“Christine dio vueltas en la cama toda la noche aquella noche. No
durmió, ni un solo minuto. Recostada bajo las cobijas de lana cerraba los ojos
en un intento por conciliar el sueño. Era en vano, no lo conseguía por más que
lo deseara. El insomnio nunca había sido un problema para ella, y ahora se
encontraba contando las horas que pasaban con los ojos abiertos. Así llegaron
las 2, las 3, las 4 de la mañana, seguía tan despierta como antes. Christine se
sentó en el borde de su cama, tenía sed. Buscó a ciegas sus pantuflas y, al
tenerlas puestas, se puso de pie y caminó en dirección a la cocina sin encender
las luces, a oscuras. Sus ojos ya se habían adaptado a la situación. Después de
tantas horas sumida en la penumbra, cualquier clase de destello la
enceguecería. Llegó a la cocina rápidamente y tomó un vaso de la repisa que
llenó con agua de la llave. El sonido del agua cayendo sobre el cristal era lo
único que se escuchaba en el departamento. Afuera la ciudad todavía dormía,
apenas podía percibirse el murmullo de los pocos que estaban despiertos, el
murmullo de quienes nunca se fueron a dormir en realidad, como ella. Cerró la
llave y dio grandes sorbos, acabó el vaso de agua con brevedad. Volvió a
llenarlo, y esta vez dio pequeños sorbos mientras salía de la cocina y se
dirigía a la ventana en la sala principal. Allí, en silencio, se quedó de pie
por varios minutos con la mirada fija en el horizonte. Pronto saldría el sol, pronto
abrirían las tiendas, pronto podría salir y conseguir lo que necesitaba. Comida,
principalmente, un teléfono también, para poder comunicarse con su protector. ¿Qué
más? Su lista parecía corta considerando las compras hechas con Dimitri días
atrás. El cambio de ciudad fue menos brusco de lo que esperaba, y eso la
llenaba de alegría. No fue un choque, fue un suave aterrizaje. Bostezó, estiró
sus brazos y decidió volver a la cama, quizá si podría dormir algunas horas
antes de salir, las tiendas no abrirían a las 6 de la mañana, en cualquier
caso. Christine terminó de beber el vaso de agua y lo dejó sobre la pequeña
mesa de madera, caminó en dirección a su habitación y, en cuanto, entró cerró
la puerta de golpe. Saltó a su cama, rebotó ligeramente sobre el colchón y
cubrió su cuerpo con las gruesas cobijas de lana. El calor volvió a su cuerpo,
a sus piernas que minutos atrás estaban descubiertas y heladas. No llevaba nada
más que una camisa larga de pijama, tendría que conseguir algo más cálido para
noches frías como estas, para cuando el insomnio la tuviese de pie dando vueltas
por el departamento. Sus ojos le pesaban, sus parpadeos se hacían más largos,
más lentos. Comenzó a quedarse dormida después de tantas horas luchando contra
la energía contenida o mejor, contra la ansiedad acumulada, contra la intriga
acumulada. Con solo una ojeada al interior del maletín que Dimitri mencionó en
su nota pasada, Christine pudo ver varios fajos de billetes de cien dólares. No
varios, demasiados. Quizá nunca había visto tanto dinero junto en su vida y por
eso mismo estaba sorprendida, temerosa quizá de su procedencia. Recordó
entonces las palabras de Dimitri, respecto a su trabajo y a sus constantes
viajes, no podría mentirle, ¿o sí? Se tranquilizó un poco, confiaba en él,
habría tiempo para explicaciones en cuanto él llegara, ya habría tiempo para
resolver sus inquietudes. Ya no rondaban preguntas, ni dudas, ni nada en su
cabeza. Dormida, agotada, su mente estaba en blanco y así permaneció por un par
de horas más. Llegaron entonces los sueños, imágenes coloridas dentro de la
negrura de su imaginación apagada. Se encendía, se llenaba de paisajes
conocidos, de paisajes desconocidos. Imaginaba con alegría el entrar nuevamente
a la escuela con ayuda de su nueva vecina. La imagen del fénix gris surgiendo
del libro, su propio cuerpo surgiendo de las cenizas. El ruido de los salones,
de sus compañeros, el ruido del timbre del recreo, todo esto recorría su
cabeza. Las clases, los libros, los juegos; imaginaba el salir de un edificio
muy antiguo para encontrarse con Dimitri, quien la esperaba sonriente con un
niño a su lado, una imagen borrosa de su hijo, fuera quien fuera. No lo
recordaba, pero lo veía allí, en sus fantasías, y lentamente aquel niño y aquel
sujeto y todo el paisaje comenzó a desintegrarse, a desmoronarse. Christine comenzó
a despertar, sus ojos se abrían lentamente mientras el mundo de sus sueños se
derrumbaba. Lo construiría, en la vida real, en donde no tuviese que despedirse
de él cada mañana al salir de la cama."
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