jueves, 27 de abril de 2017

Impulsos

“Hablamos…. Hasta el amanecer. Sentados en el amplio sofá de la sala principal, conocía nuevamente a Christine, a la chica misteriosa que lentamente dejaba atrás los misterios, los secretos, que lentamente sacaba su vida de la niebla. Ya no omitía los detalles importantes que antes pintaba como esbozos, era como si se hubiese abierto por completo, como si ya no le importara ocultarse entre las sombras mientras hablaba conmigo. Lentamente se iba la oscuridad, lentamente salía el sol. Su relato comenzó mucho antes de llegar a la ciudad, cuando todavía vivía con sus padres en las afueras de Chicago. La familia Moore no era muy adinerada, vivían humilde y honradamente. Adam Moore, su padre, trabajaba en una fábrica de zapatos cercana mientras su madre, Virginia, se quedaba en casa a tejer y a cuidarla, a guiar sus primeros pasos. Así pasaron varios meses, varios años de una vida tranquila que parecía no poder acabar. Mañanas enteras trepando a las copas de los árboles en su jardín trasero, tardes de paseos a través de los campos de cultivo aledaños y noches estrelladas jugando con los animales silvestres que vivían en el arroyo junto a su casa. Su deseo de conocer el mundo aumentaba día a día, pues al no tener hermanos o hermanas, se sentía sola estando rodeada de tanto verdor y deseaba más que a nada tener a alguien con quien compartir sus aventuras, sus historias, sus secretos. Adam y Virginia, queriendo ver a su hija feliz, la inscribieron en una escuela local. Por su personalidad tan extrovertida y su extraña manía de ayudar a todo aquel que necesitara una mano, Christine hizo amigos con facilidad y se ganó el cariño de los profesores en cuestión de semanas. Sus padres estaban orgullosos de cada uno de los pequeños logros que le eran reconocidos y confiaban en que todo seguiría de la misma manera, estaban convencidos de que nada podría arrebatarles lo que tenían en ese momento. Poco después de cumplir 14 años, fue cuando todo cambió en su vida, cuando lo que podía considerar inmutable mutó completamente. Adam llegó a casa una noche muy preocupado, anunciando que la fábrica había cerrado y que los ahorros que tenían no durarían mucho. Virginia y Christine se sentaron a su lado viéndolo tan atribulado, lo consolaron, le aseguraron que todo estaría bien a la mañana siguiente y él lo creyó así, se mantuvo fuerte porque era en él quienes se apoyaban ellas dos. En efecto, a día siguiente Adam comenzó a buscar un empleo, duró una semana entera recorriendo el pueblo de arriba abajo y recibiendo respuestas negativas de un lado a otro. Nada salía, nadie quería contratarlo, lentamente perdía la esperanza y, desesperado, entró una tarde a un casino en donde perdió hasta el último billete que llevaba en sus bolsillos. Iba a salir de ese lugar, a volver a casa y a reanudar su búsqueda cuando estuviese más tranquilo, pero alguien le pidió que se quedara, alguien le ofreció la solución a sus problemas con la condición de que volviera. Adam dejó de buscar, volvió al casino a la mañana siguiente, y a la mañana siguiente, y a la mañana siguiente. Se llenaba del humo del cigarrillo y del aroma del alcohol, del sabor amargo en sus labios resecos que se iba con la dulce sensación de ver las monedas caer de la máquina. Ya no volvía a casa en las noches, a veces no volvía por días enteros y cuando lo hacía, estaba de mal humor por haber perdido. Tentando por sus amistades en el casino, Adam comenzó a consumir heroína, a descuidar su apariencia y sus responsabilidades, a deshacerse lentamente mientras se hundía en un pozo sin fondo. Virginia, preocupada por la situación en su hogar y hondamente deprimida por lo que sucedía con su esposo, se quebró también. Se hizo adicta a las pastillas para dormir, se acostumbró a mantenerse bajo sus efectos solo para no enfrentar lo que estaba sucediendo. Permanecía acostada todo el día, encerrada en su habitación. Ya no hablaba con su hija y cuando lo hacía, era para gritarla y maltratarla, para desahogar inconscientemente la frustración que le generaba el ver que su vida perfecta se había ido abajo. La sumatoria de todos estos eventos afectaba profundamente a Christine, quien comenzó a descuidar sus notas a causa del no dormir bien, a causa del no comer bien. Sus compañeros y profesores no entendían qué sucedía, no entendían como en un par de meses la chica dulce que conocían había desaparecido. Ella no quería dar explicaciones tampoco, se encerraba en su propia burbuja y, cuando sentía que hacían demasiadas preguntas, respondía con hostilidad y se alejaba de todos. Una tarde, al salir de la escuela, Christine volvió a casa y entró a hurtadillas a la habitación de sus padres, deseosa de hablar con su madre y arreglar las cosas. Virginia estaba tendida sobre la cama, como cada tarde que su hija llegaba a casa. Sobre la mesa de noche reposaba una taza de café vacía y un plato con un pan medio mordido, ambas cosas llevaban allí varios días ya, Christine las había llevado para que Virginia comiera. Se acercó a su madre y movió sus hombros primero suavemente, luego un poco más fuerte. Le pedía, le suplicaba que despertara mientras su voz se quebraba, amenazando con desencadenar el llanto el cualquier momento. No conseguía nada, no se movía, no despertaba. Christine se alejó de la cama y, llena de ira, llegó al armario, abrió la gran puerta de madera que rechinó agudamente. De su interior, tomó una gran maleta de mano roja y volvió a cerrar la estrepitosa puerta. Inconscientemente, Christine quería que su madre se diera cuenta de lo que estaba sucediendo, inconscientemente quería que la detuviera. No lo hizo, las pastillas la tenían en un sueño tan profundo que nada ni nadie podría despertarla por ahora. Christine salió de allí con la maleta de mano en sus manos, si siquiera cerrar la puerta, mientras pequeñas lágrimas rodaban por sus mejillas y silenciosos sollozos se le escapaban. Fue a su habitación y al entrar, caminó a su mesa de noche y tomó la alcancía entre sus manos. La lanzó contra el suelo, rompiéndola en cientos de pedazos. De los trozos de porcelana rotos tomó todas las monedas y las guardó en una bolsa que puso en el bolsillo de su chaqueta. Comenzó a empacar, guardó toda su ropa en la maleta de mano y, como le quedaba espacio, llevó algunos de los libros que no había leído todavía también. Cerró la cremallera, levantó la grande y pesada maleta de mano de su cama y salió de la habitación dando pasos temblorosos que lentamente ganaban fuerza, seguridad. Al cruzar el pasillo, al bajar las escaleras, al cruzar el umbral de la puerta, ya no tenía miedo de tomar el siguiente autobús a Chicago. ¿Y la escuela? ¿Y sus amigos? ¿Y sus profesores? Todo se quedaría atrás, no tendría que volver a traer nada de eso a la mesa. Miró hacia la distancia, hacia el horizonte, parada frente a la entrada de su casa, en la acera. Faltaban algunos minutos para la puesta de sol, pero ella no miraba hacia el cielo, sino hacia la carretera vacía que conducía a la ciudad. De repente escuchó un ruido, un potente motor se acercaba, el transporte azul que la llevaría a su destino, podía reconocerlo como cuando lo veía pasar sin intenciones de irse, con intenciones de quedarse. Ya no, no más. Christine Levantó la mano y el gran autobús se detuvo, frenó en seco y abrió sus puertas. La pequeña chica entró pero, al contar las monedas y darse cuenta de que no tenía suficiente para pagar el pasaje, miró al conductor con una mueca lastimera y este le sonrió, la dejó pasar sin pagar. Christine le sonrió de vuelta y caminó hasta llegar al fondo del autobús, en donde había una silla vacía junto a una señora que dormía y roncaba. Tomó asiento y pronto se quedó dormida también, sosteniendo fuertemente la maleta con ambas manos No despertó hasta que la misma señora sacudió su hombro ligeramente para indicarle que ya habían llegado a la terminal de autobuses de Chicago. El sol había desaparecido por completo, el anochecer había llegado mientras dormía. Christine refregó sus ojos, se puso de pie y le agradeció a la señora. Su estómago rugía fuertemente, descendió del autobús y puso sus pies en el frío cemento de la terminal. Christine comenzó a buscar algo de comer con la mirada. Vio un quiosco en la distancia que era atendido por un sujeto de barba, se acercó a él y, sacando las monedas que no había usado en el pasaje, compró varios panecillos que devoró con avidez, calmando momentáneamente el hambre que la acechaba. Se alejó del quiosco y caminó algunos minutos alrededor de la terminal sosteniendo su maleta de mano, mientras una sola pregunta rondaba una y otra vez en su cabeza: ¿Y ahora qué?."

viernes, 21 de abril de 2017

Recuerdos amargos

“En cuanto sus lágrimas pararon de caer, en cuanto recobró un poco la calma, Christine me pidió que la dejara sola y así lo hice. Me puse de pie y abandoné el segundo piso de la casa de Grace, descendí por la escalera principal y salí por la puerta trasera, por el mismo lugar que habíamos entrado anteriormente. Allí, sentado junto a los matorrales, me quedé por varios minutos vigilando el umbral, prestando especial atención a cualquier sonido proveniente del interior de la casa. No escuchaba pasos, no escuchaba voces, no escuchaba ninguna clase de ruido y pronto sentí ganas de entrar nuevamente para ver qué estaba sucediendo. ¿Debía llamar una ambulancia? ¿Debía llamar a la policía? Sacudí mi cabeza para espantar estos pensamientos y me tranquilicé, entonces la puerta trasera se abrió de golpe. Bajo el umbral apareció la figura de Christine, quien salió de la casa dejando la puerta tal y como la habíamos encontrado. Comenzó a caminar hacia los matorrales, me puse de pie y analicé a la chica de arriba abajo, parecía más tranquila ahora y daba pasos firmes sobre las grandes losas de cemento presentes en aquel jardín. En cuanto llegó a mi lado, la abracé nuevamente y ella se acurrucó en mi pecho mientras parecía tratar de contener el llanto, mientras su respiración entrecortada revelaba lo que sucedía en su interior. Inhaló, exhaló aire profundamente y luego se separó, retomó la marcha invitándome a seguirla con una seña. Asentí con la cabeza y caminé tras ella, seguí sus pasos a través de las losas y la hierba ya crecida para abandonar el jardín trasero. Llegamos a la entrada principal en cuestión de segundos, la calle todavía estaba vacía y tranquila. Christine se separó, corrió hasta llegar a su motocicleta y tomó el casco del asiento. Lo sostuvo por algunos segundos en sus manos, como si estuviera viendo su reflejo, luego levantó la mirada y la dirigió hacia la mía mientras yo todavía caminaba en su dirección.

—Debemos irnos —Christine se puso el casco—, sube ya.
—¿Irnos? ¿Qué pasará con Grace?
—Grace está muerta Evan. No podemos hacer nada ya.
—Eso ya lo sé Christine. Lo que quiero decir es… ¿Qué va a pasar ahora? ¿Qué sucedió aquí?
—Vinieron a buscarme, eso sucedió. —Christine abrochó los seguros bajo su cuello—. Nos vamos a ir, eso va a pasar ahora.
—¿Vinieron a buscarte? ¿Quiénes?
—¡Evan! —Christine levantó la voz, alterada—. ¡Deja de hacer preguntas y sube a la motocicleta!
—¿Y si me rehúso?
—Puedes quedarte, y cuando la policía llegue responder tú las preguntas que hagan.
—¿La policía? —Pasé saliva—. ¿Vienen en camino?
—Vienen en camino. Ellos se harán cargo de esto. ¿Entiendes ahora? —Christine subió a la motocicleta de un salto y encendió el motor, llevándose el silencio del lugar—. ¡Sube ya!
—Es irónico —dije mientras me subía tras ella—, muy irónico.
—¿Qué es irónico?
—Qué tú hayas llamado a la policía.
—No lo es Evan. Yo no soy nadie más que Christine Moore.
—Si fuera así, esto no habría sucedido.

No escuché una respuesta diferente a la del rechinar de las ruedas. Comenzamos a movernos rápidamente, me sujeté al asiento con mis manos mientras avanzábamos por la avenida Oakton en dirección a Chicago. La luz del sol casi había desaparecido por completo, eran las estrellas las que se dejaban ver ahora en el cielo mientras algunos rayos en el oeste todavía coloreaban el paisaje de amarillo y naranja. Como yo no llevaba casco, tuvimos que desviarnos cerca de la ciudad para entrar a ella por una avenida menos transitada y evitar así a los policías de tránsito que nos detendrían por tal infracción. Estaba nervioso, pero los minutos que duró el recorrido pasaron rápidamente; pronto reconocí las calles, los nombres en las señales, pronto sentí que estaba de nuevo en casa. Llegamos a la calle 11 con 14, al umbral del edificio 4321, pero lo pasamos de largo y entramos al túnel que quedaba a un costado. Descendimos por una oscura rampa hasta llegar a las puertas del garaje, luego estas se abrieron lentamente y el olor a gasolina invadió mi nariz. Decenas de automóviles, algunos de ellos muy lujosos, se encontraban allí parqueados. Nos detuvimos a un costado y Christine apagó la motocicleta. Nos bajamos de ella y comenzamos a caminar en dirección al elevador mientras la chica se quitaba el casco y secaba las pequeñas gotas de sudor presentes en su frente. Estando frente a las puertas metálicas, presioné el botón ubicado a un costado y una luz se encendió en él. Escuchamos varias campanillas, las puertas se abrieron después de un momento, revelando los espejos y las luces y los botones del lujoso elevador. Entramos, Christine presionó el botón con el número 15 y las puertas se cerraron, ascendimos hasta el último piso de aquel edificio de cristal. 12, 13, 14, 15; las puertas volvieron a abrirse, esta vez en nuestro destino. Todas las luces en la sala principal del departamento estaban encendidas, y Nicco se encontraba sentado en el sofá mirando televisión y comiendo golosinas que lanzó por el aire en cuanto nos vio entrar. Se puso alerta, pero se tranquilizó en cuanto nos reconoció y, recogiendo sus golosinas del suelo, nos saludó alegremente desde donde estaba. Christine no respondió a su saludo, tenía la cabeza en otra parte. Nicco dejó lo que estaba haciendo para acercarse a nosotros, para acercarse a Christine y saber qué estaba sucediendo.

—¿Está todo bien?
—Grace está muerta Nicco.
—¿Qué?
—Sombra fue a buscarme a Des Plaines… —La voz de Christine comenzó a quebrarse de nuevo y sus ojos volvieron a humedecerse, como si la imagen vista todavía siguiera presente en ellos—. No me encontró y…
—Christine…. —Nicco la abrazó fuertemente, mientras la chica lo abrazaba también—. Lo lamento de verdad.
—Lo pagará —susurró Christine entre dientes, pegada al pecho de Nicco—, lo pagará y muy caro.
—No entiendo por qué Sombra iría tras Grace.
—Nicco, si no puedes llegar a la cima de un castillo ajeno, quiebras sus cimientos, lo rompes desde abajo y cuando se desmorone podrás poner tu reino sobre los escombros.
—¡Oigan! —Interrumpí la conversación y el abrazo—. Lamento importunarlos pero… ¿Quién es Sombra?
—La competencia Evan —respondió Christine mientras soltaba a Nicco—, si así puede llamarse.
—¿Competencia?
—El tipo que controla la zona sur.
—Supongo que no es amistoso.
—Después de lo que viste esta tarde, supones muy bien Evan.
—No puedo creerlo... —Me quedé callado unos instantes, tratando de organizar las ideas en mi cabeza—. Quiero ir a casa.
—No voy a dejar que te vayas. —Christine sostuvo mi mano—. Hablo en serio.
—¿Por qué no?
—Evan, estás viviendo en el departamento de Grace. Si llegaron a su casa, pueden llegar allá también. No es seguro.
—Christine tiene razón Evan —agregó Nicco seriamente—, es mejor que te quedes aquí.
—Están exagerando. No tengo nada que ver con ustedes.
—Grace tampoco tenía nada que ver con nosotros Evan.
—¡Por favor! —Subí la voz—. ¡Solo quiero ir a casa! 
—Christine… —murmuró Nicco—. Tal vez Evan tenga razón. Puedo llevarlo a casa y tratar de obtener respuestas en los alrededores.
—Ninguno de los dos va a salir a exponer el pellejo. —Christine interrumpió a Nicco y cambió el tono de su voz, tratando de persuadirlo—. Nos quedaremos aquí mientras aclaramos lo que sucedió.
—¡Es claro lo que sucedió Christine! —Nicco también cambió su tono, pero parecía molesto—. ¿Qué estamos esperando? Tenemos que ir tras Sombra, tras su gente, antes de que se escondan y perdamos su rastro.
—No podemos solo salir a la calle Nicco, eso es lo que ellos quieren.
—¿Entonces qué propones eh? ¿Quedarnos encerrados hasta que vengan y nos maten como a mi padre?

En cuanto pronunció estas palabras, Nicco se dio la vuelta lleno de ira y caminó en dirección a su habitación, cerrando violentamente la puerta tras de sí. Christine se quedó estática en la sala principal, enmudecida, como si por un momento hubiese dejado de respirar, como si por un momento su corazón hubiese dejado de latir. Su mirada se encontraba apagada, perdida, había perdido el brillo completamente. Dio unos pasos hacia la mesa de cristal sin siquiera notar que yo la analizaba minuciosamente, sin siquiera notar que mis ojos seguían hasta el más mínimo de sus movimientos. Christine sacó de su abrigo la nueve milímetros, la sostuvo en su mano derecha por unos segundos y luego la dejó sobre la mesa. Sus sollozos comenzaron a llevarse el silencio del departamento, sus lágrimas comenzaron a caer y a llenar el grueso cristal de pequeñas gotas de agua salada, a llenarlo de recuerdos amargos. Quizá en ese momento cambió todo, en el momento en el que decidí dejar el lugar dónde estaba para acercarme a la mesa, para acercarme a ella. La abracé por la espalda en cuanto llegué, sus cálidas lágrimas mojaban mis brazos, se deslizaban por mi piel descubierta llevándose con ellas el frío, el miedo… Las ganas de irme de ese lugar."

domingo, 16 de abril de 2017

Secretos

“En cuanto acabé el contenido del vaso, en cuanto no quedó ni una sola gota, lo dejé sobre la mesa y, lanzando una última mirada a las dos personas que tenía a mi alrededor, me acerqué a la puerta principal con la intención de salir. No escuché ninguna voz que me detuviera, ni esperaba en realidad escucharla, giré la perilla y abrí la puerta, cerrándola tras de mí. Caminé por un oscuro pasillo hasta las escaleras y bajé escalón por escalón desde el piso número 14 hasta la recepción, en donde me despedí del portero y salí del edificio. No sabía qué hacer, pero sabía que no quería estar más en ese lugar. Me acerqué a la avenida y tomé un taxi, le pedí al conductor que me llevara a la State con 53. El tráfico avanzaba lentamente, me recosté en el espaldar y me concentré en el sonido de la radio. El locutor repasaba rápidamente algunos de los eventos más destacados en la ciudad; hablaba de política, hablaba de la bolsa, hablaba del clima. Era una voz arrulladora que entraba a mis oídos mientras miraba por la ventana en dirección a los edificios por los que pasábamos. Se quedaban atrás, las personas se quedaban atrás, los ciclistas se quedaban atrás, todo se quedaba atrás. Recordaba las palabras de Christine, su miedo expresado en su voz mientras me revelaba sus secretos. Pensaba en Nicco, en el cambio que había sobrevenido en él después de un trágico evento como la desaparición de su padre, quien posiblemente había muerto a manos de extraños. Pensaba en aquellos extraños, y me repetía una y otra vez que no eran diferentes a Nicco, a Christine. Era su mundo, era lo que sucedía allí. Estaba cansado, cerré los ojos y no los abrí hasta que estábamos a algunas calles del punto indicado. Llegamos a la recepción del edificio 7153 en menos de 30 minutos. Pagué, me bajé del taxi y cerré la puerta. Miré hacia el umbral y me acerqué. El portero, Mario, estaba allí de pie recostado contra la pared. Me saludó amablemente y nos quedamos hablando un momento.

—¿Alguna noticia de Christine?
—No… —Pasé saliva—. Nada todavía Mario.
—Si tan solo Grace contestara su teléfono…
—¿Has tratado de llamarla?
—Lo he intentado, pero no contesta nunca mis llamadas.
—¿Y cuando fue la última vez que lo hiciste?
—Hace dos días. 
—Supongo que lo intentaré yo también —me quedé pensando un momento—, es más, iré a visitarla hoy mismo.
—Eso estaría bien, quizá ella sabe algo.
—Quizá… —Asentí con la cabeza mientras inconscientemente deseaba que no fuera así, mientras deseaba que Grace no supiera nada todavía—. Subiré un momento, hablamos luego Mario.
—Buena suerte Evan.

Entré al edificio y subí las escaleras. Llegué al quinto piso y, estando frente a la puerta del departamento, tomé las llaves de mi bolsillo y la abrí rápidamente. Entré, sin cerrar, sabía que no tardaría en salir nuevamente. Corrí a mi cuarto, comencé a buscar en los cajones de un armario que había comprado recientemente un papel, el papel con la dirección y el número de Grace que ella misma me había entregado semanas atrás. Al encontrarlo bajo una pila de camisas, lo tomé entre mis manos, lo doblé y lo introduje en el bolsillo de mi pantalón, luego me dirigí a la puerta y salí del departamento, convencido de que no tenía tiempo que perder. Bajé las escaleras a toda carrera, llegué a la recepción y me despedí de Mario, quien se encontraba ocupado organizando algunos recibos. Escuché su voz desearme buena suerte mientras pasaba por el umbral del edificio, luego el silencio se quedó atrás, el ruido de la ciudad me daba la bienvenida. Vi un taxi pasar y lo detuve de inmediato, entré al vehículo sin pensarlo dos veces. Estando adentro saqué el papel de mi bolsillo, lo desdoblé cuidadosamente y le pedí a conductor que me llevara a la dirección que se encontraba allí. El sujeto tomó el papel entre sus manos y se quedó pensando unos instantes. Tenía miedo de que dijera que no podía llevarme, por lo que se trataba de una dirección en las afueras, pero me tranquilicé en cuanto me devolvió el papel y pisó el acelerador. A diferencia del conductor anterior, este no llevaba la radio encendida, por lo que mi única distracción era mirar por la ventana. El tráfico avanzaba sin problemas, estaba convencido de que no tardaríamos mucho en llegar. Tomé mi celular y busqué en el mapa la dirección de Grace para hacerme una idea del recorrido. Avenida Oakton 9537, Des Plaines. Estábamos a 15 kilómetros, no era en realidad muy lejos del centro de la ciudad, ni de la ciudad en sí. Dejé el celular sobre mis piernas y cerré los ojos, quería organizar las ideas que tenía en mi cabeza y, sobre todo, preparar la mejor forma de decirle a Grace lo que estaba sucediendo. Debatía conmigo mismo, ponía sobre la mesa los pros y los contras de contarle a Grace lo sucedido aquella tarde, ponía sobre la mesa los pros y los contras de mantenerme callado y hacer de esta visita algo casual. ¿Y si me preguntaba por Christine? ¿No sospechaba acaso? ¿Cómo era posible que siendo amigas no supiera nada? Sacudí mi cabeza y escuché una melodía conocida, era mi teléfono, alguien me estaba llamando. En la pantalla, estaba el nombre y el número de Mario, contesté la llamada y acerqué el teléfono a mi oído.

—¿Nicco?
—¿Qué sucede Mario?
—¿Dónde estás?
—En un taxi, rumbo a la casa de Grace. ¿Qué sucede?
—Es Christine…
—¿Christine? —Apreté el teléfono con fuerza—. ¿Qué pasó?
—Estaba en el edificio —Mario se quedó callado unos instantes, y agregó—, vino a buscarte.
—¿Y? ¿Qué le dijiste?
—Qué irías a ver a Grace. Por eso te llamo.
—No entiendo Mario.
—En cuanto dije que irías a ver a Grace, Christine enloqueció. —Mario sonaba nervioso, desconcertado—. Comenzó a hacer preguntas y luego se fue, sumamente molesta.
—¿Molesta? —Pasé saliva y aclaré mi voz— ¿Sabes a dónde fue?
—No me dijo nada, pero por su actitud, creo que también va en camino.
—¿La viste tomar un taxi?
—No, iba en su motocicleta.
—Vaya…
—¿Qué?
—No sabía que Christine tuviera una motocicleta.
—Tampoco yo, pero ese no es el punto Evan. —El tono de voz de Mario era serio, grave—. Por favor, ¿qué está sucediendo?
—No lo sé Mario… Pero te avisaré cuando llegue a la casa de Grace.
—Ten cuidado Evan.

Colgué la llamada y le pregunté al conductor cuánto tardaríamos en llegar. Me aseguró que no más de 15 minutos, si el tráfico seguía moviéndose de esa manera. En efecto, 15 minutos después, nos detuvimos frente a una gran casa de madera marrón, con un hermoso y bien cuidado jardín delantero. Era la 9537 de la avenida Oakton, me bajé del taxi, le pagué al conductor y cerré la puerta. Seguí el vehículo con la mirada, lo vi alejarse, tomar la siguiente intersección mientras yo caminaba por las losas de ladrillo hacia la puerta blanca que tenía frente a mis ojos. Estando frente a ella, no vi ninguna clase de timbre o botón. Comencé a golpear suavemente con los nudillos, una, dos, tres veces. Pasaban los segundos, no parecía haber respuesta del interior. Volví a golpear, y a golpear nuevamente; nada, nada de nada. Quizá se encontraba afuera, quizá alguien la había visto salir. Me di la vuelta y miré a mi alrededor, hacia las casas vecinas. No había nadie afuera, la calle estaba desierta, no había otro sonido distinto al del viento sacudiendo las hojas de los cientos de árboles presentes en ese lugar. Me senté frente a la puerta y tomé el celular de mi bolsillo. Marqué el número de Grace, pero no obtuve respuesta ni en la primera, ni en la segunda, ni en la tercera llamada. Iba a llamar a Mario, cuando de repente un ruido proveniente de la distancia, un motor muy potente, comenzó a opacar el sonido de la brisa, el sonido de las hojas. Pude entonces reconocer a lo lejos la silueta de una motocicleta que se acercaba a toda velocidad. Fue como una especie de sacudida, una especie de choque eléctrico que me despertó. Me puse de pie inmediatamente y me concentré en la figura ruidosa que se aproximaba. ¿Podría ser? La motocicleta no disminuía su velocidad, no parecía que fuera detenerse. Al cabo de unos segundos pasó de largo por donde yo estaba y entonces me tranquilicé, hasta que unos metros más adelante frenó en seco y dio un giro de 180 grados, luego aceleró de nuevo y se detuvo frente al jardín de la 9537. La piloto, quien llevaba puesto un jean, unas botas y una blusa roja, se bajó de la motocicleta azul, se quitó el casco y mientras lo sostenía en sus manos sacudió su cabello. Fue entonces cuando puede reconocer los mechones castaños de Christine, quien después de dejar el casco sobre el asiento de la motocicleta se acercó a la puerta con la mirada encendida, llena de ira. 

—¡Tú! —Gritó—. ¡Qué le dijiste!
—No he hablado con ella.
—¿Acabas de llegar?
—Llegué hace unos cinco minutos, tranquilízate.
—Evan… —Christine recobró la calma—. Yo… ¿Qué vas a hacer?
—No lo sé todavía.
—¿Vas a contarle lo que te dije?
—No lo sé… —Desvié la mirada, en dirección al jardín, a las flores que allí crecían—. No estoy seguro.
—Grace no puede saberlo Evan, no puede.
—¿Por qué no?
—¿Por qué no? —Christine hizo una mueca burlona mientras repetía mis palabras—. ¿Lo dices en serio? No tiene que saberlo, las razones son obvias.
—Quizá para ti lo son.
—Es por su propio bien Evan… —Christine bajó el tono de su voz—. Odiaría que le pasara algo por mi culpa.
—Es mejor que hables con ella.
—Evan…
—Tienes que hacerlo Christine. Ella es tu amiga, ella entenderá.
—Ella no podría entenderlo.
—¿Cómo lo sabes si nunca le has dicho nada?
—¡Evan! —Christine volvió a subir la voz—. ¡No estoy robando frutas de una tienda! —Envió las manos a su cabeza y sujetó su cabello castaño, estaba exaltada—. Esto es grave, esto es muy grave. He perdido a varios amigos, he perdido a varias personas que me importan, no quiero perderla a ella también.
—Si es tu amiga… Si te importa… ¿Por qué no le dices?
—Espera…
—¿Qué?
—¿Dijiste que llegaste hace cinco minutos?
—Eso dije.
—¿Por qué no has entrado?
—He golpeado varias veces, creo que no hay nadie.
—¿No hay nadie? —Christine repitió mis palabras con cierto escepticismo—. Vamos, sígueme. 
—¿A dónde vamos?
—A la entrada trasera.

Rodeamos la casa en cuestión de segundos y llegamos a la entrada trasera. Estando frente al umbral, Christine golpeó la puerta suavemente con su mano izquierda. En cuanto sus suaves nudillos tocaron la madera, esta se movió, cedió; estaba abierta. Christine se puso alerta, envió la mano al bolsillo de su chaqueta y sacó de esta una 9 milímetros que sostuvo con su mano derecha mientras con la izquierda abría la puerta de golpe, abalanzándose hacia el interior de la casa. Yo me quedé estático, paralizado. No podía creer lo que acababa de ver, escuchar la vida de Christine de su boca era completamente distinto a verla actuar, a verla romper con una simple movida esa imagen de la chica dulce que conocí al llegar a la ciudad, con quien hablé de camino al centro comercial y quien se ofreció a ayudarme sin esperar nada a cambio. Esa imagen aún seguía viva en mi cabeza después las revelaciones previas, pero lentamente me daba cuenta de que estaba equivocado, de que estaba viendo algo inexistente. Escuché nuevamente ruidos en el interior, era Christine subiendo las escaleras a toda carrera. Entré a la casa y cerré la puerta tras de mí, luego escuché un grito desgarrador proveniente del segundo piso. Subí las escaleras corriendo, para ver a Christine de pie frente al umbral de una de las habitaciones con las manos en su boca y los ojos abiertos de par en par. Estaba recostada contra la pared, y lentamente comenzó a dejarse a caer, a deslizarse mientras lagrimas transparentes rodaban por sus mejillas. Había dejado caer el arma al suelo, y esta reposaba a su lado mientras ella sollozaba amargamente en posición fetal. Me acerqué a ella, me agaché y le pregunté qué sucedía, pero no parecía estar prestándome atención, estaba en shock repitiendo palabras sin sentido. Había un aroma extraño en el aire, dirigí la mirada hacia la puerta frente a nosotros. Dentro de la habitación estaba el cuerpo de Grace sin vida, tendido sobre las losas de madera con un papel en sus manos. Cerré los ojos, los apreté con fuerza, tratando de olvidar inmediatamente esa escena, de borrarla de mi memoria. No podía ser cierto, no podía ser verdad. Me quebré, rodeé a Christine con mis brazos mientras sus lágrimas ya no se contenían, mientras las mías tampoco se contenían, mientras juntos dejábamos salir el dolor con el pasar de los minutos, de las horas de una tarde de sábado que lentamente llegaba a su fin.”

jueves, 13 de abril de 2017

Revelaciones

“El nuevo departamento era mucho más amplio, mucho más lujoso. La vista, para empezar, abarcaba la ciudad entera. Los grandes ventanales de piso a techo permitían ver lo que había de norte a sur, de oriente a occidente; ningún edificio se escapaba, ninguna calle se quedaba atrás. Un inmenso candelabro de cristal colgaba del techo en la sala principal. Decenas de luces de colores que provenían de él iluminaban las losas, iluminaban los muebles, iluminaban los rostros de quienes estábamos allí presentes. El rostro de Christine también estaba radiante, como su sonrisa, pero no era por la luz del candelabro, era un brillo diferente. Se puso de pie, abandonó el sofá de cuero en el que se encontraba sentada y dando largas zancadas llegó al umbral de la puerta. Christine me rodeó con sus brazos, me apretó fuertemente y yo hice lo mismo, rodeé con mis brazos a la pequeña chica mientras Nicco cerraba la puerta, mientras Nicco caminaba en dirección al ventanal y abandonaba el umbral mirándonos con una mueca burlona en su rostro. En cuanto el abrazo terminó, Christine tomó mi mano y me condujo hasta el sofá, en donde tomamos asiento y comenzamos a hablar. Ella se adelantó a tomar la palabra, y primero tocó el tema del estudio. Me aseguró que sus notas estaban mejor de nunca, que la graduación era un hecho y que en cuanto esto sucediera saldría del país, viajaría con el dinero que estaba ahorrando en su trabajo. No tenía un destino fijo, simplemente quería perderse, desconectarse de todos los recuerdos que ya había dejado grabados en su memoria. Aproveché que ella misma había traído el tema a la mesa para preguntarle por su trabajo, por el gran trabajo del que Nicco y ella me habían hablado anteriormente. Christine se quedó callada, pasó saliva, trató de aflojar el nudo en su garganta. Aunque esperaba de nuevo una excusa, un interrogante o una respuesta negativa más que una respuesta en sí, el semblante de Christine me revelaba que algo la estaba ahogando, que en serio necesitaba dejar salir aquello que tenía en su cabeza, aquello que turbaba sus pensamientos. Algo me decía que obtendría las respuestas que buscaba. La chica misteriosa dejaba atrás su máscara, era como si esta se cayera, como si esta desapareciera al igual que la necesidad de esconderse con cada palabra que salía de sus labios rosados. Su tono de voz cambió drásticamente, pero seguía siendo audible y claro. Hablaba con sencillez, casi con descaro, como si en realidad le diera igual el calibre de lo que me decía, la relevancia que esto tenía para mí y la revelación que esto representaba. Pude entonces entender que el trabajo en la oficina del que hablaba anteriormente era solo una fachada, que su verdadero trabajo era la distribución de drogas en la zona norte de la ciudad. Era ella quien ayudaba al encargado de esa zona, era ella quien ayudaba a Dimitri Versov, la misma persona que la recibió cuando apenas había llegado a la ciudad. Cuando Dimitri desapareció casi cuatro meses atrás, ella tomó el control de la zona inmediatamente, reorganizó las cosas y siguió su camino, no tenía otra opción. Hizo una pausa, tomó aire y se quedó mirando en dirección a la ventana, en dirección a Nicco que seguía allí de pie completamente ensimismado. Por mi parte, no sabía qué decir, cómo responder a toda la información que estaba recibiendo por sorpresa, pero me alivié al notar que Christine no había acabado, que todavía quedaban muchas cosas por salir. Ahora, años después de su llegada a Chicago, años después de adaptarse a la doble vida que llevaba, me decía que había algo que la mantenía intranquila, el miedo de que todo se viniera abajo y de que su comodidad se acabara por completo. Sabía con qué estaba jugando, sabía con quienes estaba jugando, y por ello decidió tomar medidas preventivas. En cuanto conoció a Nicco y supo que se había quedado sin trabajo, vio una oportunidad no solo para ayudarlo a él sino para ayudarse a sí misma, pues sabía que trabajando en conjunto sería más fácil manejar las cosas, como en los viejos tiempos. Fue a visitarlo pocos días después de su primer encuentro en mi departamento y le presentó aquella realidad cargada de adrenalina, de dinero fácil, de poder. Le habló de su padre, le reveló sus secretos y lamentó con él su desaparición, lamentó con él su pérdida. Le aseguraba que harían pagar a los responsables, que solo debía seguirla y todo estaría bien. El deseo de venganza, la ira, una oportunidad para dejarla salir; Nicco se quebró. Sus convicciones se desmoronaron y decidió a trabajar con Christine, tentado por la idea de tener una vida llena de lujos, una vida con la que solo soñaba. Ahora no tenía que soñar, ahora podía tener todo lo que quisiera. Christine volvió a hacer una pausa y esta vez se puso de pie, comenzó a caminar en dirección a la cocina, asegurando que necesitaba un vaso de agua. Me quedé allí sentado mientras Nicco me miraba fijamente con sus ojos negros brillando, humedecidos quizá por escuchar nuevamente el desenlace de la historia de su padre. Un evento trágico lo había vuelto vulnerable, lo había vuelto maleable, lo había sumergido en el mundo que se encontraba ahora. Si hubiera sabido quién era Dimitri antes de que este desapareciera, ¿sentiría lo mismo ahora? ¿Habría dado los mismos pasos? Christine apareció en el umbral de la cocina con tres vasos de cristal vacíos y se acercó a la mesa de cristal en la sala principal. Había sobre ella una jarra muy elegante, la tomó con su mano derecha y vertió el contenido en cada vaso, luego nos invitó a acercarnos a la mesa. Nicco se alejó de la ventana y yo por mi parte abandoné el sofá, nos acercamos a la chica que sostenía en cada mano un vaso para cada uno. Cada quien tomó entre las manos propias y Christine empezó a hablar, mientras tomaba eventualmente pequeños sorbos de agua. 

—Es un gusto compartir con personas como ustedes —dijo Christine mientras levantaba su vaso en el aire—, me pone muy contenta. 
—Al grano Moore. —Nicco comenzó a reír mientras agitaba el vaso—. Ve al grano. 
—Bueno, ahora que no que hay más máscaras, ni más mentiras, ni más misterios, me gustaría saber qué piensas de todo esto Evan. 
—Tengo mucho que pensar. 
—Espero que esto no cambie la imagen que tienes de nosotros. 
—La cambia por completo y lo saben. 
—¿Ah sí? —Christine sonrió—. ¿Y qué ves ahora? 
—No veo a las personas que vi por última vez en mi departamento… Eso es un hecho. 
—Esta soy yo Evan —Christine dirigió su mirada a Nicco—, él es Nicco; ¿qué ha cambiado? 

Me quedé en silenció, comencé a beber grandes sorbos de agua mientras el tic tac del reloj era lo único que se escuchaba, mientras todos nos encontrábamos en silencio fijamente, como preparándonos para las consecuencias que tales revelaciones habían tenido en una tarde de sábado. Nicco Versov, Christine Moore, dos personajes que se presentaban de nuevo, como si las imágenes que tenía de ellos antes fueran solo espectros del pasado."

martes, 11 de abril de 2017

Reencuentro

“La búsqueda de empleo no fue muy extensa. Dos días después de haber llegado a la ciudad, entré a trabajar como ayudante en una pequeña librería ubicada en el centro. Solo debía estar allí de lunes a viernes desde las 9 hasta las 3, organizando las repisas sobre las cuales reposaban decenas de libros llenos de polvo y manteniendo limpias las grandes sillas en donde se sentaban los visitantes a leer y a beber café. De vez en cuando entregaba y recogía paquetes también, llevaba cajas repletas de revistas de una librería a otra. Todo esto me ayudó a ubicarme mejor, a familiarizarme con las calles que recorría cada mañana y que lentamente quedaban grabadas en mi memoria. Mi jefe, el dueño de la librería, era un sujeto muy amable. Su nombre era Steffan Grant, un tipo de mediana estatura y contextura delgada, con una larga cabellera que ya comenzaba a teñirse de blanco al igual que su barba. Aunque era muy liberal, vestía siempre formal, con una camisa y una corbata de un color distinto cada día. Tenía unos 45 años en ese entonces, era muy paciente, muy amable y muy sabio. Me agradaba mucho, me agradaba mucho hablar con él cuando la librería estaba vacía, cuando no quedaba nada más por hacer e incluso a veces me quedaba un rato más después de mi turno solo para debatir un poco más sobre cualquier cosa, solo para debatir sobre un poco de todo. Llegué a verlo como se ve a un padre, y él llegó a verme como se ve a un hijo. Mi padre murió antes de que yo naciera, crecí solo con mi madre quien tiempo después me dejó saber que un accidente de tránsito había ocasionado la tragedia. Me entristecía el no haberlo conocido, pero el conocer a Steffan me hacía feliz, me daba motivos para quedarme en Chicago y aprovechar el nuevo camino que comenzaba a trazar, a recorrer. Aprendí mucho de él, y estaba seguro de que podría aprender más. Así pasó una semana, así pasaron dos semanas, tres semanas. No tuve noticias ni de Nicco ni de Christine en todo ese tiempo. Me sorprendía un poco más el no encontrar a la chica misteriosa, pues era mi vecina y en tantos días no me crucé con ella ni en el pasillo, ni en el elevador, ni en las escaleras, ni en la recepción, ni en los alrededores del edificio. Nada. Quería llamar a Grace y preguntarle si sabía algo, pero luego pensé que sería complicar las cosas y desistí, era probable que ella supiera lo mismo que yo sabía. ¿Para qué preocuparla? Ya aparecería, no era necesario dar la alarma todavía. Respecto a Nicco, debía estar ocupado, debía haber conseguido ya un nuevo trabajo. Fui el sábado siguiente a visitarlo, cuando apenas era el medio día. En cuanto entré a la recepción del edificio, el portero me informó que Nicco se había mudado hace una semana. Se acercó luego a su escritorio y abrió un cajón del que sacó un sobre, asegurando que Nicco lo había dejado para mí. Lo tomé entre mis manos, lo abrí abrí de inmediato. Contenía solo un papel con un número de teléfono escrito en tinta azul. Tomé asiento en uno de los sofás de la recepción y saqué del bolsillo mi teléfono, llamaría de inmediato. Marqué el número y acerqué el teléfono a mi oreja, escuché el tono de marcado antes de que este se interrumpiera por el sonido de quien contesta al otro lado de la línea.

—¿Hola? —La voz grave de Nicco todavía era familiar para mis oídos—.
—Nicco, soy yo.
—¿Quién es yo?
—Evan, Evan Tremblay.
—¡Evan! —Subió el tono de inmediato, reflejando su sorpresa—. No sabes cómo me alegra escucharte. ¿Cómo has estado?
—He estado bien… Trabajando y adaptándome. ¿Qué tal tú vida?
—¡De maravilla! —Sonaba contento—. Conseguí un nuevo trabajo y pude mudarme a otro departamento, a uno más grande.
—¿En serio? ¡Qué bien!
—Lo sé. Es genial. Deberías venir hoy, estoy seguro de que Christine estará encantada de verte.
—¿Christine? —Apreté el papel entre mis manos—.
—¿No lo sabes? —Nicco se quedó callado unos instantes—. Ella se mudó también a este departamento.
—Vaya…
—Descuida. Solo somos compañeros de trabajo.
—Oh, ¿trabajas con ella?
—Exacto. El día en que te mudaste a tu departamento, me crucé con Christine al salir del edificio y conversamos un rato. Le dije que había renunciado a mi trabajo y me ayudó a entrar a la empresa en la que ella trabaja.
—¿Y qué tienes qué hacer?
—Me encantaría contarte todo con lujo de detalles. ¿Por qué no vienes? —Se escuchó una voz femenina en la distancia, la suave voz de Christine quien pronunciaba algo indescifrable por la interferencia—. ¿Oyes eso? Ella quiere que vengas.
—Supongo que iré… —Vacilé unos instantes—. ¿Dónde es?
—Te enviaré la dirección en un mensaje.
—Nos vemos entonces.
—Ten cuidado de camino Evan.
—Lo tendré.

En cuanto colgamos la llamada, un mensaje llegó. Lo abrí de inmediato y allí estaba la dirección del nuevo departamento. Me despedí del portero y salí del edificio. Paré el primer taxi que vi pasar y le pedí al conductor que me llevara a la 11 con 14. El recorrido no tardó más de 20 minutos, el tráfico circulaba con normalidad por las calles que usamos para llegar. Llegamos a la dirección indicada, pagué y me bajé rápidamente. Volví a sacar el teléfono de mi bolsillo para revisar el mensaje nuevamente, pues no había retenido el número del edificio. Era el 1432, decidí llamar a Nicco para decirle que ya había llegado. Volví a marcar el número, a escuchar el tono de marcado interrumpido por una voz familiar.

—¿Dónde estás Evan?
—En la 11 con 14.
—El 1432 es el edificio con la fachada de cristal que puedes ver en la esquina. Bajaré ya mismo, te espero en la recepción.
—Nos vemos allí Nicco.

Ubiqué el edificio y crucé la calle para poder llegar a la puerta. El sol hacía que cada cristal brillara con fuerza y me encegueciera momentáneamente. Era muy lujoso, estaba deslumbrado y a la vez feliz de saber que ambos estaban viviendo en un lugar así. Estando frente al umbral, la puerta se abrió y entré. Una inmensa alfombra negra cubría el suelo de la entrada y las losas brillantes reflejaban la luz de las lámparas sobre ellas. El portero, vestido elegantemente con un traje vino tinto, estaba de pie junto a Nicco quien me miraba sonriente vistiendo solo una bermuda y una camisa. Lucía  Llevaba sandalias, claramente había despertado hace poco. Se acercó y estrechó mi mano fuertemente, luego me invitó a seguirlo. Nos acercamos a las puertas del elevador, entramos a la caja de metal y las puertas se cerraron. Mientras ascendíamos, piso por piso hasta el número 15, que era el destino, Evan me hablaba de lo feliz que estaba de verme, de que debía considerar mudarme con ellos, de que debía considerar trabajar con ellos. Yo no decía nada, en realidad no estaba escuchando muy atentamente, simplemente asentía con una sonrisa mientras pasaba mi mirada por los botones del elevador que se encendían en cuanto pasábamos por el piso que indicaban. 11, 12, 13, 14, 15, las puertas se abrieron directamente en la sala principal del departamento, en donde estaba Christine sentada en el sofá, sosteniendo un libro en sus manos que soltó en cuanto sus ojos se cruzaron con los míos."

lunes, 10 de abril de 2017

Uno menos

“En cuanto todas las partes de la cama y las bolsas estuvieron en el departamento, Christine se acercó a la puerta y se marchó sin despedirse. Algo había sucedido, de eso estaba seguro, pero tenía otras prioridades en las cuales pensar, en las cuales ocupar mi cabeza y mis manos. Sin mencionar el asunto, Nicco y yo continuamos con la tarea de dejar cada cosa en su lugar. Pusimos las latas en la cocina, en los muebles de madera pintados de blanco que antes estaban vacíos. Llevamos la ropa y la cama a mi nueva habitación, cuyos grandes ventanales dejaban entrar la luz, dejaban ver un parque cercano en toda su totalidad y, más allá, dejaban ver los rascacielos de la ciudad que con los rayos del sol sobre ellos parecían aún más coloridos. Era una escena que no esperaba encontrar, una escena que no había visto antes. Estaba completamente deslumbrado y deseoso de salir a recorrer lo que mis ojos me presentaban. Solo era una idea, pues mi cuerpo permanecía quieto, estático; seguía mirando a través del cristal, perdido en mis ensoñaciones. Un ruido desconocido me hizo volver a la realidad, era las llaves girando, era la puerta abriéndose, era Grace quien acababa de llegar. Nicco y yo salimos a su encuentro, cruzamos el pasillo rumbo a la sala principal. Allí estaba Grace, quien parecía estar de buen humor, se veía mucho más joven y radiante que en la mañana. Estreché su mano cordialmente mientras ella no dejaba de sonreír y de mirarme con cierto aire maternal que no me incomodaba, que era simplemente desconocido. Nicco estrechó la mano de Grace también y se presentó, reflejando una desmesurada cortesía en sus palabras, en sus gestos, en sus ademanes. Posteriormente, anunció que iba a marcharse, que hablaríamos de negocios y que prefería retirarse. Se despidió de ambos y salió del lugar, asegurándome que volvería luego a visitarme. La puerta se cerró tras él, se escucharon sus pasos mientras se alejaba por el largo pasillo del piso. Grace comenzó a caminar en dirección a la mesa de la cocina, la seguí hasta su destino. Estando allí, sacó de su bolso el contrato final mientras hablaba del departamento, de su casa en las afueras, de la paz; de la alegría que le generaba el poder ayudarme. Me miró, mientras dejaba sobre la mesa una pluma dorada, reluciente.

—La pluma es tuya, un regalo de bienvenida.
—¿En serio? —Tomé la pluma y me quedé viéndola—. ¡Gracias!
—Descuida, sabía que te gustaría.
—¿Cómo lo sabía?
—Christine mencionó te gusta escribir. —Grace dejó su bolso sobre la mesa, parecía estar cansada ya de sostenerlo—. Por cierto, ¿cómo estuvo el recorrido?
—Estuvo muy bien, aunque fue algo corto.
—¿Corto? —Frunció el ceño—. ¿Por qué?
—Me llevó hasta al centro comercial y luego…
—Luego…
—Luego desapareció.
—¿Desapareció?
—Recibió una llamada y tuvo que irse.
—Oh… —Grace suspiró hondamente, como si estuviera preocupada—. Sucede, sucede mucho con ella.
—¿Por qué?
—No lo sé, en realidad no sé nada con esa chica.
—Ella es tan…
—¿Misteriosa? —Me interrumpió—. Es cierto, pero sé que tarde o temprano dejará de ver las cosas como las ve ahora. —Meneó su cabeza—. Es solo una niña.
—Si usted lo dice…
—Mejor hablemos de otra cosa, de algo que no tengamos que descifrar —agregó con una sonrisa—. Hablemos del departamento, por ejemplo.
—Seguro —dije mirando el papel sobre la mesa—. ¿Solo esto hace falta?
—Correcto. Léelo por favor.

Comencé a leer el contrato palabra por palabra, aunque era en realidad muy corto y muy conciso, contenía todo lo acordado en la mañana. Tomé la pluma y firmé en donde estaba mi nombre, junto al nombre y a la elegante firma de Grace. La dueña de la elegante firma tomó el contrato, lo dobló con sus dedos llenos de anillos y lo guardó en su bolso, luego sacó de este un papel con su teléfono y su dirección que me entregó también. Grace cerró el bolso, consultó la hora mirando el reloj en su muñeca y abrió sus ojos desmesuradamente, aparentemente estaba retrasada para un compromiso. Se despidió con un abrazo y se marchó rápidamente. En cuanto la puerta se cerró, en cuanto estuve completamente solo, volví a mi habitación y me recosté en la cama un momento. Quería dormir, hasta el otro día. La búsqueda de empleo podía esperar a la mañana siguiente, no sería muy fructífera siendo tan tarde. Estando sobre las cobijas, el contacto de la suave tela lograba que mis ojos comenzaran a cerrarse, que el cansancio acumulado por el vuelo y la caminata duplicara su efecto en mis sentidos. Lentamente se desconectaban, lentamente le daban la bienvenida a ese bienestar que llega después cumplir un punto en esa lista personal que todos tenemos. Uno menos, y los días venideros para completarlos todos."