jueves, 9 de marzo de 2017

Con tinta oscura

Decidió, pues, tomar una pluma después de todo, y transcribir con tinta oscura algunos de los pasajes que aún tenía claros, tratando no de rehacer la historia nuevamente, como se lo había pedido Ana días atrás, sino solo tratando de dejar en el papel los trozos que aún quedaban, las cicatrices que aún podían verse con facilidad en su memoria cuando echaba un vistazo al interior, al interior de su cabeza. Eran numerosas, las frases, las palabras, los recuerdos, pero no suficientes para llenar más de una página. Con los días, con los meses, con los años, muchas de esas cosas habían abandonado su pensamiento, habían abandonado su alrededor. Estaba lejos de donde habían sucedido, de donde habían nacido. Estaba lejos de aquellas calles, de aquellos caminos, de aquellos árboles que habían cortado. Con las piezas frente a sus ojos, tenía dos posibles opciones. La baraja se reducía a sacar algo de ellas o simplemente lanzarlas al fuego; conservarlas como lo que quedaba de un rompecabezas nebuloso o dejar que lo último, lo último que tenía en sus manos se desvaneciera. No podría rescatar sus nombres, sus hazañas, sus vidas; tenían que arder, nunca debieron salir de la basura y, para él, era solo una prueba que debía enfrentar con la mirada en alto. No tendría que buscar a Ana, no tendría que darle explicaciones de ningún tipo, simplemente olvidaría aquel encuentro extraño y seguiría con su vida, con su trabajo, con sus proyectos que no abandonaría por una historia sin sentido. Lo había alagado, en cualquier caso, el hecho de que hubiera rescatado a sus personajes del olvido, que los hubiese adorado casi tanto como él los adoró cuando les dio vida; hablaría con ella, era lo que quería hacer. Miró hacia afuera, eran ya las 10 y todavía nevaba, todavía el blanco pintaba los edificios vecinos. Se levantó del sofá y comenzó a caminar en dirección al balcón, dejando el libro abierto sobre la mesa. ¿Estaría despierta ya? Estando frente a la perilla plateada, la giró suavemente y abrió la puerta del balcón. Asomó su cabeza, la brisa helada entró por su nariz y lo congeló momentáneamente, pero recobró el control y dio algunos pasos hacia afuera, hasta llegar a la baranda de donde se sujetó con sus manos descubiertas. El frío contacto del metal con su piel fue como un choque eléctrico, pero se quedó allí, estático, contemplando las calles desiertas mientras los copos cubrían su ropa, su cabello, motivándolo a volver adentro. Miró a su derecha, hacia el edificio contiguo. El balcón vecino estaba a unos dos metros de distancia, tal vez menos. Ana no mentía, no era difícil saltar, sin embargo el hacerlo a la altura de un séptimo piso era lo que realmente inquietaba. Estaba loca, eso lo sabía bien, no podía imaginarse a ese pequeño personaje saltando de un balcón a otro, dejando cartas porque sí. Ahora, ¿Cuál era el plan? ¿Qué le diría? Comenzó a caminar en círculos en el balcón mientras trataba de organizar sus ideas. Lentamente recuperaba el calor, lentamente la claridad volvía. Entró nuevamente al departamento, dejando la puerta abierta. La nieve que aún quedaba sobre él se derretía rápidamente, se volvía agua que empapaba la tela de su ropa. No se fijaba, no se quitaba la chaqueta, tenía en mente una sola idea, encontrar el papel que Ana había escrito. Buscó sobre la mesa, moviendo todo lo que había sobre ella, hasta que sus ojos dieron en el blanco, brillaban en cuanto sus dedos lo sujetaron. Allí estaba el número, la delicadeza de la letra de Ana era encantadora, era ella quien debía llenar esas páginas vacías con historias nuevas, en vez de pedirle a él y a su torpe caligrafía revivir algo igual de torpe. Ella podría salvar a sus personajes, ella sabría qué hacer con esos trozos sin necesidad de complicar más las cosas. ¿Y el manuscrito? Ella no tenía, ella tenía la totalidad de sus recuerdos fragmentados. Quería recuperarlo, leerlo una vez más antes de que desapareciera. Era hora, cruzó el pasillo y entró a su habitación. Estaba todavía a oscuras, no había abierto las cortinas y las sombras se tomaban el lugar. Sobre la mesa de noche, a un costado de su cama, estaba su teléfono. Encendió la pantalla y comenzó a marcar cada dígito, uno a uno, mientras los leía en voz alta como tratando de memorizarlos. Acercó el teléfono a su oído y el tono se escuchaba una, dos, tres veces. Ana no contestaba, Ana no estaba despierta. Colgó la llamada y sostuvo el teléfono en sus manos, pensaba qué hacer. Dos metros, dos metros no son nada, dos metros no son demasiado, era lo que pensaba realmente, pero no estaba tan loco como ella y así lo estuviera era simplemente más sencillo bajar las escaleras y estar seguro, a salvo, entrar por la puerta sin arriesgarse de ese modo. Salió de la habitación y cruzando el pasillo llegó a la puerta del balcón. La cerró, cerró las cortinas también, el departamento se sumió en la oscuridad mientras Evan buscaba sus llaves, mientras Evan apuntaba su abrigo y se colocaba una bufanda. Se acercó a la puerta principal y la abrió de golpe. El oscuro pasillo que lo llevaría a las escaleras se iluminó, el color de la alfombra se encendió de nuevo. Evan salió y cerró la puerta tras de sí, cruzó el corto pasillo y comenzó a bajar los escalones rápidamente, descendiendo por cada piso con rapidez, sujetándose de las barandas al hacerlo, corriendo como no lo hacía hace mucho tiempo. Estaba contento, estaba decidido, no a lanzar una historia a la basura como lo había hecho antes, sino a invertir los papeles con su escritora anónima, a proponerle una locura que funcionaría para los dos. Tal vez no estaba tan loco como para saltar a su balcón, pero sumido en sus pensamientos, en ensoñaciones, ya se encontraba en el primero piso de su edificio, frente al portero que lo miraba sonriente. Le abrió la puerta y le deseo una buena mañana, Evan se despidió y bajó los escalones resbalosos. Llegó al andén, miró a su derecha, al edificio de Ana. Su balcón estaba allí, muy lejos del suelo. ¿Cómo podía hacerlo? Una de las tantas preguntas que tendrían respuesta, en cuanto llegase al séptimo piso y ella abriese la puerta.

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