sábado, 23 de diciembre de 2017

Un viaje al pasado

“El tiempo pasaba, la mañana avanzaba, el nudo en la garganta de Christine lentamente se soltaba y pronto ya no había nada que contuviera su voz, sus deseos de continuar con lo que estaba haciendo pese a las circunstancias. No podía quedarse reviviendo las mismas escenas en su cabeza, tenía que reunir los documentos antes del viernes y entre más rápido lo hiciera, más rápido podría entregarlos, tachar ese pendiente de la lista. Una preocupación menos no estaría mal, tener la mente despejada la ayudaría, hacer las cosas paso por paso, parte por parte. Necesitaba un respiro, un momento a solas, un momento lejos de Dimitri. Si bien disfrutaba de su compañía, ahora estaba convencida de que tenerlo cerca era poco conveniente, un riesgo inminente que ella quería evitar. Ya no era tan seguro, ya no parecía su protector. ¿Había dejado de serlo en cuestión de minutos? A pesar de todo lo que estaba sucediendo, Dimitri quería mantenerla alejada del fuego, del peligro. No había dejado de ser su protector, eso lo sabía bien. Christine sacó el papel que le había entregado Grace de su pequeño bolso de tela y comenzó a revisarlo detenidamente. Después, frunció el ceño mientras Dimitri la miraba confundido.

—¿Todo en orden?
—Tengo todo, menos una cosa. —Christine resopló, resignada—. Necesito una copia de mi último boletín de calificaciones.
—Entiendo. ¿Dónde podemos conseguirla?
—Tendríamos que ir a mi vieja escuela.
—¿Es muy lejos? —Dimitri se quedó callado unos instantes, pensativo—. Nunca te pregunté de dónde vienes, ahora que lo pienso. ¿Por qué no lo hice?
—No era un tema agradable de tocar, supongo.
—¿Y lo es ahora?
—Ahora me da igual.
—Si tú lo dices. —Dimitri acarició el cabello de Christine, tratando de disminuir la tensión que había entre ellos—. ¿A dónde vamos pequeña?
—Naperville.
—No me suena ese nombre.
—Yo te guío. —Christine se puso de pie, sacó el celular de su bolsillo y comenzó a planear la ruta, luego comenzó a tirar de la manga de Dimitri—. 
—Bueno, si está en el mapa llegaremos. —Dimitri se puso de pie también—. Vamos a la camioneta.

Ambos abandonaron el jardín trasero y corrieron a la Range Rover que estaba estacionada frente a la casa. Entraron, se pusieron el cinturón y Christine le entregó el celular a Dimitri con las indicaciones necesarias para llegar a su vieja escuela. El tiempo estimado de llegada era una hora, podrían tardar menos si el tráfico estaba de su lado. Dimitri encendió el motor y, convencido de que se había quitado un peso de encima, pisó el acelerador, se alejaron a toda velocidad por aquella calle desierta. Con la radio a todo volumen, era posible evitar una conversación, pero Christine no dejaba de mirar a Dimitri.

—¿Otro interrogatorio?
—¿Por quién me tomas? ¿La policía?
—Qué graciosa.
—Solo bromeo. No pasa nada, solo estoy pensando.
—¿En qué piensas?
—No quiero ir allí.
—Veamos… —Dimitri trató de apelar a la razón de la chica—. ¿Hay otra manera de conseguir ese documento?
—Podría enviar un correo electrónico, que me envíen una copia.
—Podría tardar más, lo sabes.
—Tienes razón. —Christine suspiró resignada mientras miraba el papel que llevaba en sus manos—. Sin excusas, ya estamos en camino. No tiene sentido dar marcha atrás en este momento.
—Que bueno que entiendes mi posición —agregó Dimitri riendo—, enfrentamos el mismo dilema.
—Hablo de ir a Naperville, no de tu loca idea de construir un laboratorio de MDMA.
—Construir suena tan complicado Christine.
—¿Qué no lo es?
—Realmente no. —Dimitri se encogió de hombros—. Es bastante sencillo.
—Eres un cínico.
—Estoy siendo honesto. Los instrumentos necesarios caben en una habitación pequeña. Para antes de tener todo lo necesario, ya habré encontrado la forma de deshacerme de los desechos sólidos que la producción genera y...
—Lo tienes todo tan organizado —Christine lo interrumpió—. Me sorprendes.
—Sé lo que estoy haciendo, ya lo he hecho antes.
—Entiendo, entiendo. —Christine subió la voz, molesta—. No tienes que recordarlo una y otra vez.
—No lo estoy haciendo. —Dimitri no dejaba de mirar a Christine con ternura, pues estaba convencido de que su ira se disiparía en cuestión de tiempo. ¿Puedo saber algo?
—Claro —respondió Christine con una mueca—, yo no tengo secretos.
—¿Por qué no quieres ir a tu vieja escuela?
—No quiero ir a Naperville, en general. Si fuera posible me quedaría en las afueras.
—Según veo en el mapa, la escuela no está nada cerca de las afueras.
—Dije que si fuera posible, no me tortures más con la realidad.
—No lo hago. —Dimitri comenzó a reír sin despegar sus ojos del camino—. ¡Qué dramática eres!
—Lo siento, el drama en mi vida incrementó en cuestión de minutos.
—Eso no es cierto. Te dije que te quiero alejada y así será.
—Yo no sé nada Dimitri, solo espero que tengas cuidado.
—Lo tendré pequeña. Confía en mí.
—No sé como responder a eso, tampoco. Creo que hacerlo sería incriminarme indirectamente.
—Christine…
—Está bien. No diré nada más. Dormiré un poco, al menos mientras llegamos.

Christine recostó su cabeza contra la silla y cerró sus ojos, intentando conciliar el sueño. Lo cierto era que volver a Naperville despertaba en ella emociones que creía haber enterrado, que creía haber dejado atrás. No quería hablar de eso con nadie, ni siquiera con Dimitri, pero sabía que no podía evadir el tema para siempre. Tenía que hablar, pero lo haría cuando se sintiera lista, no cuando la presión se lo indicara. Ahora necesitaba descansar, organizar sus ideas. Hablar sin pensar no era la idea más prudente, de eso estaba segura. Lentamente los sonidos a su alrededor se volvieron más distantes, la realidad parecía desmoronarse mientras ella abandonaba la silla de la camioneta, mientras ella se transportaba a otra parte. La Range Rover blanca había desaparecido, estaba sentada en una pradera desconocida, rodeada del verdor que tanto la cautivaba. Sin señales de la ciudad, sin el murmullo de sus calles y avenidas llenas de personas, Christine cerraba los ojos para deleitarse con el sonido de las hojas sacudiéndose por la brisa. Todas bailando con una melodía que ella también podía escuchar, que la hacía mover en su lugar, de la que no podía llegar a cansarse. Así se quedó por minutos, por horas, sin necesidad de moverse para sentir el contacto de las hojas, de las ramas, de las aves que volaban a su alrededor. Algunos sueños como este se repetían constantemente, eran comunes, los conocía bien. Podía recrearlos con palabras si se lo pidieran, pero prefería mantenerlos como lo que eran, bonitas imágenes en su cabeza. El sonido de una bocina hizo que Christine se despertara de golpe. Abrió los ojos, y reconoció la estatua de un antiguo alcalde ubicada frente a su vieja escuela. Sacudió su cabeza, como asegurándose de que era real, de que la estatua era real. Habían llegado. ¿Cuánto había dormido? Ya no importaba, era hora. No prolongaría las cosas más de lo necesario, entraría al edificio por su boletín de calificaciones y saldría de allí, era sencillo. Christine abrió la puerta de la camioneta, puso sus pies en el pavimento del estacionamiento y por un segundo viajó en el tiempo, a los días en que llegaba corriendo por ese mismo lugar para no llegar tarde a clase.”.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario