viernes, 11 de diciembre de 2020

Funeral vikingo

Si lo que se hace parece funcionar, si la realidad parece estar bien, ¿por qué prestar atención a las nimiedades? Esas banalidades que tiñen con tonos grises la blancura del lienzo e impiden tener una superficie apropiada para escribir con calma, para pintar sin prisa. Se puede garabatear sobre los tachones, sobre las manchas, sobre las grietas, pero con el tiempo apenas podrán distinguirse los mensajes. Será difícil reconocer los paisajes entre escombros y restos polvorientos, separar la paja del trigo se volverá una ardua tarea en la que se escaparán detalles que luego contaminarán la cosecha. Aquellas páginas mugrientas podrían desecharse de inmediato para así evitar todo eso, pero hay cierto morbo en solo guardarlas por un tiempo como recordatorio de días más oscuros. Los muros se llenarán de páginas claras, de ideas positivas, mientras lo negativo se acumulará en el baúl hasta que este se llene, hasta que este pida a gritos la despedida. ¿A la basura? ¿A un lado de la carretera? ¿A dónde podría llevarse? ¿Dónde podría quedarse? No hay un lugar en el mundo que sea la respuesta a esas preguntas. No imagino el peso de las ruedas de los camiones aplastando memorias como si fuesen hojas secas. Que las palabras escritas en las tinieblas se desintegren en un vertedero sería una falta de respeto con ellas y conmigo mismo. Merecen más, quizá, un funeral vikingo en el que el fuego las reduzca a cenizas, y en el que la brisa se lleve aquello que no se pierde en la profundidad de las aguas. Podré despedirme con tranquilidad de lo que fue, de lo vivido, seguro de que el lento recorrido valió la pena y listo para que la tranquilidad inunde las venas y brote por los poros. Estar en paz sin el aforo lleno, sin lectores diarios, sin más guía que el diccionario para encontrar el significado de las cosas; la mente tan difusa como la memoria y como el futuro, pero no por eso incierto u oscuro, pues después de todo estoy seguro de que cuando por fin se hundan los restos de la barcaza, la coraza a mi alrededor también se habrá desintegrado.

jueves, 10 de diciembre de 2020

Trapecista

De la falta de sueño solo queda la locura. De la cordura solo quedan los recuerdos de mejores días. De las viejas melodías solo quedan notas graves que se pierden entre el ruido de la lluvia. Desperdigadas en la mente, sobras de lo que se fue, bocetos de lo que se quiere ser. Tan difícil escoger y tan necesario hacerlo, pues mantener el equilibrio se volvió una compleja tarea. Es más sencillo dejarse llevar por la marea, permitir que una cosa a la vez tome el control para así no tener que cohibirse, ni evitar de forma innecesaria la toxicidad de la realidad. Mantenerse puro e incorruptible es posible, pero la verdad tangible es que ambos conceptos son tan relativos que no vale la pena tratar de llevar una vida impecable, cuando las miradas llenas de prejuicios yacen en cada esquina que se visita, en cada ciudad que se abandona. Es ese deseo de seguir los lineamientos establecidos el que aprisiona al hombre, es esa falsa búsqueda del honor y la grandeza la que trae el hambre de libertad en los años venideros. No hay que estar atado para sentirse prisionero, ni estar muerto para ser victima de animales carroñeros que arrancan la piel de la carne sin preocuparse por los gritos ni la sangre. Por eso se mantiene en vilo, tambaleándose sobre un hilo como trapecista novato pensando en que en un rato habrá salido el sol y no importará si se ha dormido o no. Los espectros no sobreviven después del alba, pero tampoco lo hacen ni la sensatez ni la calma. Hay veces en que el insomnio trae las respuestas a las preguntas que surgen despierto, las dudas que nacen al abrir los ojos en la madrugada y acompañan a la voz interior demandando atención. Otras veces, la velada transcurre perdido en imágenes y música fuerte, ignorando a las personas, pasando por alto las señales, haciendo de las horas un martirio en el que los delirios de insignificancia cobran fuerza. Un día se esta en la cima, otro día se rueda colina abajo dentro de un barril sin saber como frenar, de camino al abismo lleno de rosas con espinas y rocas puntiagudas. Se juega a la ruleta rusa cada mañana, cada semana; el lunes no es una nueva oportunidad, es la incertidumbre, el nombre de otro amanecer en el que se puede ganar o se puede perecer. La pereza, las ganas de no levantarse; luego la energía rebosando la copa y motivando a correr, a escapar tan lejos como para olvidar el camino de vuelta, seguro de que hay atajos entre los mausoleos abandonados. Sombras esbeltas adornan los muros, recuerdan a las ninfas que alguna vez fueron deidades y hoy solo son figuras cargadas de banalidades y humo espeso. El sujeto que mira su reflejo en el espejo no se reconoce, pues desconoce como llegó a ese lugar e ignora si quiere irse, lleno quizá de curiosidad por ver cómo acaba todo si se sigue caminando entre pantanos llenos de lodo. A veces no basta con saber como termina, a veces es necesario sumergirse en la inmundicia para entender que de la codicia solo quedan bolsillos llenos y mentes vacías. Sin saber nadar, ¿cómo se encuentra la salida? Sin armonía, ¿cómo hacer de los días páginas en blanco a la espera del tacto de la tinta?

Minotauro

¿Por qué hacerlo? ¿Para qué? Las preguntas que se repiten una y otra vez cuando viendo por fin materializado este símbolo que alguna vez trajo calma, se da cuenta de que ahora trae dudas. La pregunta de si aún se es bueno, la pregunta de si se tiene la capacidad para hacer de palabras sueltas una idea completa, una idea entendible no solo para él mismo sino para quien quiera que encuentre estas notas. Un avión de papel volando por la ventana en busca de un lector desconocido o quizá simplemente del olvido. Volver cenizas los pensamientos de un sujeto que por múltiples razones se encuentra ahora dialogando con la pluma sería fácil, pero aun despierta cierta alegría ver el papel manchado, ver los tachones, los errores y las correcciones, como si darle forma a la ansiedad la hiciese más llevadera. El fuego esta reservado para aquello que necesita desaparecer, las palabras forjadas con la ira y el odio. Todo lo demás puede quedarse, para que con los años sea motivo de alegría y nostalgia.  El tiempo no se detiene, los kilómetros que se quedan atrás también cuentan historias, conversan con las manecillas buscando comprar otro minuto en la memoria. Lo peor ya pasó, piensa al recorrer los escombros de su historia, adentrándose en la mazmorra imaginaria, en la jaula creada por su propia mente. Fue fácil entrar, y difícil regresar, volver al presente para poder apreciar lo que no se puede enjaular, lo que no se puede tocar. Las insignificancias adquieren tonos visibles y estorbosos cuando se delira a causa del miedo, cuando se veneran falsos íconos y se pierde el norte, pero al aclarar la vista, es posible recordar lo que realmente importa. ¡Cómo ayuda entender lo corta de nuestra existencia! Desperdiciarla escapando de los recuerdos, huir de la voz interior que nos repite quiénes somos, y para dónde vamos, es una carrera de ratas que no acaba con una vana recompensa. ¿Con qué acaba? ¿Cómo termina? Las preguntas que hacemos mientras recorremos el túnel esperando encontrar una luz. No la que espera al final, sino esa que despeja la niebla y permite disfrutar del recorrido sin prisa, sin correr, llegando a envejecer con la tranquilidad de que se tuvo una buena vida. Podría ser una guía, o quizá una razón para no rendirse. Puede ser tantas cosas, puede cobrar tantas formas. Es diferente para cada persona, pero tiene algo común, y es la felicidad que produce, la forma en la que eleva el espíritu para hacer de este laberinto uno en el que no nos persigue el Minotauro. Sin una sombra tras nuestros pasos es posible caminar con seguridad, pero hay más que sombras, hay más que miedos y dudas, hay verdades crudas y amargas que hacen al más fuerte débil, lo fuerzan a entrar en el letargo de la apatía, ese sueño febril del que no se puede despertar. La basura que se ve cada día puede sacudir los cimientos más fuertes. Es esa la prueba a superar, lograr mantenerse firme aun cuando todo se derrumba. La resiliencia trae sabiduría y experiencia. La conciencia esta tranquila sabiendo que se hizo lo correcto, y ahora, solo queda mantener el rumbo en linea recta.