sábado, 11 de marzo de 2017

Un final

Sentados en el sofá del departamento 704, dos personajes decidían el destino de unos más pequeños, los que se encontraban en el viejo manuscrito que Ana sostenía en sus manos mientras hablaba sin parar mirando fijamente los ojos verdes de Evan. Mencionaba todas las razones por las que él debía seguir escribiendo, las razones por las que debía invertir un poco más en aquella historia incompleta, en aquella historia olvidada. No se contenía, simplemente se dejaba llevar. Ana estaba convencida de que esas historias eran fantásticas, eran mágicas, estaba convencida de que estaban cargadas de tanta pasión, de tantas emociones; no podía desecharlas, no podía entender cómo pudo él desecharlas. Las quería, las adoraba, y deseaba ver el final, tenerlo en sus manos y leerlo de una vez. Teniendo al escritor de todas ellas frente a sus ojos, junto a su departamento, se rehusaba a la idea de dejarla morir, se rehusaba a la idea de dejar que la oportunidad de tener lo que tanto anhelaba desapareciera. Era sin embargo su opinión, era sin embargo su anhelo, desconocía completamente lo que Evan quería, desconocía los motivos que lo habían llevado a renunciar a tantos paisajes, a tantos lugares. En efecto, desconocía el efecto que ver aquellas páginas amarillentas después de tantos años tenía en su escritor, en la persona que había puesto allí la tinta. Evan, nervioso, miraba el manuscrito mientras Ana lo sostenía. Lucía igual que en sus recuerdos, salvo por algunas manchas y el polvo de los años, pero la historia que estaba allí le pertenecía, los personajes que estaban allí le pertenecían, eso lo sabía bien. No recordaba el punto exacto en el que se detuvo, en el que dejó de escribir, ni muchos de los pasajes por los que cada vida pasaba. Deseaba como nunca volver a repasar aquellas páginas, al menos una vez más, perderse en aquella historia por mero gusto, por probarse que todo había acabado, que todo estaba cerrado. Había dejado de escuchar, estaba hipnotizado, tentado a leer y a recordar todo con claridad. Sacudió la cabeza. ¿Para qué? No tenía sentido hacerlo. Devolvió la mirada a los ojos grises de su interlocutora y estos lo miraban brillantes, alegres. Por su parte, Ana estaba contenta, le gustaban las visitas. Al vivir sola, sin sus padres, las visitas que recibía eran muy pocas, se había acostumbrado a la soledad de su amplio departamento. Ahora, con Evan frente a ella, se sentía a gusto y deseaba que se quedara un poco más. Dejó de hablar, dejó de expresar sus pensamientos y tomó aire, estaba exhausta. 

—¿Algo más? 
—Es todo lo que tengo que decir. —Ana lo miraba sonriente, articulaba cada palabra con suavidad mientras pasaba sus dedos por las páginas del manuscrito. 
—Es bastante para procesar, no sé qué decir. 
—No tienes que responderme hoy y… 
—Ana —la interrumpió—, no quiero posponer esto más. ¿Qué estamos haciendo? No voy a terminar esta historia, eso no va a cambiar. 
—¿Entonces qué quieres hacer? No quiero lanzar esto a la basura nuevamente. —Ana pasó saliva y dejó el manuscrito sobre el cojín del sofá mientras lo miraba—. No puedo lanzar esto a la basura nuevamente, a donde tú lo tiraste alguna vez. 
—No tienes que hacerlo, puedes conservarla, hacer algo mejor de ella. 
—¿Algo mejor? 
—El libro que me diste está, salvo por unas cuantas páginas, completamente vacío. Puedes escribir en él Ana, transcribir ese manuscrito si así lo deseas, y terminarlo también. Llegar al final de lo que tanto buscabas está en tus manos y no lo ves. Hay algo de… 
—¡Qué brillante! —Ana lo miraba seriamente, su tono era sarcástico, agresivo, lo interrumpió sin vacilar—. ¿Cómo no se me ocurrió antes? 
—¿Qué? 
—Si me interesara escribir un final por mi cuenta lo haría Evan… Pero quiero saber el final, quiero tener el final de verdad. 
—Ana… 
—¡Evan! He esperado tanto por esto, nunca creí estar tan cerca de algo cómo lo estoy ahora y… 
—Ana… 
—Por favor, si no quieres escribir solo dime qué pasó. No quiero imaginar más el final, no quiero soñar más con los tantos caminos que cada uno de ellos pudo tomar. Quiero saber la verdad, quiero tener la certeza de que el final no es solo una fantasía creada por mí. 
—¿Y qué cambia con eso Ana? —Evan subió la voz—. Puedes cortar tus lazos con esa historia y crear una propia, tienes todo el potencial para hacerlo. 
—Y tú todo el potencial para terminar esta, pero no lo estás haciendo. ¿O sí? 
—Tú no tienes que enfrentarte a algo que ya has olvidado como si se tratase de algo nuevo, no tienes que volver a ver aquellos espectros y volver a sentir miedo como la primera vez. —El tono de Evan había bajado, ahora era serio, era frío, hablaba mirando fijamente los ojos grises de la pelirroja que escuchaba atentamente, sorprendida—. ¿Lo crees tan fácil Ana? Escribe tu peor historia, tu peor recuerdo, el peor momento de tu vida, ponlo en un papel y tendrás lo que yo puse en aquellas páginas amarillentas que sacaste de la basura. —Su garganta estaba seca, se le había ido el aire. Un nudo invisible, inexplicable, lo ahogaba lentamente ante la mirada desconcertada de Ana. 
—¿Espectros? ¿Qué sucedió con ellos Evan? 
—¿Con quiénes? 
—Nicco, Michelle, Christine… Todos ellos, tus personajes. ¿Acaso ya los has olvidado? —agregó con ironía. 
—¡Ana! Cada personaje no es una persona en el mundo real, olvida esa idea. En ellos tres, está la esencia de tantas personas, los pensamientos de tantas cabezas, las ideas de tantas mentes; hay algo más de un nombre o dos, hay algo más de una vida o dos. 
—¿Entonces a qué se debe el misterio si no se trata de nadie en específico? 
—Lo que ellos vivieron si sucedió, lo que pasó en aquellas páginas pasó también. 
—¿Y? ¿Qué pasó? 
—Ese es el problema Ana… Cuando trato de recordar, solo puedo evocar algunas imágenes parciales de todo lo que sucedió. Suena tonto, quizá, pero las heridas han cerrado y hasta de aquí se han esfumado. —Tocaba su sien con su mano derecho, algo lo incomodaba—. Pero quedan esquirlas, quedan huellas, y las respuestas que tú buscas pueden ser lo que yo estaba buscando también. Quiero de verdad leer nuevamente la historia, reconstruirla en mi cabeza y dar respuesta a tus preguntas, darte el final que tanto quieres. 
—Me parece bien. —Ana estiró sus manos y tomó el manuscrito del cojín, extendiéndolo en la dirección de Evan con una sonrisa—. Llévatelo, solo no lo arrojes al cubo de basura.
—Descuida... Pero si lo hago, si te doy el final, dejarás de hacer preguntas y olvidarás todo el asunto. Hablo en serio, no quiero imaginar que vas a entrar por mi balcón a traer mis primeros escritos de la primaria. —Evan comenzó a reír mientras tomaba el manuscrito en sus manos y se ponía de pie. Ana reía con él, seguía sus movimientos con la mirada mientras este acomodaba su bufanda. Al final, comenzó a caminar a la puerta y estando frente al umbral se dio la vuelta para mirar a la anfitriona—. Ya me voy, volveré luego. 
—¿Vas a bajar las escaleras? ¿Es en serio? 
—No estoy loco, y aprecio mi vida. 
—Eres un cobarde Evan. 
—Y tú estás loca, pero ya establecimos eso antes, ¿o no? 
—No resbales bajando las escaleras. 
—Ni tú entrando por mi balcón. 
—¿Así que escritos de primaria eh?
—Adiós Ana. 

Evan giró la perilla y la puerta se abrió. Salió del departamento sin mirar atrás, con el peso de su pasado en sus manos. Era el manuscrito, quería leerlo en cuanto llegara a casa, y mientras bajaba las escaleras pensaba si era buena idea, abrir algo que había estado cerrado por tanto tiempo. Perdía el miedo, escalón por escalón, y mientras sus dedos acariciaban las páginas solo soñaba con el momento en que la claridad volviese a su memoria.

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