Las ventanas abriéndose, el aroma
de la brisa, el frío del suelo en un par de pies descalzos y los cortos pasos
por el pasillo, avanzando lentamente en la oscuridad de un lugar ya conocido.
Losas rojas, blancas, negras; colores en el suelo y el frío de nuevo, luego la
alfombra y la entrada al comedor. Una mesa tan antigua como los recuerdos lo
permiten, presente en cada uno de ellos en la misma posición, bajo el mismo
candelabro de cristal que con uno, dos, tres destellos puede iluminar toda la
habitación. Un mantel bordado por manos ajenas, imágenes de flores, de luces;
imágenes acordes a la época y al momento, acordes a las sensaciones que junto a
la mesa donde el mantel reposa nacen, viven. Tantas bocas junto al mantel,
tantas manos acariciando el suave algodón; familias enteras alrededor de un
círculo pequeño, inmenso en sus cabezas por tener el poder de reunirlos a todos
en un mismo lugar, a una misma hora y con una misma intención, la de
simplemente pasar una tarde cualquiera hablando del ayer, del hoy, del mañana
incierto que a cada persona en ese lugar le esperaba. Sobre la música también,
sobre las letras, política; amor, desamor, temas aleatorios mientras las horas
pasen y llega la noche, llega la luz del candelabro y el sonido de la puerta abriéndose,
los niños saliendo para jugar en las calles y no volver hasta más tarde, hasta
que sus cuerpos pidiesen agua y abrigo contra el frío. Volverían, y su risa
volvería a invadir de nuevo aquella casa de ladrillos marrones, en donde tantas
historias se comenzaron a escribir, en donde tantas historias comenzaron a
tomar forma a partir de borradores difusos y nebulosos. Es con el tiempo, con
los años, que aquellos borradores toman una forma más clara, salen de la niebla
en la que se ocultaban para mostrarse como lo que son, revelando entonces
palabras antes desconocidas, antes misteriosas, antes ajenas; propias ahora,
propias en el presente. Se opacan los colores, las lámparas titilan y entonces
todo parece cambiar de repente. El lugar lleno de polvo, de óxido, de niebla,
el lugar perdido en el tiempo que ya no existe, en donde la mesa ha
desaparecido y el candelabro yace en el suelo. Paredes rasgadas, muros caídos y
risas ausentes; el sonido de las llamas consumiendo la madera en un lugar
vecino, el sonido de las voces hostiles alrededor de un lugar antes lleno de voces
tan pacíficas, tan naturales. El tiempo, los días, los meses, los años; lo era
ya no es, un vaga alucinación, un simple mal sueño llegado con el sonido de la
lluvia, la primera en días, un balde de agua fría para despertar.
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