Encuentros con
el humo, mientras la lluvia cae y las palabras fluyen, mientras los pasos bajo
los árboles de un parque lejano se hacen lentos y dejan que el agua helada
empape el cabello, la ropa, los rostros cansados que avanzan sin detenerse por
una calle llena de altos edificios. El verdor era lentamente remplazado por el
gris, por el negro, por los tonos sucios de los grandes ventanales en donde
rostros desconocidos se asomaban para observar la atmósfera oscura que cubría
la ciudad. Los colores se habían ido, y eran solo las luces de los miles de
anuncios las que pintaban de alguna forma el paisaje. Mensajes de todo tipo:
lleve esto, compre aquello, deshágase de eso, renueve lo otro; deje a un lado
la duda y olvide la amargura, dele color a su día con cualquier cosa material
que de seguro encontrará aquí. Eran casi todos iguales, los anuncios que
brillaban en la distancia. Se escuchaban los gritos de los vendedores, sus
voces nerviosas, repitiendo la misma frase una y otra vez. Truenos
ensordecedores retumbaban aún más fuerte, tras las montañas, acompañaban al
murmullo de las personas y las bocinas que se movían en ese lugar. Los minutos
pasaban, por el rostro corrían las gotas que caían de las nubes y se llevaban
el sudor, se llevaban la percepción del tiempo. El ruido disminuía, las
personas se alejaban, los vendedores se refugiaban, pronto el sendero se encontró
desierto. Era posible estar tranquilo, era posible disfrutar el sonido de
lluvia golpeando los tejados, las ventanas, las copas de los árboles que de
tanto en tanto nos refugiaban, que por escasos segundos nos cubrían del agua.
Un minuto, dos minutos de anécdotas, de opiniones, de discusiones basadas en lo
que sucedía a nuestro alrededor, en el paisaje húmedo y frío que nos rodeaba.
Percepciones similares, en algunos casos, opiniones causales de risas y burlas.
Gustos parecidos, también, el brillo en los ojos causado por los tonos naranjas
y negros de la época, del día en el que estos eventos sucedieron, por ejemplo.
No por los dulces, sino por una noche que parece más larga y oscura. Faltaba
poco para llegar al final del recorrido, para decir adiós y tomar un rumbo
distinto. Caminaba junto a la representación de un personaje conocido sin
excusas para hacer tiempo, solamente contento de haber podido decirle
precisamente eso, revelar esa extraña casualidad, la coincidencia de eventos
entre un personaje hecho de tinta y un personaje hecho de carne y hueso. Dos
personajes fuertes, dos personajes decididos, dos personajes que saltaron entre
tiempos a causa de eventos cualquieras, madurados por la vida como suelen decir
algunos. El camino nunca es igual para nadie, por lo que encontrar pequeñas
coincidencias como estas en alguien que aprecio es grato. Conozco demasiado
bien al personaje que baila en el papel, pero la persona que avanzaba a mi lado
era, es y seguirá siendo un enigma, un misterio indescifrable. Quizá para mí,
quizá para algunos, quizá para todos. Cada persona es distinta y eso lo sé
bien, cada cabeza refugia diferentes historias. Cada cabeza refugia diferentes
voces, que aun estando en la cima no se detienen y retumban aún más fuerte que
los truenos pasados, pero una conversación con la persona correcta, una canción
que haga que vibren las paredes, una caminata bajo la lluvia helada, cosas como
estas puede hacerlas inaudibles por un momento, imperceptibles por un rato. De
eso se trata, pues quizá nunca desaparezcan, seguirán dando vueltas. Opacarlas
de la mejor manera es subirle el volumen a la melodía en la cabeza que recuerda
que todo estará bien. Así, con el tiempo, apenas se recordará lo que aquellas
voces dijeron.
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