viernes, 21 de abril de 2017

Recuerdos amargos

“En cuanto sus lágrimas pararon de caer, en cuanto recobró un poco la calma, Christine me pidió que la dejara sola y así lo hice. Me puse de pie y abandoné el segundo piso de la casa de Grace, descendí por la escalera principal y salí por la puerta trasera, por el mismo lugar que habíamos entrado anteriormente. Allí, sentado junto a los matorrales, me quedé por varios minutos vigilando el umbral, prestando especial atención a cualquier sonido proveniente del interior de la casa. No escuchaba pasos, no escuchaba voces, no escuchaba ninguna clase de ruido y pronto sentí ganas de entrar nuevamente para ver qué estaba sucediendo. ¿Debía llamar una ambulancia? ¿Debía llamar a la policía? Sacudí mi cabeza para espantar estos pensamientos y me tranquilicé, entonces la puerta trasera se abrió de golpe. Bajo el umbral apareció la figura de Christine, quien salió de la casa dejando la puerta tal y como la habíamos encontrado. Comenzó a caminar hacia los matorrales, me puse de pie y analicé a la chica de arriba abajo, parecía más tranquila ahora y daba pasos firmes sobre las grandes losas de cemento presentes en aquel jardín. En cuanto llegó a mi lado, la abracé nuevamente y ella se acurrucó en mi pecho mientras parecía tratar de contener el llanto, mientras su respiración entrecortada revelaba lo que sucedía en su interior. Inhaló, exhaló aire profundamente y luego se separó, retomó la marcha invitándome a seguirla con una seña. Asentí con la cabeza y caminé tras ella, seguí sus pasos a través de las losas y la hierba ya crecida para abandonar el jardín trasero. Llegamos a la entrada principal en cuestión de segundos, la calle todavía estaba vacía y tranquila. Christine se separó, corrió hasta llegar a su motocicleta y tomó el casco del asiento. Lo sostuvo por algunos segundos en sus manos, como si estuviera viendo su reflejo, luego levantó la mirada y la dirigió hacia la mía mientras yo todavía caminaba en su dirección.

—Debemos irnos —Christine se puso el casco—, sube ya.
—¿Irnos? ¿Qué pasará con Grace?
—Grace está muerta Evan. No podemos hacer nada ya.
—Eso ya lo sé Christine. Lo que quiero decir es… ¿Qué va a pasar ahora? ¿Qué sucedió aquí?
—Vinieron a buscarme, eso sucedió. —Christine abrochó los seguros bajo su cuello—. Nos vamos a ir, eso va a pasar ahora.
—¿Vinieron a buscarte? ¿Quiénes?
—¡Evan! —Christine levantó la voz, alterada—. ¡Deja de hacer preguntas y sube a la motocicleta!
—¿Y si me rehúso?
—Puedes quedarte, y cuando la policía llegue responder tú las preguntas que hagan.
—¿La policía? —Pasé saliva—. ¿Vienen en camino?
—Vienen en camino. Ellos se harán cargo de esto. ¿Entiendes ahora? —Christine subió a la motocicleta de un salto y encendió el motor, llevándose el silencio del lugar—. ¡Sube ya!
—Es irónico —dije mientras me subía tras ella—, muy irónico.
—¿Qué es irónico?
—Qué tú hayas llamado a la policía.
—No lo es Evan. Yo no soy nadie más que Christine Moore.
—Si fuera así, esto no habría sucedido.

No escuché una respuesta diferente a la del rechinar de las ruedas. Comenzamos a movernos rápidamente, me sujeté al asiento con mis manos mientras avanzábamos por la avenida Oakton en dirección a Chicago. La luz del sol casi había desaparecido por completo, eran las estrellas las que se dejaban ver ahora en el cielo mientras algunos rayos en el oeste todavía coloreaban el paisaje de amarillo y naranja. Como yo no llevaba casco, tuvimos que desviarnos cerca de la ciudad para entrar a ella por una avenida menos transitada y evitar así a los policías de tránsito que nos detendrían por tal infracción. Estaba nervioso, pero los minutos que duró el recorrido pasaron rápidamente; pronto reconocí las calles, los nombres en las señales, pronto sentí que estaba de nuevo en casa. Llegamos a la calle 11 con 14, al umbral del edificio 4321, pero lo pasamos de largo y entramos al túnel que quedaba a un costado. Descendimos por una oscura rampa hasta llegar a las puertas del garaje, luego estas se abrieron lentamente y el olor a gasolina invadió mi nariz. Decenas de automóviles, algunos de ellos muy lujosos, se encontraban allí parqueados. Nos detuvimos a un costado y Christine apagó la motocicleta. Nos bajamos de ella y comenzamos a caminar en dirección al elevador mientras la chica se quitaba el casco y secaba las pequeñas gotas de sudor presentes en su frente. Estando frente a las puertas metálicas, presioné el botón ubicado a un costado y una luz se encendió en él. Escuchamos varias campanillas, las puertas se abrieron después de un momento, revelando los espejos y las luces y los botones del lujoso elevador. Entramos, Christine presionó el botón con el número 15 y las puertas se cerraron, ascendimos hasta el último piso de aquel edificio de cristal. 12, 13, 14, 15; las puertas volvieron a abrirse, esta vez en nuestro destino. Todas las luces en la sala principal del departamento estaban encendidas, y Nicco se encontraba sentado en el sofá mirando televisión y comiendo golosinas que lanzó por el aire en cuanto nos vio entrar. Se puso alerta, pero se tranquilizó en cuanto nos reconoció y, recogiendo sus golosinas del suelo, nos saludó alegremente desde donde estaba. Christine no respondió a su saludo, tenía la cabeza en otra parte. Nicco dejó lo que estaba haciendo para acercarse a nosotros, para acercarse a Christine y saber qué estaba sucediendo.

—¿Está todo bien?
—Grace está muerta Nicco.
—¿Qué?
—Sombra fue a buscarme a Des Plaines… —La voz de Christine comenzó a quebrarse de nuevo y sus ojos volvieron a humedecerse, como si la imagen vista todavía siguiera presente en ellos—. No me encontró y…
—Christine…. —Nicco la abrazó fuertemente, mientras la chica lo abrazaba también—. Lo lamento de verdad.
—Lo pagará —susurró Christine entre dientes, pegada al pecho de Nicco—, lo pagará y muy caro.
—No entiendo por qué Sombra iría tras Grace.
—Nicco, si no puedes llegar a la cima de un castillo ajeno, quiebras sus cimientos, lo rompes desde abajo y cuando se desmorone podrás poner tu reino sobre los escombros.
—¡Oigan! —Interrumpí la conversación y el abrazo—. Lamento importunarlos pero… ¿Quién es Sombra?
—La competencia Evan —respondió Christine mientras soltaba a Nicco—, si así puede llamarse.
—¿Competencia?
—El tipo que controla la zona sur.
—Supongo que no es amistoso.
—Después de lo que viste esta tarde, supones muy bien Evan.
—No puedo creerlo... —Me quedé callado unos instantes, tratando de organizar las ideas en mi cabeza—. Quiero ir a casa.
—No voy a dejar que te vayas. —Christine sostuvo mi mano—. Hablo en serio.
—¿Por qué no?
—Evan, estás viviendo en el departamento de Grace. Si llegaron a su casa, pueden llegar allá también. No es seguro.
—Christine tiene razón Evan —agregó Nicco seriamente—, es mejor que te quedes aquí.
—Están exagerando. No tengo nada que ver con ustedes.
—Grace tampoco tenía nada que ver con nosotros Evan.
—¡Por favor! —Subí la voz—. ¡Solo quiero ir a casa! 
—Christine… —murmuró Nicco—. Tal vez Evan tenga razón. Puedo llevarlo a casa y tratar de obtener respuestas en los alrededores.
—Ninguno de los dos va a salir a exponer el pellejo. —Christine interrumpió a Nicco y cambió el tono de su voz, tratando de persuadirlo—. Nos quedaremos aquí mientras aclaramos lo que sucedió.
—¡Es claro lo que sucedió Christine! —Nicco también cambió su tono, pero parecía molesto—. ¿Qué estamos esperando? Tenemos que ir tras Sombra, tras su gente, antes de que se escondan y perdamos su rastro.
—No podemos solo salir a la calle Nicco, eso es lo que ellos quieren.
—¿Entonces qué propones eh? ¿Quedarnos encerrados hasta que vengan y nos maten como a mi padre?

En cuanto pronunció estas palabras, Nicco se dio la vuelta lleno de ira y caminó en dirección a su habitación, cerrando violentamente la puerta tras de sí. Christine se quedó estática en la sala principal, enmudecida, como si por un momento hubiese dejado de respirar, como si por un momento su corazón hubiese dejado de latir. Su mirada se encontraba apagada, perdida, había perdido el brillo completamente. Dio unos pasos hacia la mesa de cristal sin siquiera notar que yo la analizaba minuciosamente, sin siquiera notar que mis ojos seguían hasta el más mínimo de sus movimientos. Christine sacó de su abrigo la nueve milímetros, la sostuvo en su mano derecha por unos segundos y luego la dejó sobre la mesa. Sus sollozos comenzaron a llevarse el silencio del departamento, sus lágrimas comenzaron a caer y a llenar el grueso cristal de pequeñas gotas de agua salada, a llenarlo de recuerdos amargos. Quizá en ese momento cambió todo, en el momento en el que decidí dejar el lugar dónde estaba para acercarme a la mesa, para acercarme a ella. La abracé por la espalda en cuanto llegué, sus cálidas lágrimas mojaban mis brazos, se deslizaban por mi piel descubierta llevándose con ellas el frío, el miedo… Las ganas de irme de ese lugar."

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