lunes, 5 de diciembre de 2016

Pasos de pintura

Artistas de los grandes, ilustradores no solo de líneas sino de sueños, de esperanza, de múltiples significados que personas de todas las edades pueden encontrar en un trazo cualquiera, en una pintura cualquiera que reposa en un mismo lugar por días; galerías temporales de sujetos desconocidos, obras maestras casi anónimas para la audiencia. El polvo de la calle, moviéndose con el viento y sacudiendo los telares, los sombreros, las faldas, los vestidos; las hojas secas, los cables de teléfono en los que grupos de palomas reposan, reposaban, toman vuelo y parten rumbo a los edificios, en donde la brisa no podría incomodar sus minutos de quietud, sus momentos de pausa dentro de una vida volando. Pero vuelven, vuelven a la plaza a caminar a través de los caballetes, bajo las pinturas, junto a los pies de los asistentes que se detienen de vez en cuando frente a los colores de algún cuadro, viendo en ellos quizá algo más que solo pintura, sonriendo ante el recuerdo que puede evocar una imagen vista por mera casualidad en un paseo matutino, en un encuentro con el sol, con las losas de la plaza, con las palomas que caminan por ahí en absoluta libertad, observando a los ciudadanos y alejándose de sus pisadas. Pasa el medio día, la tarde, la noche y todo queda vacío; los caballetes permanecen estáticos en su lugar y las obras se retiran, quienes las pintaron se las llevan en sus manos hasta donde viven. Lienzos moviéndose por la ciudad, por los fríos andenes en donde las bombillas del alumbrado público titilan, sumiendo por escasos segundos el cemento en completa oscuridad, en lo que debería ser una noche en realidad. Un cuadro de esos, de esos que llevan en las manos, de esos que no se verán la mañana siguiente en la plaza; todos se remplazan a diario, día a día nuevos artistas llegan a la ciudad y quienes llevan allí días se retiran, en busca de un nuevo destino. Horas de fama contadas, largos recorridos por carreteras desiertas para llegar a la nueva meta, al nuevo oasis en donde la pintura les regale otra noche estrellada, otra mañana soleada para exhibir lo que son, quienes son, lo que pueden hacer aquellos seres de rostros hundidos, de rostros obesos, de caras pálidas, oscuras; de manos crispadas y dedos delicados, de uñas bañadas en esmalte y nudillos duros; realidades distintas, características distintas, pasos distintos para todos aquellos que pintan su propio retrato.

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