martes, 11 de abril de 2017

Reencuentro

“La búsqueda de empleo no fue muy extensa. Dos días después de haber llegado a la ciudad, entré a trabajar como ayudante en una pequeña librería ubicada en el centro. Solo debía estar allí de lunes a viernes desde las 9 hasta las 3, organizando las repisas sobre las cuales reposaban decenas de libros llenos de polvo y manteniendo limpias las grandes sillas en donde se sentaban los visitantes a leer y a beber café. De vez en cuando entregaba y recogía paquetes también, llevaba cajas repletas de revistas de una librería a otra. Todo esto me ayudó a ubicarme mejor, a familiarizarme con las calles que recorría cada mañana y que lentamente quedaban grabadas en mi memoria. Mi jefe, el dueño de la librería, era un sujeto muy amable. Su nombre era Steffan Grant, un tipo de mediana estatura y contextura delgada, con una larga cabellera que ya comenzaba a teñirse de blanco al igual que su barba. Aunque era muy liberal, vestía siempre formal, con una camisa y una corbata de un color distinto cada día. Tenía unos 45 años en ese entonces, era muy paciente, muy amable y muy sabio. Me agradaba mucho, me agradaba mucho hablar con él cuando la librería estaba vacía, cuando no quedaba nada más por hacer e incluso a veces me quedaba un rato más después de mi turno solo para debatir un poco más sobre cualquier cosa, solo para debatir sobre un poco de todo. Llegué a verlo como se ve a un padre, y él llegó a verme como se ve a un hijo. Mi padre murió antes de que yo naciera, crecí solo con mi madre quien tiempo después me dejó saber que un accidente de tránsito había ocasionado la tragedia. Me entristecía el no haberlo conocido, pero el conocer a Steffan me hacía feliz, me daba motivos para quedarme en Chicago y aprovechar el nuevo camino que comenzaba a trazar, a recorrer. Aprendí mucho de él, y estaba seguro de que podría aprender más. Así pasó una semana, así pasaron dos semanas, tres semanas. No tuve noticias ni de Nicco ni de Christine en todo ese tiempo. Me sorprendía un poco más el no encontrar a la chica misteriosa, pues era mi vecina y en tantos días no me crucé con ella ni en el pasillo, ni en el elevador, ni en las escaleras, ni en la recepción, ni en los alrededores del edificio. Nada. Quería llamar a Grace y preguntarle si sabía algo, pero luego pensé que sería complicar las cosas y desistí, era probable que ella supiera lo mismo que yo sabía. ¿Para qué preocuparla? Ya aparecería, no era necesario dar la alarma todavía. Respecto a Nicco, debía estar ocupado, debía haber conseguido ya un nuevo trabajo. Fui el sábado siguiente a visitarlo, cuando apenas era el medio día. En cuanto entré a la recepción del edificio, el portero me informó que Nicco se había mudado hace una semana. Se acercó luego a su escritorio y abrió un cajón del que sacó un sobre, asegurando que Nicco lo había dejado para mí. Lo tomé entre mis manos, lo abrí abrí de inmediato. Contenía solo un papel con un número de teléfono escrito en tinta azul. Tomé asiento en uno de los sofás de la recepción y saqué del bolsillo mi teléfono, llamaría de inmediato. Marqué el número y acerqué el teléfono a mi oreja, escuché el tono de marcado antes de que este se interrumpiera por el sonido de quien contesta al otro lado de la línea.

—¿Hola? —La voz grave de Nicco todavía era familiar para mis oídos—.
—Nicco, soy yo.
—¿Quién es yo?
—Evan, Evan Tremblay.
—¡Evan! —Subió el tono de inmediato, reflejando su sorpresa—. No sabes cómo me alegra escucharte. ¿Cómo has estado?
—He estado bien… Trabajando y adaptándome. ¿Qué tal tú vida?
—¡De maravilla! —Sonaba contento—. Conseguí un nuevo trabajo y pude mudarme a otro departamento, a uno más grande.
—¿En serio? ¡Qué bien!
—Lo sé. Es genial. Deberías venir hoy, estoy seguro de que Christine estará encantada de verte.
—¿Christine? —Apreté el papel entre mis manos—.
—¿No lo sabes? —Nicco se quedó callado unos instantes—. Ella se mudó también a este departamento.
—Vaya…
—Descuida. Solo somos compañeros de trabajo.
—Oh, ¿trabajas con ella?
—Exacto. El día en que te mudaste a tu departamento, me crucé con Christine al salir del edificio y conversamos un rato. Le dije que había renunciado a mi trabajo y me ayudó a entrar a la empresa en la que ella trabaja.
—¿Y qué tienes qué hacer?
—Me encantaría contarte todo con lujo de detalles. ¿Por qué no vienes? —Se escuchó una voz femenina en la distancia, la suave voz de Christine quien pronunciaba algo indescifrable por la interferencia—. ¿Oyes eso? Ella quiere que vengas.
—Supongo que iré… —Vacilé unos instantes—. ¿Dónde es?
—Te enviaré la dirección en un mensaje.
—Nos vemos entonces.
—Ten cuidado de camino Evan.
—Lo tendré.

En cuanto colgamos la llamada, un mensaje llegó. Lo abrí de inmediato y allí estaba la dirección del nuevo departamento. Me despedí del portero y salí del edificio. Paré el primer taxi que vi pasar y le pedí al conductor que me llevara a la 11 con 14. El recorrido no tardó más de 20 minutos, el tráfico circulaba con normalidad por las calles que usamos para llegar. Llegamos a la dirección indicada, pagué y me bajé rápidamente. Volví a sacar el teléfono de mi bolsillo para revisar el mensaje nuevamente, pues no había retenido el número del edificio. Era el 1432, decidí llamar a Nicco para decirle que ya había llegado. Volví a marcar el número, a escuchar el tono de marcado interrumpido por una voz familiar.

—¿Dónde estás Evan?
—En la 11 con 14.
—El 1432 es el edificio con la fachada de cristal que puedes ver en la esquina. Bajaré ya mismo, te espero en la recepción.
—Nos vemos allí Nicco.

Ubiqué el edificio y crucé la calle para poder llegar a la puerta. El sol hacía que cada cristal brillara con fuerza y me encegueciera momentáneamente. Era muy lujoso, estaba deslumbrado y a la vez feliz de saber que ambos estaban viviendo en un lugar así. Estando frente al umbral, la puerta se abrió y entré. Una inmensa alfombra negra cubría el suelo de la entrada y las losas brillantes reflejaban la luz de las lámparas sobre ellas. El portero, vestido elegantemente con un traje vino tinto, estaba de pie junto a Nicco quien me miraba sonriente vistiendo solo una bermuda y una camisa. Lucía  Llevaba sandalias, claramente había despertado hace poco. Se acercó y estrechó mi mano fuertemente, luego me invitó a seguirlo. Nos acercamos a las puertas del elevador, entramos a la caja de metal y las puertas se cerraron. Mientras ascendíamos, piso por piso hasta el número 15, que era el destino, Evan me hablaba de lo feliz que estaba de verme, de que debía considerar mudarme con ellos, de que debía considerar trabajar con ellos. Yo no decía nada, en realidad no estaba escuchando muy atentamente, simplemente asentía con una sonrisa mientras pasaba mi mirada por los botones del elevador que se encendían en cuanto pasábamos por el piso que indicaban. 11, 12, 13, 14, 15, las puertas se abrieron directamente en la sala principal del departamento, en donde estaba Christine sentada en el sofá, sosteniendo un libro en sus manos que soltó en cuanto sus ojos se cruzaron con los míos."

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