domingo, 8 de octubre de 2017

Mapa nebuloso

“Así pasó un día, dos, tres días sin que Christine supiera nada de Dimitri, o de cualquier persona en realidad. Encerrada en el departamento, en su nuevo hogar, pasaba las mañanas enteras recostada hasta tarde, para luego comer algo y revisar el mapa de la ciudad hasta al anochecer, repitiendo el ciclo al despertar. Estaba obsesionada con la idea de que se perdería si salía sola, por lo que dentro de sus compras pasadas incluyó un mapa de Chicago que sin mucho detalle de lo que había exactamente en aquellas calles llenas de gente, le daba una idea de por dónde podía pasar y por donde no. Era todo lo que necesitaba saber, pensaba mientras hora tras hora pasaba sus ojos, sus dedos, por aquel papel viejo lleno de trazos, de letras, de números que quedaban grabados en su memoria. Habiéndose librado de una carga, sentía su cabeza despejada, su mente limpia, a la espera de nuevas cosas por vivir y por aprender. Un cuaderno en blanco por llenar, un lugar nuevo para conocer. Cuatro días después, sintiéndose lista por fin para poner en práctica lo aprendido tras horas de repaso, Christine decidió por fin salir a la calle. Se despertó muy temprano aquella mañana, tomó una ducha de agua caliente tan larga que llenó el cuarto de baño de vapor blanco y perfumado. El agua cayendo sobre su cabello, sobre su rostro, sobre su espalda enjabonada, los minutos pasaban hasta que decidió por fin cerrar la llave. Abrió la puerta de la ducha, tomó la toalla y comenzó a secar su cuerpo minuciosamente. Cuando creyó por fin haber acabado, envolvió su largo cabello castaño en la toalla y salió de la ducha. Inhaló profundamente, queriéndose llenar de vapor antes de abrir la puerta del baño y volver al frío. Christine giró la perilla de la puerta, la abrió y, nerviosa, corrió a su habitación en donde cerró la puerta de golpe. Todavía no se acostumbraba a la idea de que estaba sola, de que nadie la veía. Habiendo vivido toda la vida con sus padres, la sola idea de caminar desnuda por toda la casa le parecía alarmante. Se sentó sobre la cama ya más tranquila y desenvolvió su cabello, comenzó a secarlo delicadamente mientras pensaba a dónde iría al salir del edificio. Si bien recordaba muchas cosas de aquel mapa viejo, Christine sabía que la única forma de llegar a memorizar cada detalle era a partir de la práctica, de la experiencia. Tendría que salir más. Dejó de secar su cabello y se puso de pie para acercarse al cúmulo de bolsas que habían traído días atrás. Había en ellas ropa seca, ropa limpia. No quería volver a usar nada de lo que había traído de casa, de eso estaba segura. Ropa interior, un par de jeans azules y una chaqueta roja; Christine se miraba al espejo vanidosamente mientras se ponía cada prenda, sonriente. Al acabar, se dio la vuelta y consultó la hora en el reloj de pared: 3:16. Descalza todavía, tomó la toalla que había dejado sobre la cama y salió de su habitación para llevarla al baño, en donde el vapor había desaparecido y pudo ver su reflejo en el espejo que había allí también. No, no era solo vanidad. Christine no había visto su propia sonrisa en tanto tiempo, que el estar por fin tranquila y libre de todo remordimiento la llenaba de dicha, el verse y sentirse feliz la llenaba de dicha. Dejó la toalla en su lugar y salió del baño, caminó a la pequeña mesa y tomó de ella un par de manzanas, guardando una de ellas en el bolsillo de su chaqueta mientras le daba una gran mordida a la otra. Abrió las cortinas de la sala y se quedó mirando por la ventana, hacia la calle. El sol brillaba con fuerza, era un buen día para recorrer la ciudad. Terminó de comer la manzana con la vista clavada en el horizonte, para luego alejarse y lanzar las sobras en dirección al cesto de la basura. Tenía buena puntería, y lo confirmó una vez más al ver como daba en el blanco. Christine volvió a su habitación nuevamente y buscó bajo la cama una caja de dónde sacó un par de zapatos que se puso rápidamente, no había tiempo que perder. Guardó sus llaves y el mapa en el bolsillo vacío que le quedaba, salió de la habitación a toda prisa y frente a la puerta principal se detuvo un momento, pensativa. ¿Y si venía Dimitri? Podría avisarle a Mario, dejar un mensaje con él. Giró la perilla plateada y abrió la puerta de madera, salió del departamento y cerró la puerta tras de sí, sintiendo un escalofrío extraño al estar por fin fuera de casa. ¡Cuánto tiempo había pasado! El oscuro pasillo no se iluminaba todavía, las luces parecían estar dañadas. Christine caminó en dirección al elevador, llegó a la puerta y pulsó el botón. Esperó unos segundos antes de que el elevador llegara. Entró a él y presionó el botón del primer piso, las puertas se cerraron casi de inmediato. El descenso fue rápido, llegó al primer piso y al abrirse las puertas nuevamente vio a Mario parado frente a ella.

—¡Hola!
—¡Hola señorita Moore! —Mario dio un paso atrás, sorprendido—. Me da gusto verla. ¿Va a salir?
—Caminaré un rato, lo necesito.
—Eso está bien —Mario se retiró para dejarla pasar—. Es bueno que pasee un poco.
—¿Ha venido Dimitri Mario?
—El señor Versov no pasado por aquí desde la última vez que vino con usted. Ha de estar ocupado, pero descuide, si viene le haré saber.
—Te lo agradezco mucho. —Christine salió del elevador y comenzó a caminar en dirección a la puerta del edificio. Se dio la vuelta frente a ella y miró a Mario—. Si viene, dile que volveré al anochecer.
—Seguro que sí. —Mario se quitó el sombrero—. Tenga un buen día señorita Moore.
—Tú también Mario —dijo Christine entre risas—, y no me digas señorita Moore, solo soy Christine.
—Está bien, ten cuidado Christine.
—Lo tendré.

Siempre lo tenía, pensaba mientras abría la puerta y salía a la calle, en donde el ruido del tráfico moderado retumbaba como en cualquier otra tarde y le hacía olvidar sus pensamientos en segundos, la distraía. Con tantas personas, con tantos automóviles, con los rayos del sol sobre su rostro, sobre su piel, Christine comenzó a caminar, simplemente a caminar, sin saber hacia dónde se dirigía y con la esperanza de que, al llegar, supiera donde se encontraba."

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