto tiempo.

miércoles, 5 de octubre de 2016

Recorrido

Una noche lluviosa puede arruinar la esperanza de un paseo en la mañana. Mejor así, mejor variar un poco y despertar tarde después de desvelarme en terminar piezas incompletas de mi rompecabezas. Aquellos personajes olvidados en el polvo aparecen de nuevo, recobran los colores con los que alguna vez los pinté y entran en mi cabeza para recordar aquellas épocas en los que pequeños esbozos de una personalidad apenas se pintaban, apenas se definían. Cada uno de ellos es una representación de lo que he vivido y todo lo que he conocido; me interesa conocer más, me interesa vivir más. Es bueno volver a las calles donde esas historias suceden, es bueno volver a encontrar aquellos caminos intactos como si hubiesen estado alejados del mundo, como si pertenecieran a ese lapso de tiempo en el que una creación de mi imaginación vive, habla, piensa, sueña. Son momentos, son caminos incompletos que todavía no llevan a ninguna parte, que atraviesan un bosque y que usan mis ideas como salida; un obstáculo por superar ante la vida y ante el papel sería poco para describirlo, pero suficiente para entenderlo. Si el mayor obstáculo era el tiempo no hay razón para detenerme ahora y evitar completar aquellos caminos, enviar a través de ellos aquellos pensamientos que fuera de la definición de desahogo son ahora una razón para despertar al día siguiente, una razón para llegar a casa. Esta mañana no hubo un paseo fuera de mi habitación, pero allí pude recorrer todos los paisajes de los cuales hablo y que algún día conoceré, que algún día serán mi realidad más próxima.

martes, 4 de octubre de 2016

Volumen

La música a todo volumen ha sido siempre un inhibidor de todo el dolor, pues parece que con cada nota que sale de los parlantes a mis costados olvido un poco donde estoy y recuerdo un poco más a donde quiero llegar. La lluvia afuera, las gotas sobre la ventana, nada parece opacar el sonido de cada canción que aleatoriamente inunda mi habitación mientras escribo estas palabras, mientras observo las cosas a mi alrededor y veo como todo se mueve a su ritmo, como todo parece encajar en su lugar y lentamente las preocupaciones desaparecen, despejo mi mente de problemas ya resueltos para dar paso a mejores pensamientos, a mejores ideas y a mejores momentos. Tan difícil es sacar la basura a veces, que cada aspecto negativo que abandona mi cabeza parece llevarse una parte de lo que soy en este momento, un pedazo de lo que me compone, dejándome roto e incompleto por dentro y por fuera; mi rostro apagado frente al espejo lo delata mientras bajo la mirada para volver al papel y esperar que cuando vuelva a mirar haya sanado aquella herida invisible, aquella mancha oscura que me han dejado las malas decisiones y sus obvias consecuencias. Las heridas sanan, todo el ser sana en realidad cuando se vuelve a ser feliz, y ser feliz es este momento; ir por un café, un caramelo y un poco de aire; salir en la lluvia a empaparme de arriba a abajo y tomar un baño antes de dormir para poder despertar mañana con la melodía todavía sonando en mi cabeza… Ser feliz es tener la música a todo volumen y olvidar por un momento que se está en casa, que la realidad espera en la puerta mientras salgo por la ventana.

Supervivencia

Desde hace mucho tiempo me he empeñado en mantener mi estado físico no por vanidad, sino por simple cuestión de supervivencia, como solo lo requiere esta ciudad. Seamos honestos, aunque la cantidad de policías que hay en Bogotá ha aumentado considerablemente desde el comienzo de este año, la seguridad no ha visto ninguna mejoría; ha disminuido de hecho. También, las decisiones tomadas para solucionar dicha problemática pretenden remediar la situación con más cascos verdes, con más motos en las calles y operativos insignificantes que, como todos sabemos, no llevan a nada; por no decir que fue esa la raíz del problema. Más policías no significan más seguridad y, tristemente, nosotros como ciudadanos tenemos que aprender a caminar día a día por zonas sin ley y esperar que la situación mejore. Hablo de supervivencia por una experiencia reciente, en la que tuve que escapar de un lugar infernal con mi bicicleta al hombro, bajando una pendiente empinada llena de rocas mientras, metros arriba, sujetos que no pudieron detenerme me lanzaban piedras, furiosos por su intento frustrado de robo. No sucedió nada grave, salí ileso del lugar con pequeños raspones y la zozobra en mi cabeza; entero, vivo. Han pasado ya dos días y cerrar los ojos trae a mi cabeza aquellas imágenes, aquellos segundos mostrándome cada paso, cada roca, cada rama por la que me deslicé en mi huida mientras mis piernas sostenían mi peso y me resbalaba, me deslizaba sin saber a donde ir; una situación traumática de la cual pretendo sacar provecho. El deseo de prepararme para estos momentos como este me motiva a llegar más lejos, a dejar atrás el pánico y saber qué hacer. Correr, correr, ir tan lejos que el riesgo se quede atrás. El miedo es un inhibidor que nos protege del peligro, y no invito a nadie a escapar de un robo en la manera que yo lo describo. Simplemente sentía deseos de escribir al respecto para sacar la idea de mi cabeza, todo lo negativo que pueda pasarme se va entre líneas como una historia que archivo en mi memoria para después volverla una anécdota, para después compartirla aquí y pensar que el tiempo ha pasado, que me río de ello como si hubiese sido solo un cuento que leí, una historia que apareció en mi cabeza. No soy el mejor atleta, ni el más fuerte o el más rápido, pero no me interesa serlo, me interesa vivir.

domingo, 2 de octubre de 2016

Caminos

Después de un largo día como este, no hay mejor sensación que la causada al sentarme en una silla cómoda a observar todas las capturas hechas en el día, cada imagen que se añadirá a mi galería y que trae a la cabeza un momento, una palabra, una decisión como la de salirse de la ruta por un momento. En efecto, salirse de la ruta me ha traído las mejores fotografías que he tomado en mucho tiempo pero, adicionalmente, se ha convertido en una razón para disminuir la velocidad de mi vida, mi reloj interno, mi deseo de ir más rápido. Mi realidad puede ser tan común como la de la mayoría de personas que me rodea pero son momentos cortos, instantes muy simples los que pueden convertir un buen paseo en una pesadilla; son apenas unos segundos los que pueden cambiar la vida de una persona por completo. ¿Una locura? ¿Un nuevo camino? Por supuesto que no. Más allá de redefinir una meta, me interesa evitar saltos innecesarios y riesgos absurdos para llegar a ella, a la original; la idea y el sentido de mi vida. Tener más cuidado no estaría mal, ver las cosas de otra manera no estaría mal. Vivir cada momento con la lentitud que este conlleva sin querer que pase rápido para ir al siguiente, de eso se trata el no correr, y no correré más. La razón de esta nota no es que haya tocado fondo, ni que haya chocado contra la realidad por fin después de tanto… No la escribo para demostrar mi deseo de disfrutar más cada momento, ni porque haya olvidado de qué se trata vivir. Escribo esta nota como un testimonio, como un papel manchado en la tinta proveniente de alguien que a la mitad del camino ha decidido terminarlo a su manera, como debió hacerse desde hace mucho. Sólo en el trascurso de este año diferentes eventos me han enseñado que puedo tener mucha suerte pero, por supuesto, las repercusiones que estos tienen en mi vida posterior no tardan en mostrarse, no tardan en causar los estragos que una mala decisión auguraba desde días, horas, minutos atrás. He tenido mucha suerte, pero no quiero una próxima vez, ni reírme de las desgracias propias nuevamente. No puedo borrar los pasos que he dejado en este largo sendero, pero puedo cambiar de dirección para llegar al mismo estado que ayer, hoy y mañana pude, puedo y podré llamar felicidad.

sábado, 1 de octubre de 2016

Amanecer

La imaginación hace estragos cuando se está dormido, y la fantasía puede rebasar la realidad con facilidad para pintar un escenario completamente distinto al de una habitación, al de un cuarto vacío. Hay dibujos por todas partes y puedo reconocerlos en la distancia, en la oscuridad del lugar donde me encuentro. Dibujos de hace unos meses, de hace unas semanas, de hace unos días… Todos se agitan por una corriente de aire que mi piel no siente, que mi cuerpo no percibe. Los dibujos caen de donde están sujetos y se pierden en el suelo, como si un abismo estuviese bajo mis pies sin saberlo. Si estoy allí, ¿por qué no he caído? Una base sólida me sostiene, una pequeña atadura a la realidad, una pequeña atadura a la idea de estar lejos del abismo pero con los pies en él, deseando con todas mis fuerzas alejarme. Para cuando desperté y abrí los ojos, los dibujos seguían en su lugar, la oscuridad de la que tanto hablaba había sido remplazada por las primeras luces del día, por los rayos del sol que fácilmente entran por mi ventana. Ningún dibujo ha caído, y decido limpiarlos rápidamente. Es entretenido remover el polvo acumulado por el tiempo mientras cada trazo me trae un recuerdo, mientras cada pequeña línea en esas piezas de papel me trae a la cabeza épocas agradables, momentos felices que hoy me acompañan como pasado, como presente y como lo que quiero para un futuro. El abismo bajo mis pies ya no está, el colorido suelo de mi habitación refleja los rayos del sol en cuanto abro las cortinas y cada figura es ahora más clara, más viva. En realidad, es irónico tratar de arreglar las cosas cuando en mis sueños todo parece deshacerse, pero una mentalidad pesimista puede ser fácilmente erradicada con la ausencia de su causa, Con una decisión se empieza, con una nota se termina.