lunes, 6 de febrero de 2017

De otras voces

Algunos paseos pueden interrumpirse sin previo aviso, solo porque sí, solo por una tontería que conduce de vuelta a casa con una mueca neutra, como quien no sabe qué decir ante los hechos recientes y que desea recostarse, dejar de pedalear bajo el sol abrasador que calienta el asfalto y las hojas y la basura desperdigada en el descenso de la montaña. Un grito, un gesto en la distancia que invita a detenerse y a acercarse a la orilla es lo único que puede distinguirse bajo la oleada de calor. Casi llegando al final del descenso, una voz familiar saludaba, una voz familiar que tomaba forma en tanto que la distancia que nos separaba se hacía más corta. La intención era saludar, seguir después de contados minutos, pero es difícil saber cuándo una parada cualquiera puede detenerlo todo, el tiempo mismo, solo con palabras sabias, con consejos breves que reflejaban una verdad ya susurrada por otras personas, una verdad ignorada en innumerables ocasiones. No importa cuántas, en realidad, se ha perdido la cuenta y es mejor dejarlo sin cantidad, dejarlo en el simple hecho de que un mensaje previamente ignorado aparecía ahora tan claro, tan grande, tan imposible de negar. Bajo los rayos, sin nubes que dieran un poco de sombra, se escuchaba con deleite el discurso improvisado, la elocuencia de alguien familiar y su manera de ver las cosas, siempre diferente a la propia. Con palabras cortas podía hacer entender algo tan simple, podía aclarar algo tan confuso, podía despejar los miedos y podía llevarse todo lo innecesario para permitir ir ligero de peso, para permitir andar sin retrasos, como lanzando las bolsas de arena del cesto para ganar altura. Los retrasos, los obstáculos que se encargaban de hacer tropezar se quedaban atrás, ya sea por esquivarlos o por pisarlos y caer de lleno. Se quedaban atrás, se quedaban en las historias y en las anécdotas cortas que ilustraban un pasado turbio, que ilustraban un pasado nebuloso del que solo se extraían enseñanzas, como debería ser en realidad. ¿Para qué algo diferente? Una pesadilla, un mal momento, un mal hábito, todo esto solo representa lastres, solo representa ralentizar el ascenso e incluso detener el despegue mismo, quedarse estancado en donde todo comenzó para sumirse en el polvo y no despertar de nuevo. ¿Para qué algo diferente? A las buenas noticias, a las tardes de miel y caramelo, a los almuerzos breves rodeado de personas desconocidas que lentamente dejaban de serlo; esto es lo que se saca de aquellos días, razones para construir nuevos, para pintar nuevos de tonos distintos a los ya gastados como los son el gris y el negro, como lo es un lienzo en blanco. Más colores, para representar la realidad y la verdad escuchada en la mitad del descenso, más colores para abrir los ojos nuevamente y retomarla ruta, como se había planeado desde un principio. No se volverá con la maleta vacía, ni tampoco con la cabeza vacía; se llevan las palabras necesarias para saber cómo aprovechar el tiempo, y para no desperdiciarlo más pensando en la lluvia que ya pasó. Han de abrirse las ventanas, para dejar entrar al aire fresco que en un cielo despejado inaugura la tarde, que en un cielo despejado refresca las mejillas; ha de abrirse la mente, para dejar entrar las ideas que de otras voces provienen.

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