lunes, 9 de enero de 2017

Voces ajenas

Inicia otra semana, la cuenta regresiva para volver a comenzar de nuevo, la segunda oportunidad tan anhelada, está a punto de tocar la puerta mientras los pies descalzos avanzan a través de la semana dando tumbos, esquivando obstáculos repentinos, acelerando cuando es debido y parando a la mitad de la noche por un poco de aire o para refugiarse de la fría brisa que inclemente congela a todo aquel que a esa hora camina por las calles solitarias, vacías. No a esta hora; no a plena luz del día cuando la mayoría camina en busca de algo, de alguien, de lo que sea entre la multitud de personas, de automóviles, de autobuses, de motocicletas y todo lo que conforma el caos citadino tras el semáforo en rojo. Esto, a solo unas horas de que el sol saliese por primera vez, ya era uniforme en cada avenida que se mirase; todos deseando llegar a tiempo saliendo tarde, luces rojas y bocinas inundando la mañana. Antes, con el rostro sobre el cristal completamente adormecido y deseando volver a la almohada, aquella multitud parecía distante; estaban afuera de la burbuja en la que me encontraba, fuera del juego en el que estaba y del cual deseaba escapar. Cerrar los ojos, abrirlos en el destino, cerrarlos nuevamente y escuchar voces ajenas frente a mí, a los lados; nombres familiares e historias nebulosas de las cuales solo era un testigo silencioso que no tomaba notas literales, solo notas mentales para narrarlas posteriormente. Nunca logré reconocerlas, o conocerlas de alguna forma; se han quedado atrás, y no han de salir de donde están. No sucede lo mismo con las nuevas, claro, es ahora cuando se pasa junto a la multitud en la distancia que se puede ver quiénes son, lo que son; cuando se evita el alejarse con miedo para escuchar las voces y sacar en ellas algo más que un murmullo, algo más que susurros; un mensaje claro, una voz amistosa para variar, para sanar y borrar otras ideas creadas a través del tiempo. Aquellas ideas negativas, perjudiciales, parecían al principio hechas con tinta; y por ello la alegría de ver como el grafito cede con el borrador se completa con el blanco impecable de una hoja vacía, otro boleto para una nueva aventura; aquella de estar menos horas desconectado de quienes llenan la vida de sueños. Para cuando se vuelva a casa, la luz del atardecer habrá desaparecido junto con el recuerdo del frío cristal, del suelo lleno de manchas de polvo y suciedad; todo se quedará en el pasado, dormido junto con las demás pesadillas.

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