lunes, 26 de diciembre de 2016

Buenas noticias

Las cartas más valiosas, quizá, son aquellas que no se esperaban en el buzón, aquellas que entran por la ventana con la brisa de la noche y se quedan allí, en el suelo, a la espera de que cuando abra los ojos en la mañana las lea, las recuerde; fantasmas que reaparecen con palabras reconfortantes después de meses de estar ausentes, después de días largos bajo el sol, sobre montañas de dudas y noches de luna llena. No parecían querer volver, ni en ese entonces ni nunca; estaban tan aislados, tan alejados de mis manos como encerrados en una habitación que alguna vez fue propia, como contenidos en una vida que alguna vez fue propia. ¿Y la llave? Perdida en el tiempo, perdida en el sendero mientras se caminaba; ha caído del bolsillo, se ha sumergido en el pozo de los recuerdos con ayuda de las malas decisiones, con ayuda de los pasos dados sobre grietas, sobre charcos. Es curioso como una puerta parece cerrarse de golpe y obliga a plantear y a descartar todas las alternativas posibles antes de abrirse nuevamente, como si requiriese de todas las lágrimas, de toda la desesperación, de la más completa definición de la impotencia para entonces ceder; se mueve, se abre para darle la bienvenida a una cabeza enredada, a una imaginación atribulada que casi había perdido la esperanza, la fe, la idea de un mejor mañana y lo que es más importante, de un mejor hoy, de un mejor ahora. Es tan necesario tocar fondo, tan necesario verse con el agua en el cuello para encontrar energía donde antes solo había cansancio, para valorar lo que antes no valía nada. Es tan necesario haber olvidado viejos mensajes para deleitarse con la llegada de los nuevos, con la llegada de buenas nuevas para variar; no momentáneamente, de ahí en adelante, buenas noticias como un amanecer despejado o una noche estrellada. Buenas noticias como una mañana cálida lejos de casa, buenas noticias como el canto de las aves en un lugar apartado de la ciudad, al borde de ella y casi fuera de ella en realidad; cantos y más cantos, aves y más aves de colores revoloteando entre los árboles frondosos y los troncos robustos, las delicadas hojas de los matorrales sacudiéndose con su estela brillante. Buenas noticias como una taza de café negro, dulce; buenas noticias como el aroma del pan caliente escapando por la vitrina, guiando un estómago hambriento a saciar sus ansias, su necesidad de cosas buenas. Buenas noticias, domingos y lunes y martes; buenas noticias, miércoles, jueves y viernes. Sábados, de silencio; sábados, de desconectarse por completo para leer historias de otros tiempos, buenas noticias de otros tiempos. Suceden cosas buenas, llegan cartas buenas que se leen y se releen unas tres o cuatro veces, unas cinco o seis veces para estar seguro de que son reales, de que no se sueña despierto y de que cuando se parpadee de nuevo nada desaparecerá; todo se quedará en su sitio, nada se desmoronará como lo hacía antes entre humo y niebla, entre miedo y dudas. Las cartas siguen allí, sobre la mesa, la misma mesa en la que estaban antes del amanecer.

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