martes, 24 de octubre de 2017

En su interior

“Ya despierta, ya habiendo dejado atrás sus ensoñaciones, Christine abrió los ojos y se levantó de la cama. Consultó la hora en el reloj de pared: 9:30. Estiró sus brazos a todas sus anchas y se puso las pantuflas para salir de la habitación. Cruzó el umbral, la sala principal parecía mucho más colorida ahora que los rayos de sol dejaban ver con más detalle los pocos muebles que allí había. Estaba casi vacía, como todo el departamento en realidad, pero pronto dejaría de estarlo. Christine tomó el vaso que había dejado en la pequeña mesa de madera horas atrás y se dirigió a la cocina. Otro vaso de agua, otra vez el sonido de la llave siendo el único ruido presente en el departamento. No estaba acostumbrada a tanto silencio, pero comenzaba a adaptarse, comenzaba a agradarle. Bebió el contenido del vaso en pequeños sorbos y lo dejó en la cocina, salió de ella y se acercó a la ventana de la sala principal. Se recostó ligeramente sobre el cristal, para ver con más detalle la escena allí afuera. El tráfico ya avanzaba con relativa normalidad, se podían escuchar sus motores y sus bocinas retumbando en la distancia y en la cercanía también, pues la avenida frente a su edificio era también muy concurrida. Las calles estaban llenas de personas que bajo sus pies avanzaban de un lado a otro. Todas con distintos afanes, todas con distintos destinos. Era hora de acompañarlas, de salir a caminar junto a ellas. Christine se dio la vuelta y regresó corriendo a su habitación. Se deshizo rápidamente del camisón que cubría su cuerpo y lo lanzó sobre la cama. Nadie podía verla desnuda, en cualquier caso. Tomó la primera toalla que vio y caminó en dirección al cuarto de baño. Allí, colgó la toalla en un pequeño gancho junto a la ducha y entró a ella, cerrando tras de sí la pequeña puerta que la separaba del resto del cuarto de baño. Christine abrió la llave del agua lentamente, gotas tibias se deslizaban sobre su cabello, sobre su rostro, sobre su cuerpo. Recorrían sus mechones castaños y estos caían sobre sus mejillas, sobre su pecho, sobre sus hombros, sobre su espalda. El vapor llenaba la ducha y Christine solamente dejaba el agua caer, solamente dejaba el tiempo pasar. Un minuto, quizá dos, con los ojos cerrados inhalando hondamente, exhalando profundamente, llenando sus pulmones de aquel vapor tan claro que la hacía sentir tan tranquila. Abrió los ojos, sacudió su cabeza y cerró la llave. Comenzó a enjabonar su cuerpo de arriba abajo, llenando su piel trigueña de una clara espuma, de cientos de pequeñas burbujas que se resbalaban por su abdomen, por su cintura, por su cadera, por sus piernas hasta llegar al suelo y perderse bajo sus pies pequeños. Christine abrió la llave nuevamente, las gotas tibias se llevaron el jabón mientras ella repasaba sus manos por su rostro. Era hora de salir. Christine cerró la llave por última vez e hizo un intento por secar su cabello antes de salir de la ducha. Sin éxito, abrió la puerta de cristal de la ducha y tomó la toalla colgada junto a esta. Comenzó a secar su larga cabellera castaña que no dejaba de gotear. La envolvió en la tela azul de la toalla, se secaba con mucho cuidado. Al cabo de un par de minutos, cuando creyó haber acabado, cubrió su cuerpo con la toalla y salió de la ducha. Mientras caminaba en dirección a su habitación iba dejando un pequeño rastro de gotas, así como las pequeñas huellas de sus pies todavía mojados. Ya se secarían, con el calor del día que entraba por la ventana. Christine llegó a su habitación y descubrió su cuerpo, lanzó la toalla sobre la cama y comenzó a dar vueltas alrededor de esta, mientras pensaba a donde iría primero. Se acercó al armario, tomó lo primero que encontró y se sentó sobre la cama llevando la ropa en sus manos. Una blusa blanca con pequeños grabados negros, una falda azul no muy larga. Buscó bajo la cama unos zapatos azules que había traído días atrás y, decidida, comenzó a vestirse. Volvió al armario y tomó de uno de los cajones ropa interior, cubrió su desnudez rápidamente y luego se puso la falda, la blusa y los zapatos. Caminó en dirección al espejo en su habitación y se quedó viendo su reflejo mientras daba vueltas, la dicha la inundaba. Su apariencia era apropiada para el clima caluroso de aquella mañana. Christine colgó la toalla en un gancho y salió la habitación. Hizo un leve repaso, asegurándose de que no olvidaba nada. Abrió los ojos, sorprendida. Volvió corriendo al cuarto y, frente al armario, comenzó a buscar el maletín que se encontraba bajo cúmulos y cúmulos de ropa aparentemente de Dimitri. Sus dedos dieron con el cuero del maletín, lo sujetó con fuerza y lo sacó del armario. Quitó el seguro para poder abrirlo y revisar su contenido. Se escuchó un clic, un sonido familiar para Christine. Como si fuera la primera vez, volvió a abrir lentamente el maletín y quedó nuevamente sorprendida, pero esta vez no lo cerró de golpe. Trató de procesar las cosas con calma, sin miedos, sin dudas. Tomó un fajo de billetes de 100 sin que pareciera disminuir la cantidad que allí había y cerró el maletín, lo dejó bajo su cama. Christine se quedó viendo el fajo de billetes un momento, era demasiado dinero. Más de lo que necesitaba. Lo guardó en el bolsillo de su falda y, como si nada hubiera pasado, salió de la habitación. Nada ha pasado, pensaba, es solo el inicio de una nueva vida. Romper con las costumbres sería difícil al principio… Después… ni ella misma notaría el cambio. Llegó a la sala principal y miró por la ventana una vez más antes de salir, el cielo parecía aún más claro que antes, el sol parecía brillar con más fuerza que antes. Christine sonrió, tomó las llaves que estaban sobre la mesa y salió del departamento. No quería tomar el ascensor, decidió usar las escaleras. Se sentía enérgica, llena de vida, como si en su historia hubiese por fin armonía. Corría a través de las escaleras del cuarto, del tercero, del segundo piso. Llegó al primero y allí estaba Mario parado junto a la puerta leyendo una revista. En cuanto vio llegar a Christine, dejó caer la revista y se quitó el sombrero, con la mirada fija en la pequeña chica.

—Luce hermosa hoy, señorita Moore.
—¡Gracias! —Christine se sonrojó e inclinó ligeramente su cabeza—. Hoy es un buen día caminar después de todo. ¿Qué dijimos de llamarme señorita Moore?
—Christine… Es la costumbre. —Mario comenzó a reír—. ¿A dónde vas hoy?
—Iré a conseguir algunas cosas, moriré de hambre si no lleno la alacena.
—Seguro que sí. Debes comer bien. ¿Hay noticias de Dimitri?
—No realmente, era más una carta para saludar. Ha de regresar pronto. He estado sola por más tiempo, en cualquier caso.
—Si tú lo dices. —Mario abrió la puerta para Christine—. ¿No te cansa la soledad?
—Pues… Ya he de acostumbrarme. Adiós Mario, nos veremos más tarde
—¡Adiós Christine!


Christine salió del edificio y escuchó la puerta cerrarse tras de sí. Tomó aire, los rayos del sol comenzaban a calentar su piel y a devolverle el calor a su cuerpo. La brisa fría despeinaba su cabello, pero a ella parecía no importarle, pues no dejaba de sonreír mientras avanzaba lentamente en dirección al centro comercial. Era un buen día, y el ruido a su alrededor no podría arrebatarle la paz en su interior.”

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