“Fuera de unas sillas de madera, una pequeña mesa y una cama muy
sencilla, no había ningún otro mueble en el departamento 5B. Faltando pocas
horas para que saliera el sol nuevamente, Christine se imaginaba el amanecer
lejos de casa mientras recostada sobre la fría madera miraba a través de la
ventana, en dirección a los tejados, a los árboles, a las calles todavía
iluminadas por los tonos tenues de los faroles encendidos. Tan diferente a su
pequeño pueblo, tan acostumbrada a un paisaje distinto, a una vida distinta. Se
preguntaba en qué momento había cambiado todo, en qué momento tantas sacudidas
desmoronaron la tranquilidad que antes tenía. Cerró los ojos, recordó a su
padre y la última conversación que puedo tener con él antes de que simplemente
dejó de recordarlo. Pensó en su madre, en la despedida sin despedirse que tuvo
antes de marcharse. Todo estaba mal, tenía que volver y lo sabía. ¿Pero qué
encontraría al volver? La misma realidad, y no la fuerza de antes para
enfrentarla. En pleno vuelo era imposible ya dar marcha atrás, eso lo sabía
bien. Christine abrió los ojos y se puso de pie, entró a la habitación en donde
una cama con un delgado colchón se encontraba. No se veía muy cómoda, pero
después de tantas cosas que habían pasado estaba segura que hasta en el suelo
se quedaría dormida. Dejó su maleta a un lado, se quitó los zapatos y dio un
salto hacia el colchón, era sorprendentemente más suave de lo que esperaba.
Cubrió su cuerpo con las suaves cobijas y por un momento se sintió en casa
nuevamente. Era un nuevo comienzo, ¿por qué no podía serlo? Una nueva
oportunidad, una nueva vida. El extraño que ahora la ayudaba le recordaba a su
padre, a la dedicación y ternura que mostraba en su familia antes del juego,
antes de la tragedia, antes de que olvidara quien era. Ella misma lo olvidaba,
lo olvidaba segundo a segundo que pasaba. Lloraba, se desahogaba, las lágrimas
caían sobre la almohada mientras ella pasaba sus manos por su cabello, mientras
trataba de recordarse que ya pronto sería un nuevo día, que ya lo era, que la
oscuridad se iría y llegaría la luz. Entre sollozos, entre palabras de aliento
propias, Christine se quedó dormida. Un sueño tan profundo que no interrumpió
la luz del sol entrando por la ventana, que no interrumpió el sonido los golpes
en la puerta. Agotada por el largo viaje, por las emociones vividas, por pensar
en qué haría y sobre todo por mantenerse tantas horas despierta antes de rendirse
definitivamente, pasaban las horas y ella no despertaba. Christine abrió los
ojos a las 5 de la tarde, casi 13 horas después de haberlos cerrado en la
madrugada. Desorientada, se levantó de golpe y buscó sus zapatos bajo la cama.
Se los puso, corrió hacia la puerta de madera y después de abrirla salió de la
habitación, para encontrarse con Dimitri quien asomado por la ventana hablaba
por teléfono. Al percatarse de la presencia de la pequeña chica, colgó la
llamada y le sonrió mientras se acercaba.
—¿Dormiste bien pequeña?
—Bastante. En serio te lo agradezco.
—Descuida. —Dimitri se acercó a la pequeña mesa y tomó de ella una
taza que extendió a su invitada—. Toma. Quise despertarte antes, pero parecías
muy cansada.
—Lo estaba. —Christine tomó la taza con sus delicados dedos mientras sonreía
con alegría—. Gracias, me encanta el café.
—A mi hijo también, yo no soy un fanático en realidad. ¿Qué vas a
hacer hoy?
—No estoy muy segura, necesito un mapa de la ciudad y encontrar lo que
necesito.
—¿Qué necesitas?
—Un trabajo.
—Olvida eso por ahora. —Dimitri meneó la cabeza—. ¿Tienes 15 no?
—Sí.
—Bien, olvídate de eso entonces. Por ahora necesitas estudiar.
—¿Y cómo lo haré sin dinero para pagarlo? —Christine hablaba con
ironía en su voz—. Eso no es posible y lo sabes.
—Tengo una amiga de una amiga que puede ayudarte a entrar a una
escuela local, eso es lo de menos.
—¿Lo dices en serio?
—Es en serio. —Dimitri sonrió—. Tú déjame ayudarte.
—¿Por qué lo haces Dimitri?
—Me nace hacerlo. Me recuerdas a alguien.
—¿A tu hijo?
—Sí… —Dimitri pasó saliva—. A él. Vamos, necesitaremos organizar este
lugar si vas a quedarte aquí un tiempo.
—Seguro… Seguro.
Ambos se acercaron a la puerta y salieron del departamento, bajaron
las escaleras y llegaron a la recepción. Al salir del edificio, los tonos
naranjas del atardecer ya empezaban a adivinarse en el cielo. Un nuevo paisaje
para los ojos de Christine, un paisaje tan común para Dimitri; ambos caminaban
entre la multitud de personas juntos, hacia adelante, con la idea de que
estaban en buena compañía. Christine ya no pensaba en sus padres, en los
recuerdos que al amanecer le robaban el sueño. Los había dejado ir con las
horas, con las lágrimas, los había dejado en aquella habitación de la que había
salido, y estaba segura de que al volver, ya ni la sombra de estos quedaría.”
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