Quizá necesitaba una sacudida
para despertar, para entender que el sueño que creía estar viviendo no era un
producto de su imaginación, sino la realidad misma que parecía no solo tener
millones de colores, sino millones de aromas, de sabores, de sensaciones; la
sensación de tenerlo todo y de estar completo con solo un paseo en la mañana,
con solo un atardecer corriendo para llegar a casa, con la ciudad entera a su
alrededor y luego, luego de nuevo la lejanía del hogar, a la soledad de su
habitación que por un día escuchaba dos latidos distintos. No era posible individualizar
ni clasificar ninguna de las emociones que lo invadían, pues más que corrientes
separadas eran mareas unidas, aglomeradas; aquellas emociones eran la alarma
que despertaba sus sentidos, que inundaba la habitación con una melodía suave
que susurraba palabras desconocidas, que susurraba cantos a los recuerdos, a
los buenos tiempos que parecían de nuevo cobrar vida. Todo estaba oscuro, pero
un punto estaba lleno de luz; era el brillo en sus ojos y las lágrimas de
felicidad, un par de dedos delicados recorriendo sus pestañas y nuevamente la
oscuridad, el brillo y la gravedad dejando caer gotas saladas sobre la piel. Quizá
haber tenido un día diferente era el motivo de este evento que tomaba lugar en
su cabeza mientras el tiempo mismo
parecía haberse detenido. El calor en su pecho, en sus manos, en sus labios; las heridas parecían limpiarse, cerrarse conforme pasaban los segundos. Las dudas se iban, las ansias se
calmaban, se volvía a vivir y a respirar aire puro. Un alma marchita se volvía
nuevamente un árbol lleno de vida con simples palabras como recordatorios de
que el espejo creado a través de los años miente, de que son concepciones erróneas
que ocultan la verdadera forma de quien ante él se mira. Puede romperse,
quebrarse, y la figura que tras la capa deteriorada vive parece saludar con alegría,
feliz de volver a ver el rostro que originalmente lo vio nacer. Caminaba frente
a sus ojos, como ilustrando con sus movimientos las aventuras de otros años, la
pureza de sus intenciones que se pudrieron con la toxicidad de su entorno, con
la toxicidad innata que poseen todos. Se detenía, se desvanecía su sonrisa, sus
manos, sus ojos que dejaban de brillar mientras su cuerpo se evaporaba, se
extinguía hecho polvo, hecho cenizas en una nube de humo. El reflejo en el
espejo, el ser que lo representaba en el cristal, había desaparecido por
completo sin dejar rastro, como si solo se tratase de un fantasma del pasado
que no volvería a cobrar vida; no era un fantasma, era él mismo ante un espejo
roto, era él mismo volviendo de un sueño repentino que había tenido con los
ojos abiertos. Las pequeñas raíces que comenzaron una historia son el origen de
lo que en un futuro sería un gran árbol, de lo que en un futuro podría ser no
solo el hogar de las aves en las ramas, sino la prueba viviente de que en un
mundo marchito se puede florecer.
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