martes, 17 de enero de 2017

Refugio

No hay cansancio de ningún tipo, como si se hubiese estado reposando por horas a pesar de que el reloj indica otra cosa. Los ojos abiertos, alertas; las manos liberadas a la espera de tomar un lápiz y un papel para dejar en este último algo más que palabrería sin sentido, dejar un poco del mundo soñado en él. Los dedos ansiosos, deseosos de apretar con fuerza el manillar y llevar a desaparecer tras una nube de humo, de esa que se escapa cuando se rueda junto a los autobuses y los grandes vehículos que ocupan la mayor parte del pavimento. Una pausa, agua fresca; un respiro sentado a la mitad de la nada pensando en todo, pensando en nada. La velocidad se lleva el polvo, la brisa arrastra las hojas secas que han caído de los árboles con la lluvia, pero ninguna de estas dos cosas se lleva los pensamientos recurrentes que deben salir de donde se encuentran rondando, de donde se encuentran causando estragos. Retomar el camino es sencillo, solo basta con subir de nuevo y no detenerse hasta la meta, aquella nebulosa que todavía conserva un poco de claridad, un poco de luz dentro de la penumbra. Un metro, dos, tres; un día, dos tres, pasan las ruedas sobre los agujeros como cráteres y las ramas rotas, sobre las grietas que prometen un abismo en su interior y los papeles viejos, viejos periódicos de ayer o de hoy. Otra pausa, sin agua ni descanso; solo una pausa tras la luz verde a pesar de poder cruzar, como un límite invisible y mental que me ataba al suelo en el que me encontraba, que me unía a la idea que parecía dejar ir y que volvía con un tirón de aquella soga invisible atada al cuello. Luz roja, luz verde nuevamente, luz roja, luz verde de nuevo y los pies seguían estáticos, inmóviles sobre las losas de cemento. Las manos no se movían, los parpadeos eran largas epifanías cargadas de emociones de antaño; el ruido, las bocinas, la realidad, todo se encargó de desmoronar la edificación que una fantasía momentánea pudo crear, desvaneciendo la utopía y dejando al descubierto las calles desnudas, la presencia de las nubes negras acercándose por un lado, la presencia del sol acercándose por el otro. Ninguno es lo que se necesita en el momento, pedalear de nuevo parece tan simple como antes solo si el destino es la lejanía, solo si el destino no existe dentro de la memoria. Es posible despertar de aquel sueño repentino, es posible buscar un refugio para alejarse de lo que llega al suelo.

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