domingo, 16 de abril de 2017

Secretos

“En cuanto acabé el contenido del vaso, en cuanto no quedó ni una sola gota, lo dejé sobre la mesa y, lanzando una última mirada a las dos personas que tenía a mi alrededor, me acerqué a la puerta principal con la intención de salir. No escuché ninguna voz que me detuviera, ni esperaba en realidad escucharla, giré la perilla y abrí la puerta, cerrándola tras de mí. Caminé por un oscuro pasillo hasta las escaleras y bajé escalón por escalón desde el piso número 14 hasta la recepción, en donde me despedí del portero y salí del edificio. No sabía qué hacer, pero sabía que no quería estar más en ese lugar. Me acerqué a la avenida y tomé un taxi, le pedí al conductor que me llevara a la State con 53. El tráfico avanzaba lentamente, me recosté en el espaldar y me concentré en el sonido de la radio. El locutor repasaba rápidamente algunos de los eventos más destacados en la ciudad; hablaba de política, hablaba de la bolsa, hablaba del clima. Era una voz arrulladora que entraba a mis oídos mientras miraba por la ventana en dirección a los edificios por los que pasábamos. Se quedaban atrás, las personas se quedaban atrás, los ciclistas se quedaban atrás, todo se quedaba atrás. Recordaba las palabras de Christine, su miedo expresado en su voz mientras me revelaba sus secretos. Pensaba en Nicco, en el cambio que había sobrevenido en él después de un trágico evento como la desaparición de su padre, quien posiblemente había muerto a manos de extraños. Pensaba en aquellos extraños, y me repetía una y otra vez que no eran diferentes a Nicco, a Christine. Era su mundo, era lo que sucedía allí. Estaba cansado, cerré los ojos y no los abrí hasta que estábamos a algunas calles del punto indicado. Llegamos a la recepción del edificio 7153 en menos de 30 minutos. Pagué, me bajé del taxi y cerré la puerta. Miré hacia el umbral y me acerqué. El portero, Mario, estaba allí de pie recostado contra la pared. Me saludó amablemente y nos quedamos hablando un momento.

—¿Alguna noticia de Christine?
—No… —Pasé saliva—. Nada todavía Mario.
—Si tan solo Grace contestara su teléfono…
—¿Has tratado de llamarla?
—Lo he intentado, pero no contesta nunca mis llamadas.
—¿Y cuando fue la última vez que lo hiciste?
—Hace dos días. 
—Supongo que lo intentaré yo también —me quedé pensando un momento—, es más, iré a visitarla hoy mismo.
—Eso estaría bien, quizá ella sabe algo.
—Quizá… —Asentí con la cabeza mientras inconscientemente deseaba que no fuera así, mientras deseaba que Grace no supiera nada todavía—. Subiré un momento, hablamos luego Mario.
—Buena suerte Evan.

Entré al edificio y subí las escaleras. Llegué al quinto piso y, estando frente a la puerta del departamento, tomé las llaves de mi bolsillo y la abrí rápidamente. Entré, sin cerrar, sabía que no tardaría en salir nuevamente. Corrí a mi cuarto, comencé a buscar en los cajones de un armario que había comprado recientemente un papel, el papel con la dirección y el número de Grace que ella misma me había entregado semanas atrás. Al encontrarlo bajo una pila de camisas, lo tomé entre mis manos, lo doblé y lo introduje en el bolsillo de mi pantalón, luego me dirigí a la puerta y salí del departamento, convencido de que no tenía tiempo que perder. Bajé las escaleras a toda carrera, llegué a la recepción y me despedí de Mario, quien se encontraba ocupado organizando algunos recibos. Escuché su voz desearme buena suerte mientras pasaba por el umbral del edificio, luego el silencio se quedó atrás, el ruido de la ciudad me daba la bienvenida. Vi un taxi pasar y lo detuve de inmediato, entré al vehículo sin pensarlo dos veces. Estando adentro saqué el papel de mi bolsillo, lo desdoblé cuidadosamente y le pedí a conductor que me llevara a la dirección que se encontraba allí. El sujeto tomó el papel entre sus manos y se quedó pensando unos instantes. Tenía miedo de que dijera que no podía llevarme, por lo que se trataba de una dirección en las afueras, pero me tranquilicé en cuanto me devolvió el papel y pisó el acelerador. A diferencia del conductor anterior, este no llevaba la radio encendida, por lo que mi única distracción era mirar por la ventana. El tráfico avanzaba sin problemas, estaba convencido de que no tardaríamos mucho en llegar. Tomé mi celular y busqué en el mapa la dirección de Grace para hacerme una idea del recorrido. Avenida Oakton 9537, Des Plaines. Estábamos a 15 kilómetros, no era en realidad muy lejos del centro de la ciudad, ni de la ciudad en sí. Dejé el celular sobre mis piernas y cerré los ojos, quería organizar las ideas que tenía en mi cabeza y, sobre todo, preparar la mejor forma de decirle a Grace lo que estaba sucediendo. Debatía conmigo mismo, ponía sobre la mesa los pros y los contras de contarle a Grace lo sucedido aquella tarde, ponía sobre la mesa los pros y los contras de mantenerme callado y hacer de esta visita algo casual. ¿Y si me preguntaba por Christine? ¿No sospechaba acaso? ¿Cómo era posible que siendo amigas no supiera nada? Sacudí mi cabeza y escuché una melodía conocida, era mi teléfono, alguien me estaba llamando. En la pantalla, estaba el nombre y el número de Mario, contesté la llamada y acerqué el teléfono a mi oído.

—¿Nicco?
—¿Qué sucede Mario?
—¿Dónde estás?
—En un taxi, rumbo a la casa de Grace. ¿Qué sucede?
—Es Christine…
—¿Christine? —Apreté el teléfono con fuerza—. ¿Qué pasó?
—Estaba en el edificio —Mario se quedó callado unos instantes, y agregó—, vino a buscarte.
—¿Y? ¿Qué le dijiste?
—Qué irías a ver a Grace. Por eso te llamo.
—No entiendo Mario.
—En cuanto dije que irías a ver a Grace, Christine enloqueció. —Mario sonaba nervioso, desconcertado—. Comenzó a hacer preguntas y luego se fue, sumamente molesta.
—¿Molesta? —Pasé saliva y aclaré mi voz— ¿Sabes a dónde fue?
—No me dijo nada, pero por su actitud, creo que también va en camino.
—¿La viste tomar un taxi?
—No, iba en su motocicleta.
—Vaya…
—¿Qué?
—No sabía que Christine tuviera una motocicleta.
—Tampoco yo, pero ese no es el punto Evan. —El tono de voz de Mario era serio, grave—. Por favor, ¿qué está sucediendo?
—No lo sé Mario… Pero te avisaré cuando llegue a la casa de Grace.
—Ten cuidado Evan.

Colgué la llamada y le pregunté al conductor cuánto tardaríamos en llegar. Me aseguró que no más de 15 minutos, si el tráfico seguía moviéndose de esa manera. En efecto, 15 minutos después, nos detuvimos frente a una gran casa de madera marrón, con un hermoso y bien cuidado jardín delantero. Era la 9537 de la avenida Oakton, me bajé del taxi, le pagué al conductor y cerré la puerta. Seguí el vehículo con la mirada, lo vi alejarse, tomar la siguiente intersección mientras yo caminaba por las losas de ladrillo hacia la puerta blanca que tenía frente a mis ojos. Estando frente a ella, no vi ninguna clase de timbre o botón. Comencé a golpear suavemente con los nudillos, una, dos, tres veces. Pasaban los segundos, no parecía haber respuesta del interior. Volví a golpear, y a golpear nuevamente; nada, nada de nada. Quizá se encontraba afuera, quizá alguien la había visto salir. Me di la vuelta y miré a mi alrededor, hacia las casas vecinas. No había nadie afuera, la calle estaba desierta, no había otro sonido distinto al del viento sacudiendo las hojas de los cientos de árboles presentes en ese lugar. Me senté frente a la puerta y tomé el celular de mi bolsillo. Marqué el número de Grace, pero no obtuve respuesta ni en la primera, ni en la segunda, ni en la tercera llamada. Iba a llamar a Mario, cuando de repente un ruido proveniente de la distancia, un motor muy potente, comenzó a opacar el sonido de la brisa, el sonido de las hojas. Pude entonces reconocer a lo lejos la silueta de una motocicleta que se acercaba a toda velocidad. Fue como una especie de sacudida, una especie de choque eléctrico que me despertó. Me puse de pie inmediatamente y me concentré en la figura ruidosa que se aproximaba. ¿Podría ser? La motocicleta no disminuía su velocidad, no parecía que fuera detenerse. Al cabo de unos segundos pasó de largo por donde yo estaba y entonces me tranquilicé, hasta que unos metros más adelante frenó en seco y dio un giro de 180 grados, luego aceleró de nuevo y se detuvo frente al jardín de la 9537. La piloto, quien llevaba puesto un jean, unas botas y una blusa roja, se bajó de la motocicleta azul, se quitó el casco y mientras lo sostenía en sus manos sacudió su cabello. Fue entonces cuando puede reconocer los mechones castaños de Christine, quien después de dejar el casco sobre el asiento de la motocicleta se acercó a la puerta con la mirada encendida, llena de ira. 

—¡Tú! —Gritó—. ¡Qué le dijiste!
—No he hablado con ella.
—¿Acabas de llegar?
—Llegué hace unos cinco minutos, tranquilízate.
—Evan… —Christine recobró la calma—. Yo… ¿Qué vas a hacer?
—No lo sé todavía.
—¿Vas a contarle lo que te dije?
—No lo sé… —Desvié la mirada, en dirección al jardín, a las flores que allí crecían—. No estoy seguro.
—Grace no puede saberlo Evan, no puede.
—¿Por qué no?
—¿Por qué no? —Christine hizo una mueca burlona mientras repetía mis palabras—. ¿Lo dices en serio? No tiene que saberlo, las razones son obvias.
—Quizá para ti lo son.
—Es por su propio bien Evan… —Christine bajó el tono de su voz—. Odiaría que le pasara algo por mi culpa.
—Es mejor que hables con ella.
—Evan…
—Tienes que hacerlo Christine. Ella es tu amiga, ella entenderá.
—Ella no podría entenderlo.
—¿Cómo lo sabes si nunca le has dicho nada?
—¡Evan! —Christine volvió a subir la voz—. ¡No estoy robando frutas de una tienda! —Envió las manos a su cabeza y sujetó su cabello castaño, estaba exaltada—. Esto es grave, esto es muy grave. He perdido a varios amigos, he perdido a varias personas que me importan, no quiero perderla a ella también.
—Si es tu amiga… Si te importa… ¿Por qué no le dices?
—Espera…
—¿Qué?
—¿Dijiste que llegaste hace cinco minutos?
—Eso dije.
—¿Por qué no has entrado?
—He golpeado varias veces, creo que no hay nadie.
—¿No hay nadie? —Christine repitió mis palabras con cierto escepticismo—. Vamos, sígueme. 
—¿A dónde vamos?
—A la entrada trasera.

Rodeamos la casa en cuestión de segundos y llegamos a la entrada trasera. Estando frente al umbral, Christine golpeó la puerta suavemente con su mano izquierda. En cuanto sus suaves nudillos tocaron la madera, esta se movió, cedió; estaba abierta. Christine se puso alerta, envió la mano al bolsillo de su chaqueta y sacó de esta una 9 milímetros que sostuvo con su mano derecha mientras con la izquierda abría la puerta de golpe, abalanzándose hacia el interior de la casa. Yo me quedé estático, paralizado. No podía creer lo que acababa de ver, escuchar la vida de Christine de su boca era completamente distinto a verla actuar, a verla romper con una simple movida esa imagen de la chica dulce que conocí al llegar a la ciudad, con quien hablé de camino al centro comercial y quien se ofreció a ayudarme sin esperar nada a cambio. Esa imagen aún seguía viva en mi cabeza después las revelaciones previas, pero lentamente me daba cuenta de que estaba equivocado, de que estaba viendo algo inexistente. Escuché nuevamente ruidos en el interior, era Christine subiendo las escaleras a toda carrera. Entré a la casa y cerré la puerta tras de mí, luego escuché un grito desgarrador proveniente del segundo piso. Subí las escaleras corriendo, para ver a Christine de pie frente al umbral de una de las habitaciones con las manos en su boca y los ojos abiertos de par en par. Estaba recostada contra la pared, y lentamente comenzó a dejarse a caer, a deslizarse mientras lagrimas transparentes rodaban por sus mejillas. Había dejado caer el arma al suelo, y esta reposaba a su lado mientras ella sollozaba amargamente en posición fetal. Me acerqué a ella, me agaché y le pregunté qué sucedía, pero no parecía estar prestándome atención, estaba en shock repitiendo palabras sin sentido. Había un aroma extraño en el aire, dirigí la mirada hacia la puerta frente a nosotros. Dentro de la habitación estaba el cuerpo de Grace sin vida, tendido sobre las losas de madera con un papel en sus manos. Cerré los ojos, los apreté con fuerza, tratando de olvidar inmediatamente esa escena, de borrarla de mi memoria. No podía ser cierto, no podía ser verdad. Me quebré, rodeé a Christine con mis brazos mientras sus lágrimas ya no se contenían, mientras las mías tampoco se contenían, mientras juntos dejábamos salir el dolor con el pasar de los minutos, de las horas de una tarde de sábado que lentamente llegaba a su fin.”

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