viernes, 15 de diciembre de 2017

Entre burbujas y espuma

“Christine dejó el celular sobre la pequeña mesa de madera en la sala principal, una larga lista de reproducción acompañaría sus labores a todo volumen. Melodías viejas, melodías nuevas, cualquier melodía sería mejor que el silencio. Con el pasar de los minutos y del agua jabonosa, el departamento recuperaba el aspecto que tenía semanas atrás cuando Christine apenas había llegado. El polvo acumulado a través de los días era ahora un recuerdo, el aroma a lavanda que invadía cada rincón de la sala principal invadía sus pulmones también, la llenaba de paz, de alegría, de ideas positivas que una caverna oscura no podría traer a su cabeza. Siguió así con la cocina, con el baño, dejando todo reluciente e impecable a su paso. Cuando se disponía a organizar su habitación, la música se detuvo de repente y una melodía distinta comenzó a sonar. Dando grandes zancadas Christine llegó hasta la sala principal, observó la pequeña pantalla de cristal mientras limpiaba sus manos con un trapo que había allí. Era Grace, lanzó el trapo al aire y contestó la llamada, la puso en altavoz.

—¿Sí?
—¡Hola Christine! ¿Cómo estás? —El ruido de las bocinas que sonaban en donde Grace se encontraba apenas dejaban escuchar su voz, hasta que parecieron detenerse o disminuir su volumen por un momento—. Creo que me bajaré del taxi, llegaré más rápido si voy a pie.
—¿Es hermosa no cree? La hora pico. —Christine comenzó a reír mientras dejaba el trapero y el balde lleno de agua ya no tan jabonosa a un lado de la sala—. ¿Tardará mucho?
—No podría saberlo con exactitud, no está en mis manos como puedes escuchar. ¿Quieres que llegue a tu departamento y hablemos allí?
—De hecho… —Christine miró a su alrededor, si bien todo estaba más limpio no quería recibir visitas todavía, no hasta que hubiera acabado—. Estoy organizando un poco, así que preferiría que habláramos en otra parte.
—No hay problema. —Hubo un silencio, seguido por más bocinas ensordecedoras—. Me quedaré en el taxi entonces. Te espero en mi departamento Christine. Toma tu tiempo.
—¡Hasta entonces!

La llamada finalizó, Christine dejó los implementos de aseo restantes junto al balde y corrió hasta el baño, tomaría una ducha. Sacó una toalla limpia de uno de los cajones junto al espejo y se quedó allí frente a su reflejo por varios segundos. Hace bastantes días que no lo hacía, que no se miraba al espejo con tanto detalle. Si no iba a salir y nadie la vería, ¿para qué hacerlo? Era un día diferente después de todo. Christine se alejó del espejo y se deshizo del largo camisón que llevaba puesto, del jean manchado por gotas de agua. En ropa interior, entró a la ducha y terminó de desnudarse, para luego abrir la llave y dejar a las gotas tibias que caían del techo deslizarse por su piel. Decenas, cientas de ellas recorriendo su cuerpo, empapando su cabello castaño y haciéndolo caer sobre su espalda y sobre su rostro. El vapor aumentaba, llenaba la habitación mientras ella inhalaba y exhalaba profundamente, perdida en esa fragancia nueva, desconocida; perdida en el vapor del agua mezclado con el aroma del jabón de menta que había conseguido recientemente. Cerró la llave, terminó de enjabonar su cuerpo parte por parte y luego la abrió nuevamente. Cientos de gotas acariciando su piel desnuda nuevamente, de arriba abajo, hasta desaparecer bajo sus pies con las burbujas y la espuma. Se quedó allí un minuto más bajo el abrigo del agua tibia, hasta que por fin decidió cerrar la llave y abrir la puerta de la ducha. Tomó la toalla y secó su rostro, abrió sus ojos y contempló la blanca cortina de vapor que en segundos desaparecería. Christine secó su cabello con mucho cuidado, rodeó su cuerpo con la toalla y salió de la ducha caminando de puntas. Abandonó el baño y llegó a su habitación rápidamente, tratando de no dejar tantas gotas de agua en el camino. Una vez allí, se sentó sobre la cama y comenzó a secar su cuerpo bien, con más calma, sin tener que balancearse sobre el suelo mojado para hacerlo. Comenzó con sus piernas, con sus pequeños pies. Pronto ambos estaban secos de nuevo. Su cintura, su cadera, su pecho, su espalda, repasó cada parte con la suave tela de la toalla azul que absorbía cada pequeña gota sobre su piel trigueña. Estaba lista. ¿Qué se pondría? Se puso de pie y caminó hasta el closet, abrió las puertas y tomó un largo abrigo gris. Seleccionó la primera blusa que encontró y un jean cualquiera. Cerró las puertas del closet, lanzó la ropa sobre la cama y abrió otro cajón para buscar ropa interior. Una vez la encontró, comenzó a vestirse con bastante paciencia, tomándose en serio las palabras de Grace. Pasaron así los minutos, la pequeña chica ahora solo necesitaba un par de zapatos mientras descalza bailaba, daba vueltas frente al espejo. Su abrigo gris, su blusa blanca, su jean oscuro y sus pies de puntas sobre la fría madera, estaba contenta, se sentía tranquila y liberada. Tomó un par de zapatos deportivos que tenía bajo la cama y se los puso, luego agarró la toalla, salió de la habitación a toda carrera. Christine colgó la toalla en el tendedero del baño, se acercó a la pequeña mesa de madera de la sala principal y revisó su celular. Eran las 7 y media, Grace debía estar en casa ya. Habían allí varios mensajes que no había visto minutos antes. Comenzó a leerlos mientras buscaba las llaves.

“¡Hola pequeña!”.

“¿Cómo estás? ¿Hablaste ya con Grace?".

“Escríbeme cuando puedas, quiero hablar contigo.”.

Aunque deseaba responder en ese momento, Christine guardo el celular en el bolsillo de su abrigo. Sería después, cuando las buenas noticias fueran un hecho y no una posibilidad dentro de tantas. Disfrutaría hasta entonces de la incertidumbre, de la duda, sin asumir que todo estaba resuelto. Pasos cuidadosos sobre el fino hielo, en eso resumía su aventura. Con las llaves en mano, Christine salió del departamento. Una inmensa sonrisa iluminaba su rostro, mientras ella concentraba su mirada en la puerta que había al final del pasillo.”.

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