“Una larga caminata por las calles llenas de personas que en el ruido
se movían sin detenerse hacía que los minutos pasaran con rapidez. Diferentes
rostros, cientos de ellos, avanzaban con destinos distintos sobre el pavimento
frío, avanzaban en la oscuridad de las primeras horas de la noche mientras los
últimos rayos de sol se despedían de la ciudad a lo lejos, muy lejos. Con las
manos llenas de bolsas y cajas, Christine y Dimitri se acercaban el edificio
7153 después de haber recorrido diferentes tiendas y almacenes en busca de
provisiones que ella necesitaría durante las primeras semanas. Lo cierto, es
que la pequeña chica ocuparía un lugar antes vacío. Estaba cansada, pero no
podía de dejar sentir alegría y una inmensa gratitud hacia quien caminaba a su
lado, hacia el extraño ya no tan extraño, ya tan amigo, ya su protector. Intentando
deshacerse de las últimas piezas de su pasado, Christine quería lanzar sus
viejas pertenencias a la basura en cuanto llegara a casa. No, no a la basura,
quería lanzarlas al fuego, que las llamas azules, amarillas y naranjas consumieran
sus recuerdos, sus lágrimas, sus pesadillas. No quería ver más su vieja ropa,
sus viejas fotos, sus viejos libros; las costuras de su pequeña maleta roja que
toda su niñez la había acompañado. Todo eso podía irse, todo eso podía arder;
si no lo necesitaba, ¿para qué conservarlo? Era un lastre, era un peso de más
que pronto sería cenizas, cenizas que se lleva la brisa. Al cabo de unos
minutos llegaron al umbral del edificio color ladrillo, exhaustos. El portero,
Mario, se encontraba parado frente a la puerta mirando hacia la calle, distraído.
Acomodó su corbata al notar la presencia de los dos nuevos visitantes y les dio
la bienvenida con un ademán cortés. Mario comenzó a hablar con Dimitri,
queriendo saciar su curiosidad respecto a quién era aquella chica. Ella por su
parte no prestaba atención a las voces, seguía ensimismada y con la cabeza en
otra parte. Cuando acabó la conversación, Mario abrió la puerta del edificio
7153 y recibió la carga que llevaban ambos. Los tres atravesaron el umbral y e ingresaron
a calor y a la paz del edifico, dejando atrás el frío del exterior, el ruido
del exterior. Se dirigieron al elevador, en donde la puerta se abrió al cabo de
pocos segundos. Entraron a al elevador y las puertas se cerraron, llegaron al
quinto piso rápidamente. Salieron de la caja metálica, caminaron hasta la entrada
departamento 5B a través de un largo y oscuro pasillo. Frente a la puerta de
madera, Dimitri recibió las cosas, agradeció a Mario por su ayuda y este se despidió
con una sonrisa mientras regresaba al elevador. Christine llevaba las llaves,
se acercó a la perilla y abrió la puerta rápidamente. Ambos entraron al
departamento y Dimitri se apresuró a dejar todas las cosas sobre la pequeña
mesa, cansado del peso que llevaba. Christine cerró la puerta y se acercó a una
de las sillas para tomar asiento.
—Por fin en casa. ¡Qué gusto!
—Así se habla. —Dimitri sonrió—. Esta es tu casa después de todo.
—De verdad, tengo que pagarte algún día.
—No te pido que lo hagas, de verdad es un gusto ayudarte pequeña.
—Ahora, solo necesito resolver lo de la escuela. —Christine se puso de
pie y caminó hacia su interlocutor—. ¿Sigue en pie lo que me dijiste de la
amiga de tu amiga?
—Correcto. Le envié un mensaje mientras esperábamos en la fila para
pagar. —Dimitri tomó su celular y revisó algunas cosas—. No obtuve una
respuesta positiva, pero algo se me ocurrirá. Dame una semana.
—No te preocupes, ya haces demasiado y no te presionaría. Por mi
parte, yo buscaré también una solución, no me quedaré de brazos cruzados.
—Me gusta tu actitud. Todo estará bien.
—Todo estará bien.
—¿Sabes? —Dimitri comenzó a mirar a su alrededor—. A este lugar no le
vendrían mal unos muebles, o una silla más cómoda que la que tienes en este
momento.
—Lo sé… —Christine se acomodó en su silla y rio—. Yo me encargaré de
eso. No quiero darte más problemas.
—¡No lo haces!
—No quiero llegar a hacerlo, por eso, déjame encargarme de lo que
queda para hacer de este departamento un lugar para vivir.
—Está bien, si tú lo dices. —Dimitri se encogió de hombros mientras
revisaba nuevamente su celular—. ¡Mira la hora! Tengo que irme, mi hijo debe
estar en casa ya.
—Entiendo… Espero que te vaya bien.
—¿Te quedas aquí? ¿No quieres venir y conocerlo?
—Hoy… —Christine hizo una mueca de disgusto—. Hoy paso. Quizá otro
día, fue una larga caminata y quiero dormir.
—Te entiendo, lo necesitas. —Dimitri besó la frente de Christine y la
abrazó suavemente—. Descansa Christine.
—Descansa Dimitri.
Sentada en aquella incómoda silla de madera, se quedó viendo a su
protector mientras este se acercaba a la puerta, mientras este giraba la
perilla, mientras este atravesaba el umbral y se iba, dejándola sola en el
silencio del departamento. ¡Cuántas ganas tenía de ir con él con tal de no
quedarse sola! ¡Cuántas ganas tenía de decirle que se quedara un poco más! Tenía
que acostumbrarse, al silencio, a la soledad. Había dejado atrás la compañía de
su familia mucho antes de irse de casa, ¿qué era diferente ahora? No se iba a
quebrar. Respiró, recobró la calma y se puso de pie para ir a la habitación, en
donde su maleta roja reposaba sobre la cama. Recordó sus pensamientos previos,
la idea de ver las llamas coloridas lamiendo la tela roja, quemando la ropa,
los libros que allí guardaba. Una pequeña porción de su pasado y en realidad lo
único que le quedaba de él, se imaginaba desprendiéndose de él tan rápido que
su corazón se aceleraba, latía con más fuerza. ¿Qué haría? Su padre, su madre,
su vida antes de marcharse, ya no la quería. Se sentó en la cama, tomó la
maleta con sus suaves dedos, con sus pequeñas manos. La aferró a su cuerpo, comenzó
a llorar mientras abrazaba su maleta y se despedía entre sollozos de su madre,
de su padre, de sus buenos recuerdos que desaparecerían. Pasó un minuto,
pasaron dos minutos, pasaron tantos minutos mientras ella, abrazada a los
restos de su pasado, buscaba un mejor presente, buscaba de un mejor futuro.”
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