lunes, 16 de enero de 2017

¿Y hoy?

¿Y hoy? Un café, el único que necesitaré para mantenerme despierto el resto del día y mantener los ojos claros, mantener los ojos abiertos las horas que faltan para cerrarlos de nuevo en la oscuridad. El contacto del vaso con la piel es completamente diferente al del viento que entra por la ventana; tibio, como para sostenerlo en las manos frías mientras se observa como las nubes en el cielo se mueven, mientras se observa como los tonos blancos y grises se mezclan generando esa zozobra de no saber qué va a suceder, de no saber qué esperar. Extrañar el cielo despejado, los buenos días, de nada sirve todo eso más que para alentar a una memoria aturdida; está despierta, está alerta y solamente deseando que no llueva mientras se rueda, que no caigan gotas sobre el polvoriento pavimento que la llevará a mejores lugares, a mejores recuerdos. Tan deseosa de ver y ver y guardar y añorar, de pasar por páginas blancas e impecables, de pasar por páginas amarillas y polvorientas; pasar por toda clase de lienzos en los que pudieron pintarse las más hermosas historias ya fuera en tinta o ya fuera en pintura, ya fuera con pincel o ya fuera con pluma, ya fuera un par de manos o ya fueran dos, ya fue, ya es, ¿qué es? El tiempo parece avanzar lentamente mientras el contenido del vaso se acaba, mientras el tic tac del reloj hace eco en las paredes vacías. El silencio ¿y la música? No más música, no por hoy; hoy café, mañana música, pasado mañana tinta para escribir de nuevo y quizá entonces ya podré decir que estoy bien; estoy bien, quería escribirlo y leerlo, releerlo y lanzarlo por la ventana; ir a buscarlo para finalmente guardarlo, tenerlo en mis manos para convencerme de que no todos los aviones son enviados al azar, para convencerme de que todos ellos tienen un destino.

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