Es curioso como un abrir y cerrar
de ojos puede significar la pérdida de toda conciencia, de todo sentido de la
orientación y la realidad. Una página, dos páginas amarillentas leídas y releídas
a través de los años por tantas personas; tres páginas de la misma escena y
luego el vacío, el silencio, un apagón repentino y la nada, la oscuridad. Ya no
había paredes, cristal, madera; los objetos frente a mis ojos y las páginas
amarillentas habían desaparecido mientras de pie me tambaleaba. Una pequeña
lámpara reposaba sobre una mesa, junto a una libreta, y eran estos lo único que
podía verse. Con cada paso dado la oscuridad se iba, la claridad aparecía como
si estuviese saliendo el sol, como si las luces se encendieran progresivamente
en el camino que se recorría. La libreta, abierta en una página en blanco a la
espera de ser llenada con las notas de los días venideros, con las mismas que
antes llenaban los cuadros, en donde todo podía moldearse a gusto; un chasquido de dedos o un leve susurro eran
suficientes para alterar los colores, los sabores, las formas de lo que antes
parecía indeformable, inamovible. Tan ilimitado el poder de la imaginación por
escasos segundos, por escasas horas; dos o tres quizá, el despertar ocasionado
por la brisa entrando por la ventana, enfriando las manos lentamente y
obligando a cerrar todo acceso de aire, todo acceso de frío. Un refugio, para
las nubes grises que no se veían hace mucho tiempo, que no se veían al quedarse
dormido. No es un día para paseos, pues suficiente hay de ellos cada noche; un
día gris de vez en cuando no está mal, una pausa de vez en cuando para mirar
hacia afuera no está mal. Las gotas caen, golpean suavemente el tejado, las
ventanas; se escucha el murmullo del agua mientras las hojas se sacuden y liberan
su aroma, ese aroma a verde y lluvia que invade las calles, la ciudad entera y se
lleva el humo, se lleva todo lo que bajo el sol puede ser tóxico. Sombrillas de
colores desfilando, paseando por ahí protegiendo hombres, mujeres, parejas que
esquivan los charcos y se detienen ante las luces de los semáforos rojos, se
mueven con las luces verdes mientras los taxis amarillos esperan para moverse
nuevamente, mientras los demás automóviles y autobuses esperan a la señal de
arranque. Largas filas de vehículos, la ciudad sigue moviéndose bajo el agua
mientras adentro todo se encuentra seco, anhelando más sueño y un poco más de
tinta, un poco más de historias. Historias con sabor a recuerdos, a lo vivido y a lo que se desea vivir; representaciones de la realidad vista a través de mis ojos que se quedarán volando, flotando como los aviones bajo la lluvia. Más páginas vacías, más páginas llenas; es esa
la manera de pasar los días grises, con tinta negra y roja sobre el papel.
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