“Así pasó un día, dos, tres días sin que Christine supiera nada de
Dimitri, o de cualquier persona en realidad. Encerrada en el departamento, en
su nuevo hogar, pasaba las mañanas enteras recostada hasta tarde, para luego
comer algo y revisar el mapa de la ciudad hasta al anochecer, repitiendo el
ciclo al despertar. Estaba obsesionada con la idea de que se perdería si salía
sola, por lo que dentro de sus compras pasadas incluyó un mapa de Chicago que
sin mucho detalle de lo que había exactamente en aquellas calles llenas de
gente, le daba una idea de por dónde podía pasar y por donde no. Era todo lo
que necesitaba saber, pensaba mientras hora tras hora pasaba sus ojos, sus
dedos, por aquel papel viejo lleno de trazos, de letras, de números que
quedaban grabados en su memoria. Habiéndose librado de una carga, sentía su
cabeza despejada, su mente limpia, a la espera de nuevas cosas por vivir y por
aprender. Un cuaderno en blanco por llenar, un lugar nuevo para conocer. Cuatro
días después, sintiéndose lista por fin para poner en práctica lo aprendido
tras horas de repaso, Christine decidió por fin salir a la calle. Se despertó
muy temprano aquella mañana, tomó una ducha de agua caliente tan larga que llenó
el cuarto de baño de vapor blanco y perfumado. El agua cayendo sobre su
cabello, sobre su rostro, sobre su espalda enjabonada, los minutos pasaban
hasta que decidió por fin cerrar la llave. Abrió la puerta de la ducha, tomó la
toalla y comenzó a secar su cuerpo minuciosamente. Cuando creyó por fin haber
acabado, envolvió su largo cabello castaño en la toalla y salió de la ducha.
Inhaló profundamente, queriéndose llenar de vapor antes de abrir la puerta del
baño y volver al frío. Christine giró la perilla de la puerta, la abrió y, nerviosa,
corrió a su habitación en donde cerró la puerta de golpe. Todavía no se
acostumbraba a la idea de que estaba sola, de que nadie la veía. Habiendo
vivido toda la vida con sus padres, la sola idea de caminar desnuda por toda la
casa le parecía alarmante. Se sentó sobre la cama ya más tranquila y
desenvolvió su cabello, comenzó a secarlo delicadamente mientras pensaba a
dónde iría al salir del edificio. Si bien recordaba muchas cosas de aquel mapa
viejo, Christine sabía que la única forma de llegar a memorizar cada detalle
era a partir de la práctica, de la experiencia. Tendría que salir más. Dejó de
secar su cabello y se puso de pie para acercarse al cúmulo de bolsas que habían
traído días atrás. Había en ellas ropa seca, ropa limpia. No quería volver a
usar nada de lo que había traído de casa, de eso estaba segura. Ropa interior,
un par de jeans azules y una chaqueta roja; Christine se miraba al espejo
vanidosamente mientras se ponía cada prenda, sonriente. Al acabar, se dio la
vuelta y consultó la hora en el reloj de pared: 3:16. Descalza todavía, tomó la
toalla que había dejado sobre la cama y salió de su habitación para llevarla al
baño, en donde el vapor había desaparecido y pudo ver su reflejo en el espejo
que había allí también. No, no era solo vanidad. Christine no había visto su
propia sonrisa en tanto tiempo, que el estar por fin tranquila y libre de todo
remordimiento la llenaba de dicha, el verse y sentirse feliz la llenaba de
dicha. Dejó la toalla en su lugar y salió del baño, caminó a la pequeña mesa y
tomó de ella un par de manzanas, guardando una de ellas en el bolsillo de su chaqueta
mientras le daba una gran mordida a la otra. Abrió las cortinas de la sala y se
quedó mirando por la ventana, hacia la calle. El sol brillaba con fuerza, era
un buen día para recorrer la ciudad. Terminó de comer la manzana con la vista
clavada en el horizonte, para luego alejarse y lanzar las sobras en dirección
al cesto de la basura. Tenía buena puntería, y lo confirmó una vez más al ver
como daba en el blanco. Christine volvió a su habitación nuevamente y buscó
bajo la cama una caja de dónde sacó un par de zapatos que se puso rápidamente,
no había tiempo que perder. Guardó sus llaves y el mapa en el bolsillo vacío que
le quedaba, salió de la habitación a toda prisa y frente a la puerta principal
se detuvo un momento, pensativa. ¿Y si venía Dimitri? Podría avisarle a Mario,
dejar un mensaje con él. Giró la perilla plateada y abrió la puerta de madera,
salió del departamento y cerró la puerta tras de sí, sintiendo un escalofrío
extraño al estar por fin fuera de casa. ¡Cuánto tiempo había pasado! El oscuro
pasillo no se iluminaba todavía, las luces parecían estar dañadas. Christine
caminó en dirección al elevador, llegó a la puerta y pulsó el botón. Esperó
unos segundos antes de que el elevador llegara. Entró a él y presionó el botón
del primer piso, las puertas se cerraron casi de inmediato. El descenso fue
rápido, llegó al primer piso y al abrirse las puertas nuevamente vio a Mario
parado frente a ella.
—¡Hola!
—¡Hola señorita Moore! —Mario dio un paso atrás, sorprendido—. Me da
gusto verla. ¿Va a salir?
—Caminaré un rato, lo necesito.
—Eso está bien —Mario se retiró para dejarla pasar—. Es bueno que
pasee un poco.
—¿Ha venido Dimitri Mario?
—El señor Versov no pasado por aquí desde la última vez que vino con
usted. Ha de estar ocupado, pero descuide, si viene le haré saber.
—Te lo agradezco mucho. —Christine salió del elevador y comenzó a
caminar en dirección a la puerta del edificio. Se dio la vuelta frente a ella y
miró a Mario—. Si viene, dile que volveré al anochecer.
—Seguro que sí. —Mario se quitó el sombrero—. Tenga un buen día
señorita Moore.
—Tú también Mario —dijo Christine entre risas—, y no me digas señorita
Moore, solo soy Christine.
—Está bien, ten cuidado Christine.
—Lo tendré.
Siempre lo tenía, pensaba mientras abría la puerta y salía a la calle,
en donde el ruido del tráfico moderado retumbaba como en cualquier otra tarde y
le hacía olvidar sus pensamientos en segundos, la distraía. Con tantas
personas, con tantos automóviles, con los rayos del sol sobre su rostro, sobre
su piel, Christine comenzó a caminar, simplemente a caminar, sin saber hacia dónde
se dirigía y con la esperanza de que, al llegar, supiera donde se encontraba."
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