viernes, 22 de diciembre de 2017

Infierno

“A las 8 de la mañana del día siguiente, la puerta del departamento 5B se abrió de golpe. Frente al umbral estaba Dimitri, quien miraba a Christine dichoso de verla nuevamente. Él lucía tan elegante como siempre, con un traje de paño azul oscuro, una camisa y una corbata color crema. Ella llevaba un jean ajustado, una blusa azul holgada; estaba descalza como solía estarlo siempre que no salía de casa. Hizo un gesto, invitando a Dimitri para que entrara al departamento, pero él sacudió la cabeza y clavó su mirada en los pies descalzos de la pequeña chica.

—¿Dónde están tus zapatos?
—En mi habitación. ¿Me los tengo que poner?
—¿Quieres caminar descalza afuera acaso?
—¿Vamos a salir?
—A reunir los documentos para la escuela, sí. Tengo que llevar las maletas que traje hace unos días a casa, también.
—Las maletas, claro. —Christine señaló un rincón en la sala principal. Ambas maletas estaban allí, recostadas contra la pared—. Ayer estuve organizando y decidí sacarlas de su escondite. Supuse que vendrías por ellas pronto.
—Lo pospuse más de lo necesario, de hecho. ¡No sabía cómo llevarlas!
—¿Y cómo lo harás?
—Un auto nos espera afuera.
—¡Qué bien! —Christine aplaudió—. No tenía ganas de caminar.
—¡Se te nota! —Dimitri trató de pisar los pequeños pies de Christine con sus zapatos de cuero negro, mientras ella esquivaba cada pisada y reía alegremente—. Ve. ¡No tardes!

Christine corrió hasta la habitación, tomó un par de zapatos deportivos blancos del suelo y se los puso. Lista para el recorrido que le esperaba, buscó entre sus cosas el celular y el papel que Grace le había entregado horas atrás. Guardó ambas cosas en un pequeño bolso de tela colorida y volvió a la sala principal. Dimitri había entrado, llevaba ambas maletas en sus manos y caminaba hacia la puerta. Christine apretó el pequeño bolso de tela contra su cuerpo. ¿Debería decirle? No. Lo haría después, no era el momento adecuado. Su prioridad era reunir todos los documentos, entregarlos y asegurar su admisión en la Secundaria Harmont. Podría después obtener las respuestas que quería, las respuestas a las preguntas que la curiosidad había traído a su cabeza una noche cualquiera. ¿Y si lo olvidaba todo? ¿Y si hacía como si nada hubiera pasado? Sus labios estaban sellados, sus ojos cerrados. Podría pasar perfectamente como un sueño, como una alucinación producida por el cansancio. Limpiar el departamento había sido agotador después de todo. Las voces discutiendo en su cabeza, pensando qué hacer. Ya habría tiempo para decidir, ahora tenía que correr. Salió del departamento y alcanzó a Dimitri, quien ya estaba frente a las puertas del elevador esperando a que este llegara. Las puertas se abrieron, ambos entraron y esperaron hasta llegar al primer piso, salieron del elevador rumbo a la entrada. Mario estaba en la recepción organizando el correo, al ver a Dimitri con las manos ocupadas abrió la puerta para él y para Christine mientras los saludaba amablemente. Ambos se despidieron de Mario y atravesaron el umbral. Frente al edificio 7153 había una Range Rover blanca estacionada, un sujeto también de traje estaba allí de pie. Con la cabeza completamente rapada y el ceño fruncido, tenía una apariencia robusta, fuerte. Daba pasos en su lugar, a la espera. En cuanto reconoció a Dimitri, se acercó a ellos sin despegar la mirada de Christine. Con sus ojos negros clavados en la pequeña chica, trataba de intimidarla, de sembrar el miedo. Ella parecía no temer, pues lo miraba también fijamente, haciendo que la tensión se acumulara segundo a segundo. Finalmente, el sujeto habló.

—¿Quién es ella Dimitri
—Mi nombre es Christine. —Christine dió un paso hacia el sujeto—. Puedo presentarme sola.
—Tiene agallas. —El sujeto rió—. ¿Es tu hija?
—Podría decirse. —Dimitri dejó las maletas en el suelo—. Descuida Nathan, hace parte de la familia.
—Entiendo. Es un gusto Christine. —Nathan estiró su mano hacia ella—. soy Nathan. Nos llevaremos bien.
—Seguro que sí —agregó Christine con un resoplo, mientras estrechaba la mano del nuevo conocido—, seremos mejores amigos.
—Tenemos que movernos. —Dimitri tomó ambas maletas de nuevo y las guardó en el baúl de la camioneta—. Vamos a casa primero, tú te puedes quedar allí con esto.
—Es mejor, no hay que exponerse. —Nathan abrió la puerta de la camioneta—. Vamos entonces, el tráfico está de nuestro lado.
—¿Exponerse? —Christine no entendía la conversación, había perdido el hilo—. ¿De qué hablan?
—Te explicaré en el camino. —Dimitri abrió la puerta para ella—. Sube pequeña, es hora de irnos.
—Es hora de que me des respuestas Dimitri. —Christine cruzó sus brazos, molesta—. No me gusta el misterio.
—Lo haré… Lo prometo. Pero no aquí.
—¿Lo prometes?
—¡Los momentos familiares pueden tenerse en casa! —Nathan subió a la camioneta y cerró la puerta, luego tocó la bocina un par de veces—.
—¡No molestes Nathan! Ya vamos.
—¡Está bien! —Nathan encendió el motor—. Tomen su tiempo, aquí no pasa nada.
—¡Exactamente! Aquí no pasa nada. —Dimitri volvió a concentrarse en Christine, quien lo miraba intranquila—. Pequeña, todo va a estar bien. ¿Confías en mí?
—Yo confío en ti pero…
—No digas pero.
—Hay un pero Dimitri, no puedo seguirte ciegamente.
—¿Crees que te dejaría caer?
—No creo eso.
—¿Entonces?
—¡Dimitri!
—¿Ves que tantas preguntas llegan a ser molestas?
—No puedes comparar las situaciones.
—Pero tú si puedes subirte a la camioneta. ¡Vamos!

Christine subió a la camioneta y cerró la puerta, luego Nathan esperó a que Dimitri entrara y se pusiera el cinturón para pisar el acelerador. La Range Rover blanca abandonó aquella calle dejando una nube de polvo tras de sí. El tráfico de la mañana no era tan pesado, llegaron a su destino en cuestión de 20 minutos. Abandonaron el centro de la ciudad para entrar a la aparente tranquilidad de los suburbios. Estacionaron frente a una casa blanca, la casa en donde Dimitri vivía con su hijo Nicco. El lugar era bastante silencioso, apenas se escuchaba el murmullo de la ciudad que despertaba, que retomaba sus labores. De hecho, el único ruido que había allí era el de la camioneta, el cual se detuvo en cuanto Nathan apagó el motor.

—Lleva las maletas al patio trasero Nathan, te alcanzo en un momento.
—Está bien Dimitri. —Nathan salió de la camioneta y cerró la puerta, luego tomó las maletas del baúl. Se alejó, dejándolos solos—.
—¿Quieres hablar ahora Christine?
—¿Lo consideras prudente? Digo, si no quieres retrasarlo más.
—No quiero retrasarlo más… Quiero que hablemos.
—Sería justo. Ya sabes, no vivir en la duda y en la incertidumbre.
—Perfecto. —Dimitri resopló, tratando de lidiar con el humor y los comentarios mordaces de su interlocutora—. ¿Qué te tiene tan molesta?
—¡Nada!
—¿Entonces qué te pasa? ¿A qué se debe esa actitud?
—Detesto los secretos Dimitri.
—Está bien… —Dimitri se encogió de hombros—. Sin secretos.
—Es tarde para eso. —Christine apretó el bolso de tela contra su cuerpo—. Muy tarde.
—Nunca es tarde… Dame una oportunidad.
—¿Una oportunidad para qué?
—Para responder a todas tus preguntas.
—¿No lo hiciste ya?
—Quiero ser honesto contigo.
—¿Quieres ser honesto conmigo o tienes que ser honesto conmigo?
—¿De qué estás hablando?
—Cuando se siente el calor del fuego, cuando se siente el agua en el cuello, en ese momento la perspectiva de las personas cambia mágicamente. En ese momento todos quieren ser honestos, todos quieren decir la verdad, todos quieren ser buenos porque ven como el tiempo corre en su contra.
—Es bastante radical tu argumento, ¿no crees?
—¿Radical? ¿Eso crees? —Christine introdujo su mano en el bolso de tela que llevaba y sacó de él una pequeña bolsa que lanzó hacia Dimitri—. ¿Te parece radical mi posición ahora?
—Tú… —Dimitri analizaba la pequeña bolsa hermética que tenía en sus manos, la cual contenía una pastilla de color gris claro—. ¿De dónde sacaste esto Christine?
—Sabes perfectamente de dónde la saqué. Es una, y son dos maletas llenas. ¿Qué explicación puedes darme al respecto Dimitri?
—Vamos al jardín trasero, te responderé allí. No es seguro quedarnos aquí.
—Puedo apostar que no lo es.

Ambos bajaron de la camioneta y caminaron rápidamente hasta el jardín trasero. Había allí una banca de madera clara, tomaron asiento en ella y se quedaron callados por varios segundos. Christine no sabía qué pensar, pero quería de verdad darle la oportunidad de explicar lo que estaba pasando si es que era posible. Era su protector, no podía negarse a escuchar su versión de la historia.

—Te haré una pregunta Christine. ¿Por qué abriste esa maleta?
—¡Una estaba abierta! Tenía curiosidad y…
—Y la abriste.
—Lo hice. 
—Bien. No te voy a reclamar eso. Fue mi error dejarlas en el departamento.
—¿Es lo que creo que es Dimitri?
—Es MDMA, Éxtasis, se conoce de muchas maneras.
—Es ilegal. ¿De donde las sacaste?
—Lo traje de mi viaje pasado. Tengo algunos amigos que me ayudaron a conseguir e importar las mejores muestras de Europa
—¿Muestras? ¿Qué planeas hacer?
—Importar constantemente implica más riesgo, el margen de error es más amplio. Eso representó la caída de varios enlaces. Con una buena muestra y las manos apropiadas, es posible sintetizar la sustancia aquí.
—¿Sintetizar? ¡Estás loco!
—Soy un ingeniero químico, así que solo diré que estoy haciendo mi trabajo. ¿Ves que nunca te mentí?
—Tu trabajo no es sintetizar drogas Dimitri.
—Lo sé, pero es una de las tantas cosas que puedo hacer.
—¿Y es la que decides hacer? ¿Qué hay de las consecuencias?
—Escúchame Christine… Esto es lo que hago. Comencé a trabajar con muchas personas hace muchos años, el dinero que esas pastillas pueden llegar a generar es bastante, suficiente para pagar muchas deudas y poder dejar atrás varias cosas. Producirlas para ellos era sencillo, pan comido si así puede decirse. ¡Más aún cuando te dan todo el equipo necesario! En cualquier caso, sabía que era arriesgado, y en cuanto sentí que mi cabeza estuvo en peligro, desaparecí y no volví. Así lo hice en varias ocasiones, aparecer y desaparecer, en una ciudad distinta, en un país distinto. De un lado a otro por el mundo, trabajando en las sombras, en las paredes de un laboratorio que llenaban mi cuenta y pagaban los recibos. Ahora que estoy en Chicago, ya no quiero repetir la misma historia.
—¿Ah no? —Christine rio con ironía—. ¿Qué vas a hacer entonces?
—Hice una inversión en las mejores muestras, que vendidas a un buen precio pueden financiar el equipo necesario para replicarlas. Dejaré de ser un peón, eso haré.
—Estás jugando con fuego, no ajedrez.
—Jugué con fuego por muchos años, para llenar bolsillos ajenos. Si voy a llenar el mío, no me importa tanto quemarme, correr el riesgo.
—¿Y qué hay de los que te rodean? ¿No te importa que se quemen ellos?
—¿Por qué crees que te quiero mantener alejada Christine?
—¿Qué hay de tu hijo?
—Él está a salvo.
—Eso crees tú.
—Él está a salvo Christine, no ha pasado nada todavía.
—Puedes ponerle un alto.
—Ya no hay manera de dar marcha atrás.
—¿Entonces?
—Entonces hay que seguir, tomar el control. Hacer de esta una buena historia es lo que tengo en mente.
—¿A cualquier precio?
—A cualquier costo.
—El costo en esta clase de juegos suele ser la libertad… O la vida.
—Eso ya lo sé. Lo supe desde hace tiempo, y jugaba aquella ruleta rusa para enriquecer a personas que me consideraban alguien desechable, un ratón en su laboratorio. Las reglas han cambiado, y eso no va a cambiar. Estoy tras el tablero, controlando las fichas y haciendo de este juego uno que valga la pena. Que valga la pena para mí, para Nicco, para las personas que me importan. No puedo pedirte que entres al juego Christine, ni involucrarte de ninguna forma. Quiero que te mantengas alejada, quiero que te mantengas a salvo. Chicago es tu nuevo hogar, no quiero volverlo tu infierno.

Con la mirada perdida, Christine pensaba en esa última palabra, mientras la brisa limpia y fresca de los suburbios la devolvía a los recuerdos de otros días. El infierno, creía haberlo conocido ya, creía haberse librado de él. ¿Dónde estaba ahora? No lo sabía, no lo sabía cuando minutos atrás tenía la tranquilidad de saberlo, de tener claro donde estaba parada. Desconocía a Dimitri, pero reconocía al sujeto de la estación de autobuses. Su protector estaba haciendo lo que hizo desde un principio, alejarla del fuego, alejarla del peligro. ¿Cómo podía juzgarlo? ¿Cómo podía odiarlo? Un nudo en su garganta se formaba, con todas las palabras que las revelaciones recientes traían a la mesa.".

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