jueves, 10 de diciembre de 2020

Trapecista

De la falta de sueño solo queda la locura. De la cordura solo quedan los recuerdos de mejores días. De las viejas melodías solo quedan notas graves que se pierden entre el ruido de la lluvia. Desperdigadas en la mente, sobras de lo que se fue, bocetos de lo que se quiere ser. Tan difícil escoger y tan necesario hacerlo, pues mantener el equilibrio se volvió una compleja tarea. Es más sencillo dejarse llevar por la marea, permitir que una cosa a la vez tome el control para así no tener que cohibirse, ni evitar de forma innecesaria la toxicidad de la realidad. Mantenerse puro e incorruptible es posible, pero la verdad tangible es que ambos conceptos son tan relativos que no vale la pena tratar de llevar una vida impecable, cuando las miradas llenas de prejuicios yacen en cada esquina que se visita, en cada ciudad que se abandona. Es ese deseo de seguir los lineamientos establecidos el que aprisiona al hombre, es esa falsa búsqueda del honor y la grandeza la que trae el hambre de libertad en los años venideros. No hay que estar atado para sentirse prisionero, ni estar muerto para ser victima de animales carroñeros que arrancan la piel de la carne sin preocuparse por los gritos ni la sangre. Por eso se mantiene en vilo, tambaleándose sobre un hilo como trapecista novato pensando en que en un rato habrá salido el sol y no importará si se ha dormido o no. Los espectros no sobreviven después del alba, pero tampoco lo hacen ni la sensatez ni la calma. Hay veces en que el insomnio trae las respuestas a las preguntas que surgen despierto, las dudas que nacen al abrir los ojos en la madrugada y acompañan a la voz interior demandando atención. Otras veces, la velada transcurre perdido en imágenes y música fuerte, ignorando a las personas, pasando por alto las señales, haciendo de las horas un martirio en el que los delirios de insignificancia cobran fuerza. Un día se esta en la cima, otro día se rueda colina abajo dentro de un barril sin saber como frenar, de camino al abismo lleno de rosas con espinas y rocas puntiagudas. Se juega a la ruleta rusa cada mañana, cada semana; el lunes no es una nueva oportunidad, es la incertidumbre, el nombre de otro amanecer en el que se puede ganar o se puede perecer. La pereza, las ganas de no levantarse; luego la energía rebosando la copa y motivando a correr, a escapar tan lejos como para olvidar el camino de vuelta, seguro de que hay atajos entre los mausoleos abandonados. Sombras esbeltas adornan los muros, recuerdan a las ninfas que alguna vez fueron deidades y hoy solo son figuras cargadas de banalidades y humo espeso. El sujeto que mira su reflejo en el espejo no se reconoce, pues desconoce como llegó a ese lugar e ignora si quiere irse, lleno quizá de curiosidad por ver cómo acaba todo si se sigue caminando entre pantanos llenos de lodo. A veces no basta con saber como termina, a veces es necesario sumergirse en la inmundicia para entender que de la codicia solo quedan bolsillos llenos y mentes vacías. Sin saber nadar, ¿cómo se encuentra la salida? Sin armonía, ¿cómo hacer de los días páginas en blanco a la espera del tacto de la tinta?

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