lunes, 1 de mayo de 2017

Nuevo hogar

“Sin un lugar a donde ir, sin dinero para volver a casa, Christine decidió quedarse en la terminal de autobuses hasta el amanecer. Era su mejor opción, era mejor que deambular por ahí de noche, exponiéndose al peligro de una ciudad hasta ahora desconocida. Entró nuevamente al edificio y se sentó en una de las sillas de la sala de espera, apretando la maleta de mano contra su cuerpo y recostando su cabeza sobre ella, tratando de conciliar el sueño. No podía, hacía mucho frío y no dejaba de titiritar a causa de la brisa helada que entraba por las amplias ventanas de aquel lugar. Christine abrió su maleta de mano y sacó de ella un abrigo de lana, cubrió su cuerpo con la cálida tela y pronto olvidó el frío, pronto dejó de temblar. Cerró la maleta y volvió a apretarla contra su cuerpo, a recostar su cabeza sobre ella en un intento por dejar atrás las imágenes del día, las sensaciones que el hecho de abandonar a sus padres causaba en su interior. ¿Su madre? Pensaba en su voz, en sus palabras amorosas, en como la dulzura que irradiaba se había perdido pastilla tras pastilla. ¿Su padre? Recordaba los juegos, las risas, la felicidad que causaba en su vida antes de que llegaran las cartas, las botellas, las jeringas y todo lo que puso sobre su propia hija. Como fotografías, los momentos pasaban uno a uno por su cabeza, dejando ver que tan diferente era todo ahora, dejando ver todo lo que se había perdido. Aquellas personas parecían fantasmas, parecían espectros que no volverían, que se habían quedado en el pasado y en su memoria. Justo cuando estaba a punto de quedarse dormida, Christine sintió una mano sobre su hombro y abrió los ojos, se puso alerta. Un sujeto vestido de traje se encontraba de pie frente a ella, la analizaba silenciosamente y ella hacía lo mismo, preparada para lo que fuera.

—¿Estás perdida pequeña?
—No lo estoy.
—¿Y tus padres?
—En casa.
—¿Vives muy lejos?
—Un poco. —Christine pasó saliva—. Acabo de llegar a la ciudad.
—¿Sola?
—Sola.
—¿Por qué? —El sujeto abrió los ojos, extrañado—. ¿Qué sucedió?
—Yo… —La voz de Christine se cortó, se le fue el aire y las ganas de hablar—. No quiero hablar de eso.
—Está bien, no tienes por qué hablar de tus problemas personales con un extraño, pero tampoco puedes pasar la noche en la terminal de autobuses.
—¿Disculpa?
—Es peligroso, pueden robarte.
—No creo que lo hagan si me mantengo despierta.
—Despierta… —El sujeto comenzó a reír—. Como cuando yo llegué, seguro.
—No me fui de casa para venir a Chicago a escuchar sermones. —Christine cambió el tono de su voz, claramente irritada por la risa burlona del sujeto—. Si ya sabes todo lo que quieres saber, sigue tu camino y déjame en paz.
—De acuerdo. —El sujeto se encogió de hombros—. Cuídate mucho.
—Adiós.

El sujeto de traje se puso de pie y reanudó su camino hasta la puerta del edificio. Christine volvió a apretar su maleta y a cerrar los ojos, estaba muy cansada. Se quedó dormida nuevamente, comenzó a soñar con las tardes en el arroyo, jugando con los animales, el agua y las hojas secas. Soñaba con las mañanas en la escuela, con las lecciones cortas y la alegría de estar con sus compañeros. Corría tras sus recuerdos como si se le escapasen de las manos, de sus dedos ansiosos. ¿Dónde estaba todo eso? ¿Dónde estaban los buenos días? ¿Dónde estaban las razones para no quebrarse? Una lágrima rodó por sus mejillas, luego otra y otra más; todas escapaban de sus párpados cerrados, mojaban sus largas pestañas y la suave piel de su rostro. Christine escuchó pasos y volvió a abrir los ojos, secó las lágrimas con la manga de su abrigo de lana mientras observaba a dos sujetos que acababan de entrar a la terminal. Ambos eran bastante robustos, vestían de cuero y tenían un aire sombrío, malévolo. Daban pasos cortos hacia ella mientras la analizaban detenidamente. Asustada, Christine apretó aún más la maleta contra su cuerpo.

—¿Lejos de casa encanto? —Ambos sujetos llegaron a la banca y se quedaron de pie junto a Christine—. ¿Estás perdida?
—Estoy en casa.
—Seguro…—Uno de los sujetos, el más alto, lanzó una mirada a la maleta de mano roja que Christine tenía en sus brazos—. ¿Qué llevas en esa maleta?
—Nada de valor, si esa es tu pregunta.
—¿Insinúas algo?
—Es difícil no hacerlo con ese rostro.
—Ten cuidado con tus palabras forastera. —El sujeto alto introdujo la mano a su bolsillo y sacó de él una pequeña navaja—. Aquí pueden costarte un poco más.
—No me asusta tu juguete, y no tengo nada que pueda interesarte. —Christine miró en dirección a la puerta—. ¿Por qué no se marchan por dónde vinieron?
—¡Esta chica me agrada! —El sujeto alto lanzó una carcajada mientras hondeaba la navaja en el aire—. ¡Es valiente!
—Ya déjala Roger... —El sujeto más bajo trató de persuadir a su compañero—. No tiene nada de valor y…
—¿Y tú le crees? —Roger, el sujeto alto, rio nuevamente—. ¡Deja de ser un cobarde y revísala!
—Yo…
—¡Vamos Edward! ¿Tienes miedo?
—Es solo una niña Roger, no creo que…

Antes de que pudiera terminar la frase, un grito proveniente de la puerta hizo que los tres presentes voltearan la mirada. El sujeto de traje se acercaba corriendo a la banca donde se encontraba Christine. Edward y Roger, los dos extraños, dieron un paso atrás. Este último guardó la navaja en el bolsillo de su abrigo nuevamente, tratando de disimular lo que sucedía. En cuanto llegó a la banca, el sujeto de traje se puso justo entre Christine y los dos extraños, tratando de protegerla.

—¿Qué está sucediendo aquí? —El sujeto miró a Christine—. ¿Está todo bien pequeña?
—Saludábamos a nuestra amiga —Roger respondió con aire inocente antes de que Christine dijera algo—. No te alteres papi, todo está bien.
—No soy su padre, y sé que no es su amiga. —El sujeto de traje subió la voz—. Déjenla en paz.
—Si no es tu hija entonces lárgate. No es tu problema.
—Ahora lo es.
—Entonces acepta las consecuencias. —Roger sacó la navaja, tratando de intimidar al recién llegado—.
—Las acepto. —El sujeto de traje sacó un revólver de su bolsillo y apuntó directamente al rostro de Roger—. ¿Tú las aceptas también?
—Yo… —Roger se puso pálido, soltó lo navaja y el estrépito del metal chocando con el suelo se dejó escuchar en toda la sala—. Edward…
—Aléjense. —El sujeto quitó el seguro—. ¡Ahora!

Edward y Roger se alejaron corriendo, salieron por donde entraron sin decir nada más. El sujeto de traje guardó el revólver en su bolsillo y tomó asiento junto a Christine, quien lo miraba asustada y a la vez agradecida. Se quedaron en silencio por algunos minutos, hasta que el sujeto aclaró su garganta y comenzó a hablar muy bajo, como para sí mismo.

—Te dije que era peligroso…
—¿Volviste solo para sermonearme?
—¿Disculpa?
—Solo bromeo… —Christine comenzó a reír—. En serio te lo agradezco mucho. Estaba un poco asustada.
—No lo parecía. Eres muy valiente.
—Gracias.
—Pero así lo seas —agregó—, no puedes quedarte aquí. ¿Por qué no vas a un hotel?
—No tengo dinero para eso.
—Entiendo… —El sujeto se quedó pensando por un instante—. Si quieres, ven conmigo. Puedes quedarte en mi departamento, al menos por esta noche.
—Estaría bien, pero no quiero incomodar y…
—No me incomodas —El sujeto la interrumpió—, me alegra poder ayudarte. Tengo un hijo también, y no desearía que él estuviera en una situación similar, exponiéndose por ahí solo porque sí.
—Debes quererlo mucho…
—Es lo único que tengo, pero ya habrá tiempo de hablar de eso. —El sujeto se puso de pie—. Vayámonos de aquí.
—¡Vamos! —Christine abandonó la silla también—. Gracias extraño.
—Llámame Dimitri.

Dimitri, era la primera vez que escuchaba ese nombre, y estaba segura de que ni esa noche, ni las que vendrían, podría sacarlo de su memoria. Abandonaron el edificio de la terminal de autobuses y tomaron un taxi. En cuanto subieron, Dimitri le indicó al conductor el destino y comenzaron a moverse por las calles vacías de Chicago. Christine miraba por la ventana, deslumbrada con los altos edificios y las grandes calles. Agotada, se recostó contra el espaldar y se quedó dormida. No soñaba con sus padres, no soñaba con sus recuerdos, no soñaba en realidad. Simplemente descansaba, reposaba, mantenía su cabeza en blanco, como las luces que alumbraban las oscuras calles de su nuevo hogar.”