lunes, 6 de marzo de 2017

Soñando despierta

Estando tendida sobre su cama, trataba de mantenerse en la realidad mientras las gruesas cobijas cubrían su cuerpo, la abrigaban en una noche fría, la protegían de la helada nieve que caía, caía sin detenerse por toda la ciudad. Pequeñas manchas cubrían ya los tejados, las hojas, las calles; el pavimento se teñía de blanco mientras las puertas se cerraban y las chimeneas se encendían, el fuego ardía, la madera quemándose y lanzando su humo en dirección a las nubes, que no cesaban de lanzar copos por doquier. Ella no tenía una chimenea en su departamento, pero sabía soportar bien estas condiciones, solo necesitaba ropa abrigada, café para mantenerse alerta, cobijas gruesas para dormir en paz y dejar atrás el mundo real, el mundo exterior. Desde que había llegado a casa no había podido dormir, solo se había quedado en su habitación, con las cortinas y la puerta cerrada, perdida en la música, perdida en las notas que salían del equipo de sonido, perdida en el humo espeso que salía de su boca. La ansiedad se iba, ella se iba. En sus sueños, era allí en donde se quedaba, de donde se rehusaba a bajar después de haber salido; un hilo que la tenía allí suspendida, flotando con las siluetas que soportaban sus deseos, sus anhelos más preciados que guardaba desde muy pequeña. Las seguiría, hasta donde fuera necesario, hasta cuando fuera necesario, pues eran su destino, su meta, donde habría de poner los pies al bajar. No quería aterrizar, no quería volver a poner los pies ni en la tierra, ni en las frías losas de su habitación, quería quedarse en aquella sensación, en aquel efecto que cesaría en contadas horas, pues cesaría, se acabaría, volvería a la realidad en cualquier momento y eso lo tenía claro, solo lo ignoraba para mantenerse bien. Después de todo, no era ese el momento, y ella seguía con la mirada fija en las estrellas que pendían de su techo. Giraban, brillaban con un tono neón que seguía con la mirada, con sus pupilas dilatadas, con sus ojos brillantes, despiertos y en otra parte. Tantos colores, tantas luces, volvía y venía en los mismos pensamientos, en las mismas imágenes que le parecían más atractivas que el gris de la ciudad, que los colores propios, lentamente desteñidos y opacados por sus acciones, por sus caídas. Se había levantado, se había recuperado, y con el tiempo las heridas que había dejado el camino se habían cerrado. Solo las cicatrices, líneas algunas metafóricas y algunas reales, se ocultaban en el interior de su mente y bajo los pliegues de la ropa que la cubría. Era el ayer, era el antier, era el hace unas semanas, el hace unos meses y el hace unos años; erase una vez, cuando era otra persona distinta, una persona alocada, rebelde, una persona que ya no estaba, que se había diluido en las sombras, en la soledad y la calma. El cascarón, lo que quedaba, quien era entonces, sonreía ante la escena sin decir nada. Daban las tres, daban las cuatro, eran ya las cinco de la mañana y solo hasta ese entonces había podido cerrar los ojos, solo hasta ese entonces sus párpados pesados le habían exigido un descanso, un receso. Tosió un poco, quitó las pesadas cobijas de encima y se sentó sobre la cama, estirando su brazo derecho para tomar de la mesa de noche un vaso de agua que bebió en contados sorbos. Tenía sed, quería más; se puso de pie y buscó bajo la cama sus pantuflas. Las encontró, y rápidamente la suave goma cubrió la planta de sus pies. Dio unos pasos en dirección a la puerta y girando la perilla la abrió, salió de la habitación rumbo a la cocina. No podría dormir con la garganta seca, de eso estaba segura. Era esta la única seguridad presente en su cabeza, pues ella misma estaba algo desorientada, se tambaleaba un poco y le costaba trabajo mantener el equilibrio; sus pasos débiles la movían a rastras, pero recobró el control de sus sentidos y tomó aire, dio un gran suspiro que la devolvió a la vida, que la devolvió a la sala, cortando definitivamente el lazo que la ataba a sus fantasías. Ya no se tambaleaba, ya no temblaba, caminaba ya más decidida mientras se acercaba a la ventana. Miró a través del cristal, los copos seguían cayendo y ella se deleitaba con las pequeñas figuras que cubrían todo lo que estaba afuera. Justo como en sus sueños, la ciudad tomaba una nueva cara, una nueva forma, una que le daba la bienvenida, o se la daría en unas horas. Ella misma quería estar bajo la nieve, fundirse con ella, pero sería después, sería en otro momento. Solo deseaba descansar por ahora, había tenido una semana muy larga y su cuerpo se lo exigía, amenazaba con colapsar en cualquier momento si no se daba un respiro. Retomó la marcha y llegó a la cocina, cruzando el largo pasillo que salía de las sombras mientras ella pasaba, mientras sus largos dedos tocaban los interruptores de las lámparas uno a uno, mientras las luces se encendían una a una. Estando frente a la llave plateada, la giró suavemente y el líquido transparente comenzó a caer en el cristal que sostenía en su mano. Llenó el vaso, lo bebió con celeridad y volvió a llenarlo, y volvió a beber. Agua entrando a su cuerpo, agua refrescando su mente. Solo entonces estuvo satisfecha, solo entonces su sed acabó, solo entonces sus sentidos volvieron completamente y ahora solo sentía cansancio, ahora solo sentía ganas de volver a la cama. Dejó el vaso en el platero y dando grandes zancadas salió de la cocina, cruzó el pasillo y apagó las luces de nuevo. Abrió la puerta de su habitación y saltó a su cama, lanzando las pantuflas al hacerlo, dejando a sus pies descalzos sentir la gruesa tela de las cobijas al aterrizar. Podría quedarse allí toda la mañana si así lo deseaba. Mucho tiempo, hasta muy tarde, desayunar a la hora del almuerzo, almorzar a la hora de la cena. Cenar al amanecer, vivir a su hora, escribir a todas horas mientras la nieve cae y pinta la ciudad, mientras ella misma pinta su historia con los colores que ella quiere, Pasada por la lluvia, pasada por la nieve, pasada por el humo, la oscuridad se iba mientras llegaba el día, mientras sus párpados se cerraban y ella volvía a soñar, al mundo del que no bajaría hasta que el sol volviera a salir.

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