martes, 14 de marzo de 2017

Al otro lado

Estando frente a frente, con unos centímetros de distancia entre ellos, Ana besó la mejilla de Evan y lo invitó a subir a su departamento mientras tiraba de las mangas de su abrigo. Él asintió con la cabeza y la siguió, hombro a hombro ascendieron por las escaleras sin decir nada, en completo silencio. Las palabras podían esperar, las fotografías podían esperar, la caminata en las afueras podía esperar, todo eso era pasajero, todo eso se volvería a presentar. Lo que no podía esperar, lo que quizá no se volvería a presentar, era el hecho de que Evan estuviera allí con el manuscrito, lo cual tenía a Ana llena de dicha. Antes que salir, antes que perderse en bosques desconocidos, quería quedarse a ver lo que iba a pasar, quedarse a perderse en una historia conocida, que conocería completamente por fin. ¿Le diría por fin el final? ¿Había cambiado de opinión? ¿Seguiría escribiendo como tanto lo deseaba ella? Estaba tan nerviosa, tan ansiosa, que sus dientes castañeaban mientras llegaban al quinto, al sexto, al séptimo piso del edificio. Sus manos crispadas, sus dedos moviéndose de un lado a otro, recorrieron el largo pasillo y frente al umbral del departamento 704, la anfitriona buscó las llaves en el bolsillo de su abrigo mientras Evan miraba distraído hacia el vacío, hacia la nada. ÉL pensaba en tonterías, recobraba la calma, tomaba aire, se preparaba para cuando llegase la hora de hablar de una historia que generaba tanto desorden dentro de sí. Ana seguía buscando las llaves sin éxito, parecía no encontrarlas en el bolsillo así que comenzó a revisar el siguiente, y el siguiente, y el siguiente hasta el último de ellos. Estaba segura de que las había guardado antes de salir. ¿Habrían podido caer en tan poco tiempo? No recordaba haberlas guardado, probablemente las habría dejado sobre algún lugar en un descuido. Miraba a Evan preocupada y este seguía sin entender nada de lo que sucedía. La miraba sonriente, como tratando de sofocar el fuego presente en los ojos de su interlocutora.

—¿Estás bien Ana?
—¡Estoy de maravilla Evan! —Sonaba irritada, hablaba sarcásticamente—. No puedo entrar a mi departamento. —Ana suspiró y se cruzó de brazos, sintiéndose completamente impotente.
—¿Y tus llaves dónde están?
—Creo que se quedaron dentro, estaba algo distraída al salir, tenía prisa.
—¿Prisa por verme acaso?
—Ni siquiera sabía que venías Evan. Yo iba a dar un paseo por las afueras hasta que Gustavo me dijo que habías llegado. No tenía la menor idea de que estuvieras en camino.
—Yo tampoco tenía la menor idea, pero para cuando me di cuenta ya bajaba las escaleras con un manuscrito olvidado en mis manos, ya bajaba las escaleras con un final que antes no estaba.
—¿Un final? —Ana subió la voz y se abalanzó sobre Evan—. ¡Quiero leerlo ahora!
—¡Espera! —Evan retrocedió y levantó el libro con su brazo derecho—. ¿No quieres resolver lo de tu departamento primero Ana?
—¡No! —Chillaba, suplicaba, daba saltos tratando de tomar el manuscrito—. Por favor, déjame leerlo ahora. ¡Deja de hacerme esto! —Ana no cesaba sus intentos por alcanzarlo—.
—¿Y tu departamento?
—¿Mi departamento? —Dejó de forzar y por un momento pareció recobrar la compostura. Arregló su gorro y se cruzó de brazos nuevamente—. Supongo que dormiré afuera, no es la primera vez que sucede Evan.
—¿Lo dices en serio? —Evan lanzó una carcajada y bajó el manuscrito, ya seguro de que no intentaría tomarlo de sus manos.
—Algo se me ocurrirá, no quiero pensar en eso ahora, es todo. Faltan horas para el anochecer, sé que encontraré la manera de entrar.
—Bueno, mi balcón está allí por si lo necesitas.
—¡Es una excelente idea! —Los ojos de Ana se encendieron, brillaban de alegría—.
—Si lo piensas bien, no es una excelente idea. —La voz de Evan se había vuelto repentinamente grave—. Es muy arriesgado.
—Lo he hecho varias veces Evan. ¿Qué podría pasar?
—Podrías caer, resbalar.
—¿Y? —Ana cambió la alegría en su voz por la ironía 
—Morir —agregó a secas—, básicamente.
—Qué dramático.
—¿Dramático? ¡Por favor! ¿No te importa tu vida?
—Me importa mi vida. No por eso voy a dejar de vivirla Evan.
—¿Y saltar de balcón en balcón solo porque puedes es vivirla? —La miraba confundido, estupefacto, tratando de descifrar el misterio en aquellos ojos grises que ocultaban tantas respuestas.
—Evan… Vivir es hacer lo que me haga feliz. Cuando supe que el escritor de las historias que tanto amaba vivía cerca, en el edificio de al lado y por pura casualidad en el apartamento de al lado, me apasionaba la idea de visitarlo un día, de llegar a descubrir los secretos que escondía su cabeza, el final tan anhelado que escondía su pluma. Era un sueño, puesto sobre el papel, bajo los efectos del sueño y del humo. Con el tiempo me mataba la curiosidad, simplemente no podía contenerme. ¿Y qué si debía saltar un balcón? Solo eran unos metros, para llegar a donde quería, unos metros para llegar a mi destino. No iba a detenerme por ese pequeño obstáculo, uno tan franqueable.
—¿Franqueable? Es ponerte innecesariamente en riesgo y…
—Lo hice… —Lo interrumpió y pasó saliva—. Lo hice y lo volvería a hacer. Al menos ya no tengo que dejar cartas e irme, al menos ahora sé que puedo quedarme.
—¿Cómo lo sabes Ana?
—Porque sé que no quieres que me vaya tampoco.

Evan se quedó callado, mudo, estático ante los ojos grises que fijos en los propios analizaban cada movimiento. No era necesario decir nada, ni agregar nada, podían descender por las escaleras y cruzar los escasos metros que separaban las recepciones de ambos edificios. Unos metros bajo el cielo nublado, unos metros junto a la nieve caída. Podían ascender de nuevo, llegar al departamento de Evan en cuestión de minutos y abrir la puerta, encender las luces, devolver los colores al lugar. Podían beber café mientras hablaban, podrían poner música suave, podían quedarse toda la noche si era necesario ,dejando salir lo que faltaba en una conversación cualquiera de madrugada. Podían quedarse despiertos, hasta el amanecer, soñarían después cuando cerraran un capítulo, cuando no quedara nada pendiente. Él, una historia escrita primero medias; ella, una historia leía por ahora a medias. Podían cambiar esto, podían hacer tantas cosas, pero ninguno se movía, ambos seguían con la mirada fija en el otro, esperando a que alguno diera el primer paso para dejar que la tarde continuara. En efecto, les quedaba mucho de qué hablar todavía, de historias viejas e historias nuevas también.

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