miércoles, 11 de enero de 2017

Elocuencia

Si bien son las palabras escritas aquello que me llena, aquello que realmente le da un sentido a lo que hago, también existe un gusto particular por la palabra hablada, por el simple discurso que puede nacer esporádicamente en una mañana calurosa y una tarde fría. El monologo improvisado que tuvo lugar hace algunas horas fue prueba de una elocuencia repentina la cual solo nace en momentos específicos, junto a manos específicas; el escribir de ello ayudaría a procesarlo un poco, ayudaría a rumiar y darle un sentido a cada palabra dicha, para evitar solamente dejarlas en el vacío para que se pierdan sin ser recordadas. Escuchaba tantas cosas sobre la honestidad, sobre la libertad, sobre el deseo de escribir una historia como de las que solo se habla en los cuentos, como de las que solo se habla en el pasado; escuchaba tantas cosas, como los detalles generales del camino trazado para llegar a la meta soñada, como los posibles obstáculos y las posibles respuestas a dar, como aprender a caer y a levantarse sin raspones ni heridas que dejen una huella imborrable. Al final de cada oración, los puntos suspensivos conectaban cada idea y tejían un lienzo con todos los acuerdos intrínsecos, dejando la prueba tangible de una conversación en el silencio de una habitación vacía, con la lluvia golpeando los cristales de la ventana. Frío, calor, el olvidar por completo que se tiene que abandonar la comodidad de aquel lugar y ponerle fin al cuento del que se hablaba; los minutos transcurrían en miel, en caramelo, en esa comunicación silenciosa que se da con miradas profundas, con ese simple entendimiento nacido a través de los días como un código, como una clave personal que solo tienen los autores de aquella historia. Para cuando la alarma sonó, ya se estaba despierto, ya se caminaba sobre los charcos sin pensar en que hace solo unos minutos el frío en los brazos estaba ausente; la situación tenía un aire diferente, más limpio, después de haber sacado todo lo que se llevaba adentro no con la pluma, sino simplemente hablando y viendo la reacción al ser escuchado, viendo en los ojos del único espectador el brillo de quien ve algo más que un discurso cualquiera. Un punto para la oralidad, para hablar y no llenarse de basura.

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