jueves, 30 de marzo de 2017

Casualidad

“Durante todo el descenso, durante todo el camino, hablamos sin detenernos de todos los temas que nos llegaban a la cabeza. Fueron tres o cuatro kilómetros bajo el sol, a través de las calles atestadas de gente, atestadas de automóviles y de ruidosas bocinas. Nada de eso importaba, el ruido y el calor a nuestro alrededor permitían que todas las palabras llegaran a su destino, que fluyeran como nosotros entre la multitud, como el viento que soplaba fuertemente. Con cada metro que avanzábamos, con cada frase y cada palabra que salía de sus labios rosados, pude entender un poco de quién era Christine Moore, un esbozo inicial pintado por sus propias manos. Vivía sola desde los 15 años, cuando abandonó a sus padres para mudarse a Chicago. No dio muchos detalles respecto a estos sucesos en específico, ni a ninguno previo, como si su vida comenzara desde este punto. Contaba aquellos recuerdos de manera muy superficial, lo hacía sin detenerse a responder preguntas innecesarias, preguntas quizá sin respuesta. Me explicaba que, cuando llegó a la ciudad una noche de julio, se quedó en la casa de un amigo que había conocido en su antigua escuela, que también se había mudado. Esto solo duró una semana, pues su amigo le ayudó a conseguir un trabajo en una oficina, organizando documentos y haciendo otras labores relacionadas. Era buena con los números, le apasionaban, aceptó sin pensarlo dos veces y pudo entonces rentar un departamento, el mismo en el cual vivía todavía y que lentamente llenaba de muebles, de cuadros, de ella, de lo que había dejado atrás. Teniendo ya un lugar estable donde vivir, donde quedarse, quiso en retomar sus estudios en la ciudad, pronto comenzaría un nuevo año escolar y no quería quedarse atrasada. Fue entonces cuando conoció a Grace, su vecina y, también, una secretaria en la secundaria Harmont. Se cruzaron por casualidad una mañana en la recepción del edificio, poco después de la mudanza. Al hablar, al conversar, se dieron cuenta de que tenían gustos comunes aunque fuesen tan apuestas; Grace tan ortodoxa, Christine tan impulsiva. Al escuchar toda la historia, Grace consiguió que admitieran a Christine sin dificultad. Comenzó a estudiar de nuevo, llegando a ser un personaje destacado en la institución; un genio y una rebelde, carismática en cualquier caso. Lideraba toda clase de revuelta, toda clase de problemas en pro de un bien común, en pro de una causa descabellada. Salir antes de clase, más tiempo de descanso, fiestas, lo que se les viniera a la cabeza cuando reunidos pensaban en su siguiente movida. Siendo la vocera de todos ellos, la más indicada para hablar, se metía en líos constantemente, pagaba por ideas a veces ajenas. Su rendimiento académico no bajaba, en cualquier caso, era excelente sucediera lo que sucediera. Después de varios meses, de varios años, se encontraba por fin cursando su último año de secundaria. Iba a graduarse, aún no estaba segura de que estudiaría al salir, no lo decidía todavía. Seguía trabajando con su amigo, me aseguraba que esto le generaba buenos ingresos y que pensaba en salir del país, viajar un poco, despejar su mente. En efecto, había algo en la mirada de la chica que delataba angustia, que delataba preocupación, miedo. Quería hacer más preguntas, llegar un poco más allá, pero una melodía proveniente del bolsillo de Christine interrumpió la conversación. Era su teléfono, lo tomó entre sus manos y contestó la llamada, detuvimos la marcha y se alejó un momento. Mientras ella hablaba, comencé a mirar hacia el final del camino, hacia las paredes azules del gran centro comercial que se levantaba en la distancia. Llegaríamos en cuestión de minutos, observaba como Christine caminaba mientras con el teléfono pegado a su oreja escuchaba atentamente. Daba vueltas, no se detenía, estaba nerviosa. La miraba de reojo y, al encontrar su mirada, ella la agachaba y volvía al pavimento, a sus pies. Se alejó de nuevo y me quedé esta vez recostado en una pared, esperando a que acabara. En cuanto colgó la llamada, se acercó a mí con una expresión seria en su rostro.

—Tengo que irme Evan.
—¿Todo en orden?
—Todo en orden, solo… Trabajo.
—Es una lástima. —Me acerqué y estreché su mano—. Espero que te vaya bien.
—¿Sabes? —Apretó más mi mano con sus pequeños y delicados dedos—. Podemos vernos más tarde, si quieres.
—¡Suena bien! —Soltamos nuestras manos y yo señalé con el dedo índice el edificio azul al final del camino—. ¿Es ese el centro comercial?
—Ese es. Allí encontrarás todo lo que necesitas.
—Entonces iré. Ten cuidado Christine.
—Gracias. Y descuida, no he olvidado que debo mostrarte de la ciudad.
—Solo conozco esta calle, por el momento. —Comencé a reír—. No es una buena manera de empezar tu carrea como guía turística.
—Soy una experta. ¡Nunca lo dudes Evan! —Christine comenzó a reír también, su suave risa dejaba al descubierto sus dientes blancos, brillantes—. Además, conoces más que una calle ahora.
—Seguro, también tengo el esbozo de una chica misteriosa en la lista.
—No soy misteriosa Evan —agregó con un tono irónico—, simplemente no tienes que saberlo todo de mi vida.
—Nunca dije que quería saberlo todo de tu vida.
—¿Entonces a qué viene tu reclamo?
—¿Acaso estoy reclamándote algo?
—Yo… —Miró el reloj en su muñeca—. En serio debo irme.
—Hablaremos después.

Christine se alejó, sin darse la vuelta. Se perdió entre la multitud, simplemente no pude seguirla con la mirada entre toda la marea de cabezas que por allí rondaban. Emprendí la marcha nuevamente, rumbo al centro comercial, rumbo a las paredes azules en la distancia que prometían contener lo que estaba buscando. Mis prioridades en ese momento eran una cama, ropa, comida y, después de tener todo eso, podría hacer una lista más detallada de otras necesidades menores. El sol seguía brillando con fuerza, calentando el pavimento con fuerza. Las sombras generadas por los árboles me mantenían fresco de tanto en tanto, mientras avanzaba y distinguía ya la inmensa entrada del centro comercial. Grandes astas de metal se levantaban frente a este, banderas de colores ondeaban en ellas, el sonido de la tela sacudiéndose por la fuerte brisa ya podía adivinarse. Al cabo de algunos minutos me encontraba bajo la tela colorida, bajo el ruido de las banderas, junto a una fuente llena de agua cristalina que reflejaba el cielo, las pequeñas nubes. Sentado en una banca junto a la fuente, descansaba un poco, secaba el sudor que caía por mi frente con la manga de mi abrigo. Me disponía a entrar, cuando escuché una voz gritando mi nombre. ¿Me llamaban? Miré a mi alrededor, no podía distinguir a nadie. Otro grito, la misma voz de nuevo. Comencé a buscar la fuente del sonido, hasta que mis ojos se cruzaron con los ojos negros de Nicco, quien me miraba sonriente a unos metros de la fuente. Se acercó y me saludó alegremente, estaba genuinamente encantado de verme. Estrechó mi mano con fuerza y se sentó a mi lado.

—¿Cómo te fue con el departamento?
—Pude rentarlo. Esta tarde firmaré los documentos.
—¡Que bien! Ese edificio es una maravilla, y las personas allí son muy amables también.
—Vaya que sí…
—¡Ah! —Los ojos de Nicco se encendieron con malicia—. ¿Ya la conociste eh?
—¿De qué hablas?
—Moore, Christine. —Me miró de reojo—. ¿No te cruzaste con ella?
—No tengo ni idea de quién me estás hablando Nicco.
—Christine… —Suspiró—. Es una chica que vive allí, la más hermosa chica que jamás podrías conocer. ¿En serio no la viste? Cabello castaño, pequeña, misteriosa…
—Muy misteriosa…
—¡Entonces la viste! —Nicco reía dichoso—. ¿Qué sucedió?
—No sucedió nada, solo hablé con ella.
—¿En serio?
—Y entré a su departamento.
—¿Qué?
—Y estaba con ella hace unos minutos.
—Vaya… —Nicco me miraba incrédulo—. Tienes mucha suerte.
—¿Por qué?
—Porque no muchos se juntan con Moore.
—¿A qué te refieres?
—Es muy solitaria, muy misteriosa. Supongo que le caíste bien.
—Me pareció amable. Se ofreció a guiarme por la ciudad, me trajo hasta el centro comercial.
—¿Qué necesitas comprar acaso Evan?
—Una cama, ropa, comida…
—¿Una cama? —Nicco quedó callado por unos instantes—. ¿Sabes? Yo tengo mi vieja cama guardada en mi departamento. No la uso, y estoy seguro de que está en buenas condiciones. Si quieres puedes tomarla, así no tendrías que comprarla por ahora.
—¿Lo dices en serio? Te lo agradezco mucho Nicco.
—No hay ningún problema. Para eso están los amigos. —Nicco sonrió—. ¿Qué más necesitas?
—Ropa y comida, solamente.
—Si quieres, puedo acompañarte. No tengo nada que hacer el resto del día.
—¿Y tu trabajo?
—Acabé de renunciar.
—¿Qué?
—Estaba un poco cansado del trato de algunos clientes. —Nicco se encogió de hombros—. Me tomaré esta semana para descansar y buscaré otro empleo. —Abandonó la banca y estiró sus brazos a todas sus anchas mientras bostezaba—. En fin. ¿Vamos?
—Seguro... Vamos.

Me puse de pie, entramos al centro comercial y nos dirigimos al mercado directamente. Al menos mientras no tuviera una nevera y una estufa, toda mi comida tendría que ser enlatada. No lo soportaba, pero tendría que acostumbrarme. Después de llenar un carrito con enlatados, pasamos a la caja, pagamos y nos dirigimos a un almacén de ropa. No tardé mucho escogiendo lo que necesitaba, pantalones, camisas, camisetas, zapatos... Guardaron todo en una bolsa y salimos sin demora. Si bien quedaba suficiente tiempo para la cita con Grace, no quería tardar más de lo necesario, quería llegar y descargar las cosas también. Salimos del centro comercial con los brazos llenos de bolsas, tomamos un taxi e hicimos primero una parada en el departamento de Nicco para recoger la cama. Dejamos las compras en el taxi y entramos al edificio. Nicco vivía en el primero piso, no tardamos demasiado en entrar y tomar las partes de la cama. Las pusimos una a una en el taxi y emprendimos la marcha nuevamente. Llegamos nuevamente al edificio 7153, a la calle State con 53. Descargamos todo del vehículo y nos acercamos a la entrada, el portero mantenía la puerta abierta para nosotros y se ofrecía amablemente a ayudarnos. La puerta del elevador se encontraba ya abierta, a la espera; pusimos las cosas adentro y entramos también, soportaba todo el peso sin problemas. Un piso, dos, tres, cuatro; llegamos al quinto y la puerta se abrió. Allí estaba Christine, quien sorprendida dio unos pasos hacia atrás, se alejó. Claramente no nos esperaba, los ojos azules de la chica estaban clavados en Nicco, quien se encontraba boquiabierto y sin pronunciar palabra, estático. La mirada de Christine no era amistosa, era una mirada agresiva, sacudió su cabeza y sus ojos se encontraron con los míos de manera más amable. 

—Iba a buscarte Evan. Pensé que te habías perdido. —Christine miró en dirección a la puerta al final del pasillo—. Grace no tarda en llegar, me llamó hace poco.
—Gracias por preocuparte, es muy amable de tu parte. ¿Sabes? —Salí del elevador, me acerqué a ella—. Me hubiera perdido de no ser por Nicco.
—Nicco… —La voz de Christine era grave—. Así que...
—¿Qué? —La miré fijamente—. ¿Se conocen?
—Yo… —Suspiró—. Yo no lo conozco.
—Nicco Versov. —Nicco, quien se había quedado en el elevador, entró a la conversación y estiró su mano en dirección a la chica—. Es todo un placer señorita, soy un gran amigo de Evan.
—Es un placer. —Christine estrechó la mano de Nicco y, al soltarla, volvió a mirarme—. ¿Entonces ya no necesitas nada eh?
—Lo más urgente ya está aquí. Hay que dejarlo en el pasillo mientras llega Grace.
—Yo tengo la llave. —Christine sacó de su bolsillo una pequeña llave dorada, que sostenía en sus pequeños dedos mientras sonreía—. Grace me dijo que abriera la puerta para ti.
—¿En serio? ¡Qué bien! Entremos todo entonces. —Golpee ligeramente el vientre de Nicco con el codo para sacarlo de sus ensoñaciones y este reaccionó. Comenzamos a sacar las cosas del elevador mientras Christine se dirigía a la puerta del departamento para abrirla. Había sido extraña, la actitud que ella había tomado al encontrarnos de manera tan repentina en el elevador, pero ya habría tiempo para hacer preguntas, ya habría tiempo para dar respuestas.”

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