jueves, 9 de marzo de 2017

704

La recepción del edificio vecino era relativamente más lujosa. Un candelabro de cristal colgaba del techo, brillaba con fuerza e iluminaba toda la habitación que cubierta de losas de mármol reflejaba la luz bellamente, le daba los colores que le faltaban a la recepción del edificio propio. Un sujeto con un vestido de paño azul muy elegante se acercó a Evan en cuanto este entró por la inmensa puerta y con una sonrisa le preguntó el motivo de su visita. Tenía unos 30 años, quizá más, su cabello comenzaba a teñirse de blanco en algunas partes, pero este era abundante, largo, le daba una apariencia juvenil a su rostro un poco marcado por los años. Tenía unas leves ojeras, no de esas que se hacen con los años sino esas de un fin de semana sin dormir. Era jueves en la mañana, probablemente solo se trataba de una noche sin dormir, de un desvelo cualquiera que no impidió que se levantara después a trabajar responsablemente. Junto a su corbata blanca, al lado derecho, había una placa de metal con el nombre “Gustavo” en ella, el nombre del portero. Evan comenzó a hablar, mirándolo fijamente a sus ojos negros.

—Buenos días… Vengo en busca de un residente de este edificio.
—¡Por supuesto! —Su voz era suave, cálida, agradable de oír—. ¿Cuál es el número del departamento?
—No estoy seguro, sé que vive en el séptimo piso, pero no sé el número.
—Bueno, cada piso tienen 4 departamentos. Conozco a casi todos los residentes, puede decirme de quién se trata y resolveremos este misterio si gusta. —La voz del portero, de Gustavo, estaba llena de seguridad y, combinada con su mirada serena, era suficiente para convencer a Evan de que llegaría al fondo de todo esto con la ayuda de este sujeto extraño que ahora tenía toda su atención.
—Se llama Ana, es pelirroja, no muy alta, ojos grises…
— ¡Ana Marino! ¡704! —gritó—. No puede ser otra. Dígame, por favor, ¿Qué hizo esta vez? Puede contarme con toda tranquilidad, mis labios estarán sellados y quiero colaborar con la justicia.
—¿La justicia?
—¿No es usted policía señor?
—¿Policía? —Evan estaba extrañado con las respuestas de Gustavo, pero pasó saliva y retomó la palabra— No soy policía. Soy un… —Pasó saliva de nuevo—. Soy un viejo amigo de Ana, es todo. ¿Se encuentra en casa?
—No la he visto salir, y con esta nevada no creo que salga. Lo anunciaré de inmediato. ¿Cuál es su nombre?
—Soy Evan, Evan Tremblay.
—Bien señor Tremblay, permítame un minuto. —El portero se retiró y entró a una habitación en la recepción. Evan escuchaba como llamaba al departamento de Ana a través del sistema interno del edificio, pero no parecía haber respuesta después de múltiples intentos. Salió de la habitación con una mueca de desagrado, como preparándose para dar malas noticias.
—¿No está?
—No contesta, pero si gusta puede subir, estoy seguro de que está allí y sé que estará encantada de… Ejem, recibir una visita de un viejo amigo como usted. —Gustavo miraba de arriba a abajo al visitante, como tratando de descubrir el motivo o las intenciones que tenía.
—¡Seguro que sí! —Agregó Evan decido, sin prestar atención a la mirada analítica del sujeto elegante—. Gracias por entender. ¿704 eh?
—704, sí. Puede golpear, tal vez eso si lo escuche.
—Me encargaré de que así sea —agregó riendo y caminando en dirección a las escaleras—. Tenga un buen día Gustavo.
—Usted también, señor Tremblay.

¿Señor? Tenía, 20, no era tanto en realidad, y su apariencia no era tampoco la de un adulto, por lo menos no para que le llamasen señor. En fin, le daba igual, como le llamasen era relativamente irrelevante en su vida. Siguió subiendo escalón tras escalón hasta llegar al segundo, al tercero, al cuarto piso, y así hasta el séptimo, hasta la puerta de madera del departamento 704. El número estaba grabado en letras doradas sobre el botón dorado del timbre. Evan lo presionó con su dedo índice, pero se dio cuenta de que nada sonaba, de que no parecía haber ningún ruido en el interior. Estaba descompuesto probablemente, apretó sus nudillos y golpeó con ellos la madera. Primero suavemente, luego un poco más fuerte. Uno, dos, tres golpes que no tenían respuesta, ni una voz ni un ruido que delatara la presencia de alguien. Pensaba en irse, pero volvió a golpear, y de nuevo el silencio parecía indicarle que se marchara. Se alejó y comenzó a caminar rumbo a las escaleras, pero escuchó el ruido de los seguros siendo removidos, el sonido de la puerta siendo abierta al cabo de unos pasos. Se dio la vuelta, y en el umbral había un rostro conocido, algo despeinado y sin embargo radiante, sonriente. Era Ana, y con un gesto lo invitaba a acercarse. Evan llegó a la puerta del departamento nuevamente y estiró su mano para estrechar la de ella. No se encontró con una mano, sino con una mirada extrañada. Eva se acercó rápidamente y le dio un beso en la mejilla sin esperar más respuesta, dándose la vuelta para entrar de nuevo a su morada. Él la siguió con los ojos, a su cuerpo cubierto por un vestido blanco que dejaba al descubierto la piel trigueña de sus brazos, de sus piernas largas y sensuales. Daba pasos en la oscuridad con sus pies pequeños, buscando el interruptor para encender las luces. Lo encontró, los colores del departamento de Ana volvieron, salieron de las sombras en las que estaban ocultos mientras sus ojos grises estaban clavados en los verdes de Evan.

—¿No pasas?
—No tardaré mucho. Prefiero quedarme en el umbral si no te molesta.
—¿A qué le temes Evan?
—¿Te busca la policía Ana?
—¿Qué? ¿De dónde sacas esa tontería? —La voz de Ana parecía completamente desconcertada.
—El portero dijo que…
—¿El portero? ¿Gustavo? Ese maldito hijo de… —Ana pasó saliva y luego se echó a reír a carcajadas, mientras Evan la miraba sin entender nada. Si bien no entendía nada, se sentía bien, también. Evan olvidaba el frío, la nieve derretida sobre su ropa mientras la miraba, mientras escuchaba la risa melodiosa de la chica acompañar el brillo de sus dientes blancos, de su vestido blanco, de su piel trigueña.
—¿Amigo tuyo eh? No lo sospechaba de ninguna forma, se veía tan seguro que no parecía una broma.
—Es buen amigo, un gran tipo. Por él encontré este departamento, de hecho. Le gusta jugarme bromas, pero la de la policía es nueva, no la había escuchado antes. —Ana comenzó a reír nuevamente mientras se acercaba a Evan y tomaba su mano izquierda, lo invitaba a entrar. Él la seguía, riendo también, la risa de Ana era contagiosa, era agradable, era cálida. Podía escucharla un poco más, antes de abordar el tema, antes de explicar el motivo de su visita. Por ahora no debía explicarse, solo quería reír, conocer un poco más a la pelirroja misteriosa y después, solo después, cuando ya tuviese una perspectiva clara de quien era Ana Marino, podría ver si lo seguiría en el camino que se abría.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario