miércoles, 18 de enero de 2017

Desde arriba

Las páginas en las que la tinta se ha borrado han de arrancarse, no vale nada una hoja con historias a medias, con las intermitencias generadas por la necesidad de crear puentes entre la realidad y la ficción, entre la realidad tangible y aquella que solo existía en la oralidad, en las palabras, en las anécdotas y en los recuerdos. Eran memorias, eran tonterías, con el frío de la mañana los personajes que danzaban en aquellos trozos de blanco papel se decoloraban con el alcohol, ardían con el fuego; las cenizas se las llevaba el viento en dirección a las nubes, pronto flotaban rumbo a las montañas en donde nacieron sus ojos, sus manos, su conciencia y la idea de estar vivos no solo en un papel sino en una cabeza confundida. Trataban de salir, de entrar al mundo real como si fuese tan fácil poner los pies en hielo delgado, como si no fuese evidente el riesgo de tambalearse y caer en el agua helada que sacaría a cualquiera de sus fantasías. Eran reales, sus historias y sus secretos le pertenecían a mi memoria y allí crecían haciéndose fuertes, haciéndose grandes. Día a día alimentaba sus vidas mientras día a día entraban a la mía y tejían lazos tan fuertes, tan difíciles de romper que para cuando lo hicieron, fue tan difícil el cambio, fue tan complicado el aceptar que no se era tan libre como se pensaba cuando se vivía con ataduras a lo dicho, a lo hecho, al pasado y sin manera de tocar el presente. Perdido en el miedo y en el humo, en la rabia y en el odio hacia todo que no fuese lo propio, aquellas voces eran el único consuelo, la única razón para despertar aunque al hacerlo fuese solamente para caminar hasta la soledad de un bosque silencioso para dormir, para soñar y dejar que los minutos se llevasen todo como lo hace la brisa con las hojas. De todo ello se habla como se habla de un mal recuerdo, como se habla de algo sin levantar la mirada y con la voz apagada, plana, casi muda. Eran otros tiempos, era un momento distinto en el que las emociones parecían simplemente comandar lo que era un cascarón vacío, incapaz de abrir los ojos ante la verdad que se dibujaba frente a él. Las largas horas sin dormir abrieron el baúl de aquellos días desconociendo las consecuencias de traer a la vida aquellas almas marchitas y descarriadas; un error, un error el querer escribir aquellas palabras que se llevó el viento y que no volvieron, el deseo de volver tangible algo que nunca fue más que un susurro. No era tarde para detener una locura como esa, en realidad nunca fue tarde para encender el fuego y dejar que en la oscuridad la tinta alimentara las llamas, la tinta soltara los nudos. El blanco se vuelve naranja, gris, negro; se va y vuelva bajo las estrellas mientras abajo todo parece tan pequeño, mientras atrás todo parece tan sencillo. Todo es cuestión de perspectivas, y que agradable es mirar desde arriba.

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