domingo, 1 de diciembre de 2019

Artistas y asesinos

Está a punto de acabar el primer día de diciembre, ese mes lleno de luces, de colores, del calor de la gente y, este año, acompañado de arengas, pancartas y gritos eufóricos que se toman las calles. Es irónico, como diferentes bandos usaban el mismo argumento para mover a las masas de forma efectiva y lo lograron. Llenaron las plazas, se tomaron malas decisiones de forma masiva que son ahora causales de vías cerradas y contenedores de basura en llamas. Las ganas de ver arder la ciudad según unos, las ganas de un mejor futuro según otros. Nadie sabe quién tiene la razón, pues si bien esta movilización tiene muchas caras, se reconocen fácilmente dos: Piedras picadas y ladrillos lanzados contra los escudos de los policías anti disturbios. A pocos kilómetros, los suburbios se encuentran llenos de bailarines y músicos, pintores y actores, artistas de toda clase enseñándole con clase a la ciudad que la realidad de quien se levanta cada mañana persiguiendo un sueño es esta, la que se pinta, la que se baila, la que se toca, la que se escribe, la que se vive con sacrificios y algunos beneficios. Unos pintando lienzos y aceras, otros rompiendo ventanales y volviendo de la situación actual una excusa para sacar ese  lado animal y salvaje que un estado caótico despierta. Tantos ojos, tantas bocas, y tantas cámaras encendidas grabando decenas de sucesos simultáneamente, dejando un registro de lo que somos, de lo que hacemos y de lo que hacen con nosotros mientras aturdidoras espantan a la multitud y recalzadas disparadas por asesinos se incrustan con prontitud en la cabeza de un joven. ¿No fue eso lo que pasó? ¿Queríamos evitar esto? Mirábamos al vecino país con zozobra, olvidando que las líneas divisorias en el mapa no existen y que un río, una selva, una montaña jamás han detenido al ser humano. Será en vano cualquier esfuerzo por separarnos, por olvidarnos de que todos estamos en el mismo punto, en el mismo barco. ¿Son nuestras acciones aquellas que van a condenarnos? No lo sabemos, y tendremos que enfrentarnos a las consecuencias, aguantar con paciencia aquellos augurios sacados no de un cuento de hadas, sino de un libro de historia. Nos falla la memoria, nos falla la falta de conocimientos esenciales que remplazan con los banales, instructores sin instrucción, víctimas también de la omisión de la información. Es un ciclo que se repite, un sistema infectado que hace y deshace, crea individuos fuertes y llenos de seguridad para enfrentarse a la injusticia, crea individuos llenos de codicia. Crea seres tan diferentes entre sí y al final algunos de ellos pueden romper aquella palabra en miles de pedazos: no son individuos, son una comunidad, una sociedad que a decir verdad se mantiene tambaleando, sonriendo, y pretendiendo que mientras el buque de Duque se hunde… ¡Qué no cunda el pánico! Todavía hay comida, todavía hay bebida, todavía tenemos una salida, los botes salvavidas. Crisis migratorias, dictaduras establecidas, guerras perdidas y tanto por contar con más que versos, con mas que textos, con mas que esos, los mensajes que se quedan en el papel. Escuché hoy: “El dispositivo electrónico en nuestras manos, el celular que usamos para distraernos, es un arma poderosa. Una herramienta de comunicación asombrosa que puede hacer de fotografías y párrafos cortos noticias verdaderas.” Esa persona pudo plantar una idea bastante positiva en quienes escuchaban, así como recordarme claramente el motivo para hacer esto. No es ser un reportero, no es ser un vocero de los oprimidos ni un oprimido creyéndose parte del grupo de opresores. Escribir y escribir, sobre lo que veo, sobre lo que leo. Releer los renglones, editar los párrafos, para finalmente doblar el papel, lanzar la nota deseando que la brisa permita que toque el suelo muy lejos. Así se pasa el tiempo, saliendo a conocer que hay más allá de estas paredes, más allá de aquellas montañas.

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