jueves, 5 de octubre de 2017

Cenizas

“Una larga caminata por las calles llenas de personas que en el ruido se movían sin detenerse hacía que los minutos pasaran con rapidez. Diferentes rostros, cientos de ellos, avanzaban con destinos distintos sobre el pavimento frío, avanzaban en la oscuridad de las primeras horas de la noche mientras los últimos rayos de sol se despedían de la ciudad a lo lejos, muy lejos. Con las manos llenas de bolsas y cajas, Christine y Dimitri se acercaban el edificio 7153 después de haber recorrido diferentes tiendas y almacenes en busca de provisiones que ella necesitaría durante las primeras semanas. Lo cierto, es que la pequeña chica ocuparía un lugar antes vacío. Estaba cansada, pero no podía de dejar sentir alegría y una inmensa gratitud hacia quien caminaba a su lado, hacia el extraño ya no tan extraño, ya tan amigo, ya su protector. Intentando deshacerse de las últimas piezas de su pasado, Christine quería lanzar sus viejas pertenencias a la basura en cuanto llegara a casa. No, no a la basura, quería lanzarlas al fuego, que las llamas azules, amarillas y naranjas consumieran sus recuerdos, sus lágrimas, sus pesadillas. No quería ver más su vieja ropa, sus viejas fotos, sus viejos libros; las costuras de su pequeña maleta roja que toda su niñez la había acompañado. Todo eso podía irse, todo eso podía arder; si no lo necesitaba, ¿para qué conservarlo? Era un lastre, era un peso de más que pronto sería cenizas, cenizas que se lleva la brisa. Al cabo de unos minutos llegaron al umbral del edificio color ladrillo, exhaustos. El portero, Mario, se encontraba parado frente a la puerta mirando hacia la calle, distraído. Acomodó su corbata al notar la presencia de los dos nuevos visitantes y les dio la bienvenida con un ademán cortés. Mario comenzó a hablar con Dimitri, queriendo saciar su curiosidad respecto a quién era aquella chica. Ella por su parte no prestaba atención a las voces, seguía ensimismada y con la cabeza en otra parte. Cuando acabó la conversación, Mario abrió la puerta del edificio 7153 y recibió la carga que llevaban ambos. Los tres atravesaron el umbral y e ingresaron a calor y a la paz del edifico, dejando atrás el frío del exterior, el ruido del exterior. Se dirigieron al elevador, en donde la puerta se abrió al cabo de pocos segundos. Entraron a al elevador y las puertas se cerraron, llegaron al quinto piso rápidamente. Salieron de la caja metálica, caminaron hasta la entrada departamento 5B a través de un largo y oscuro pasillo. Frente a la puerta de madera, Dimitri recibió las cosas, agradeció a Mario por su ayuda y este se despidió con una sonrisa mientras regresaba al elevador. Christine llevaba las llaves, se acercó a la perilla y abrió la puerta rápidamente. Ambos entraron al departamento y Dimitri se apresuró a dejar todas las cosas sobre la pequeña mesa, cansado del peso que llevaba. Christine cerró la puerta y se acercó a una de las sillas para tomar asiento.

—Por fin en casa. ¡Qué gusto!
—Así se habla. —Dimitri sonrió—. Esta es tu casa después de todo.
—De verdad, tengo que pagarte algún día.
—No te pido que lo hagas, de verdad es un gusto ayudarte pequeña.
—Ahora, solo necesito resolver lo de la escuela. —Christine se puso de pie y caminó hacia su interlocutor—. ¿Sigue en pie lo que me dijiste de la amiga de tu amiga?
—Correcto. Le envié un mensaje mientras esperábamos en la fila para pagar. —Dimitri tomó su celular y revisó algunas cosas—. No obtuve una respuesta positiva, pero algo se me ocurrirá. Dame una semana.
—No te preocupes, ya haces demasiado y no te presionaría. Por mi parte, yo buscaré también una solución, no me quedaré de brazos cruzados.
—Me gusta tu actitud. Todo estará bien.
—Todo estará bien.
—¿Sabes? —Dimitri comenzó a mirar a su alrededor—. A este lugar no le vendrían mal unos muebles, o una silla más cómoda que la que tienes en este momento.
—Lo sé… —Christine se acomodó en su silla y rio—. Yo me encargaré de eso. No quiero darte más problemas.
—¡No lo haces!
—No quiero llegar a hacerlo, por eso, déjame encargarme de lo que queda para hacer de este departamento un lugar para vivir.
—Está bien, si tú lo dices. —Dimitri se encogió de hombros mientras revisaba nuevamente su celular—. ¡Mira la hora! Tengo que irme, mi hijo debe estar en casa ya.
—Entiendo… Espero que te vaya bien.
—¿Te quedas aquí? ¿No quieres venir y conocerlo?
—Hoy… —Christine hizo una mueca de disgusto—. Hoy paso. Quizá otro día, fue una larga caminata y quiero dormir.
—Te entiendo, lo necesitas. —Dimitri besó la frente de Christine y la abrazó suavemente—. Descansa Christine.
—Descansa Dimitri.

Sentada en aquella incómoda silla de madera, se quedó viendo a su protector mientras este se acercaba a la puerta, mientras este giraba la perilla, mientras este atravesaba el umbral y se iba, dejándola sola en el silencio del departamento. ¡Cuántas ganas tenía de ir con él con tal de no quedarse sola! ¡Cuántas ganas tenía de decirle que se quedara un poco más! Tenía que acostumbrarse, al silencio, a la soledad. Había dejado atrás la compañía de su familia mucho antes de irse de casa, ¿qué era diferente ahora? No se iba a quebrar. Respiró, recobró la calma y se puso de pie para ir a la habitación, en donde su maleta roja reposaba sobre la cama. Recordó sus pensamientos previos, la idea de ver las llamas coloridas lamiendo la tela roja, quemando la ropa, los libros que allí guardaba. Una pequeña porción de su pasado y en realidad lo único que le quedaba de él, se imaginaba desprendiéndose de él tan rápido que su corazón se aceleraba, latía con más fuerza. ¿Qué haría? Su padre, su madre, su vida antes de marcharse, ya no la quería. Se sentó en la cama, tomó la maleta con sus suaves dedos, con sus pequeñas manos. La aferró a su cuerpo, comenzó a llorar mientras abrazaba su maleta y se despedía entre sollozos de su madre, de su padre, de sus buenos recuerdos que desaparecerían. Pasó un minuto, pasaron dos minutos, pasaron tantos minutos mientras ella, abrazada a los restos de su pasado, buscaba un mejor presente, buscaba de un mejor futuro.”

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