lunes, 11 de diciembre de 2017

Utopía personal

“—¡Tengo que contarte muchas cosas! —La sonrisa de Christine reflejaba la dicha que sentía—.
—No puedo quedarme por mucho, solo vine a dejar algunas cosas.
—¿Hablas en serio Dimitri? —La sonrisa desapareció, mientras un ceño fruncido aparecía repentinamente—.
—Hablo en serio.
—Hubiera preferido no abrir la puerta. ¿No tienes una llave de reserva acaso?
—La única llave de este departamento es la mía, y la tienes tú.
—Sería posible hacer una copia.
—No lo considero conveniente, además, eres tú quien vive aquí ahora, no yo.
—Ciertamente, pero abrirte la puerta a las 4 de la mañana representa un inconveniente para mí.
—No volverá a suceder, descuida.
—Seguro… —Christine dio un gran suspiro—. Vienes, me despiertas y te vas. ¡Un lindo detalle!
—Está bien —dijo Dimitri mientras acariciaba ligeramente el cabello de Christine—, me quedaré un rato.
—¡Perfecto!
—Pero tengo que volver a casa, mi hijo me espera también.
—Lo sé, entiendo. —Christine fijó su mirada en la maletas que reposaban en el suelo tras Dimitri. ¿Qué viniste a dejar aquí?
—Mis maletas. ¡Pesan mucho!
—Eso veo. ¿Te ayudo?
—Te lo agradezco.

Habían dos maletas de cuero café frente al umbral del departamento 5B. No eran muy grandes, pero pesaban lo suficiente como para volverse incómodas después de cargarlas por algunos minutos. Las arrastraron hacia el interior del departamento y, una vez adentro, Christine cerró la puerta. Le preguntó a Dimitri en dónde quería dejarlas, pero él no le respondió nada, se quedó en silencio mientras pensaba qué hacer. 

—Bajo tu cama, podría ser.
—De acuerdo. ¿No sería más fácil abrirlas y mover las cosas?
—No necesito abrirlas por ahora.
—Está bien. —Christine pasó saliva, antes de lanzar su pregunta al aire—. ¿Puedo saber qué llevas ahí?
—Estuve en Moscú, traje algunas cosas, regalos para algunos familiares.
—¿Algo para mí?
—Por supuesto que sí, no podría olvidarte pequeña.
—Está bien, te perdono por despertarme a las 4 de la mañana.
—¡Que amable de tu parte! —Dimitri reía mientras acariciaba el cabello de Christine—. Vamos, hay que mover esas maletas.

Arrastraron ambas maletas hasta la habitación de Christine, y una a una las escondieron bajo la cama. Se quedaron allí hablando por escasos minutos, minutos en los que realmente solo hablaba Christine mientras Dimitri escuchaba atentamente, sin decir nada. Le hablaba de los libros que había encontrado, de las historias en las que se había perdido. Contaba con alegría como en cierta forma se había apropiado de aquellos personajes, de aquellos paisajes que ahora conocía tan bien. Reales, irreales, eran de ella ahora y podía alterarlos como lo deseara. Conmovido por aquellas palabras y dichoso de verla tan feliz, Dimitri la abrazó fuertemente y le prometió traer más libros, aquellos que él ya había leído y releído hasta memorizar, justo como ella. Veía en Christine una imagen familiar, rasgos varios que conocía bien, rasgos que valoraba demasiado. No la abandonaría, confiaba en ella y ella en él, la casualidad que causó su encuentro era una oportunidad para aprovechar. Después de consultar su reloj, Dimitri abrazó a Christine por última vez y le dio un beso en la frente, prometiéndole que volvería, prometiéndole que le escribiría, recordándole que no estaba sola sin decírselo realmente. Ella lo sabía, ella entendía el mensaje implícito en aquellas palabras lanzadas al viento. Tenía que comenzar a moverse, salir de la cueva en la que se había encerrado y vivir en el mundo real, para llegar así a caminar por los senderos de aquellas historias, su utopía personal. Dimitri se puso de pie, salió de la habitación sin mirar atrás, y Christine lo siguió con la mirada hasta que desapareció tras la puerta principal. El departamento permaneció en silencio mientras afuera, tras las cortinas y el cristal de las ventanas, se escuchaba el cantar de las aves que despertaban. Arrullaban a Christine para que se quedara dormida, para que volviera al limbo en el que caminaba entre la realidad y los sueños.”.

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