lunes, 30 de enero de 2017

De las raíces

El salir de la ciudad y ver paisajes más allá de las montañas es una buena manera de cerrar la semana, y una buena imagen mental para comenzar una nueva convencido de que el paisaje presente es una construcción temporal, convencido de que todo cambia y crece y se mueve a donde tenga que moverse. Lunes en la mañana, pocas horas antes de iniciar el reloj nuevamente que detenido en múltiples sentidos había incluso retrocedido un poco, se había degradado un poco. La suciedad en él puede limpiarse, las manecillas pueden repararse, los engranajes pueden cambiarse si es necesario para hacer que todo corra en perfecta sincronía nuevamente y ver aquellos números de colores indicando los pasos, indicando la meta, indicando el camino con un simple tic-tac. Nada más que eso para estar listo, la idea de saber que todo marcha bien. Brisa fresca entrando a la habitación, llevándose el polvo con el ritmo del reloj y enfriando la escena que cálida segundos antes se torna diferente al abrir las cortinas y dejar entrar la luz también. Un paisaje oscuro se torna claro, se despeja el cielo y es entonces cuando se puede salir, cuando se comienza el camino después de un buen desayuno y algo de música para abrir la mañana con buenas notas de madrugada. Un camino ya trazado, ya finalizado en varias ocasiones y sin embargo nunca como se hará en algunos minutos, como si todo se tratase de algo desconocido, como si la ciudad blanca a la que quiero llegar fuese un misterio todavía. Lo es, en realidad nunca dejó de serlo. El tener la oportunidad de adentrarse en aquel misterio y entender lo que antes no se entendía es un cuaderno nuevo, es el fuego que incinera el anterior y deja escapar sus cenizas con el viento. Se llegará al bosque, a los árboles frondosos que ocultaban tantas historias como hojas en sus ramas. Historias del amor, del desamor, de las letras, de los números, de las ciencias, de las artes; numerosas, y parecían tan reales como talladas en la madera, como talladas en el tronco y en las ramas de los gigantes erigidos junto a blancas estructuras. La idea de estar allí es suficiente para hablar de ello, para pensar que la nueva historia que ha de escribirse allí no puede parecerse a la anterior, que no ha de estancarse junto a las raíces sino salir de ellas, sino crecer a partir de ellas y levantarse cuando es necesario para volver a casa, para volver a lo que sea que haya de hacerse sin más demora. Fue quizá ese el error, el no entenderlo lo que causó todo. Meses largos bajo los árboles contemplando las nubes sin deseos de ver más que eso, sin otro deseo fuera del silencio. Sin ruido, sin autos, sin voces, ni nada; la soledad absoluta reinando por mero gusto bajo ramas torcidas, sobre ramas quebradas, plasmando ideas en tinta tóxica de color negro sobre cuadernos ya perdidos. Ya es historia en cualquier caso; no vale de nada lamentarse respecto a lo ya hecho, a lo ya escrito. Esa tinta ya no existe en ningún papel, lo único que queda de ella está en la memoria, y día tras día una palabra de aquellos días desaparece. Una nueva se pone hoy, antes de tomar una ducha y salir, y rodar, y ver si todo lo dicho se siente como tal cuando se esté en aquel lugar. Pocos minutos antes de la hora final, todavía se siente como el primer día.

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