viernes, 6 de enero de 2017

Melodía desconocida

La melodía desconocida, aquella de nombre incierto que rondaba en mi cabeza tan pura y nítida como cuando se escuchó por primera vez, había vuelto a aparecer mientras buscaba entre mis cosas algo para volver al pasado, para encontrarla de nuevo entre tarareos y silbidos. Es grato cuando las cosas vienen por sí solas, cuándo no hay necesidad de ponerse de pie y solo basta esperar, dormir, bostezar y continuar con la espera en el silencio mientras a pasos lentos pero seguros ese algo, esa utopía, se acerca lentamente y solo espera de un último tirón voluntario para entrar a la realidad de golpe. Ese tirón, aquello que ayuda disociar lo real de lo irreal, era la llave para abrir las puertas del pasillo bloqueado; el obstáculo presente desaparecía con las notas, con las suaves notas que ayer y hoy todavía vibran, resuenan en los audífonos como nunca pues la pérdida de la costumbre es el renacer de todos los sentidos, incluido el oído que deleitado pide más, más volumen que hace un segundo, que hace dos, que hace tres. No se detiene, y con el sol y la lluvia intermitente, con el polvo y las nubes, avanza en conjunto con dirección al cielo, a las montañas más altas conocidas, momentáneas; cimas temporales, de todas las que vienen antes de que acabe la canción.

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