Dentro de las opciones frente a
mis ojos, tres rutas completamente diferentes se presentaban de forma parcial,
nebulosa, dejando a la imaginación lo que tomar cualquiera de ellas depararía
en las siguientes horas, en los siguientes días; tiempo, un paso y un
movimiento, el efecto dominó que desencadenaría una serie de eventos, eventos
que como fichas caerían sobre la realidad, desmoronando el suelo firme y
sembrando allí lo que desde ese momento sería la nueva verdad. Es difícil tomar
una decisión estando básicamente a ciegas, metafóricamente maniatado y
mentalmente indispuesto para ver con claridad, sin una verdadera idea de lo que
está y no está bien, con una conciencia enmudecida por las voces del exterior,
aquellas voces fuertes que inundan la habitación con risas, con lágrimas, con
historias largas sobre viajes y deseos que a mis oídos parecen tan interesantes. Es el ruido
del exterior lo que impide escuchar las voces del interior, es la bruma lo que impide ver hacia adelante, son las voces ajenas aquellas que confunden y
distorsionan, turban las aguas claras de lo que antes era un concepto
inamovible e inmodificable; son las voces ajenas aquellas que en cada camino sonríen
e invitan a tomarlo, unas más ajenas que otras, unas emanando distintos aromas
a las otras; chocolate, jengibre, crema, sabores, olores, ambrosía para los
sentidos que en la oscuridad de la noche parecen ser la única luz, las únicas
puertas abiertas antes de que el camino antes trazado se desmorona. Todo
irreal, todo una metáfora creada desde lo más recóndito de la imaginación, una
percepción errónea de lo que sucedía; era posible detenerse a pensar solo 5
minutos antes de dar cualquier paso sin ninguna clase de peligro. Hoy, días después,
el rompecabezas se completa finalmente con las últimas piezas, con las
historias de los caminos que no se tomaron. Se estuvo ausente físicamente, pero el recuerdo de haber estado allí parece tan tangible que casi puede escucharse cada palabra, casi puede sentirse el aroma del café, el sabor de la crema y el chocolate que sobre el plato saludaban, danzaban, llevaban a un mundo más dulce, a un costado más claro del rompecabezas en el que uno de los caminos habría deparado esto, y más. Más que una parte de él, el cuadro entero es mucho más
agradable, y mucho más práctico para tener las anécdotas a la mano, anécdotas de
otras épocas que aparecerán en la mesa algún día, cuando se hable de como en
una noche se estuvo en tres lugares a la vez.
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