jueves, 16 de febrero de 2017

Sacudida

He llegado al cielo, a no detenerme ante los empinados caminos con solo mirar hacia abajo, con concentrarme en la línea blanca bajo las ruedas que atraviesa el cemento gris y polvoriento, esa que no se detiene sino por escasos metros para guiarme a casa sin problemas en una noche oscura, en una mañana clara. Es el camino por el que se pasa, es el pasado en general que se ve reproducir como fotografías, como imágenes que se quedan atrás como si cayesen de la bolsa, de la maleta, de la cabeza; caen, se posan en el suelo tal como las hojas en el otoño, tal como los copos de nieve en las copas de los árboles y no se levantan, se quedan estáticas, pegadas al suelo y luego desintegradas, esparcidas como cenizas. Solo imaginar esta escena libera un poco las ataduras, cicatriza un poco en realidad. La cima está cerca, y repetir esta frase una y mil veces es todo el combustible necesario para poner manos a la obra y hacerla realidad entre paso y paso, pedaleo y pedaleo, respiro y respiro. Miradas furtivas, opiniones cargadas de toxicidad y pesimismo. ¿Qué es la cima? ¿Qué es llegar lejos? ¿Qué es llegar alto? No se trata de los intereses ajenos, de las opiniones ajenas, sino de lo que dicta aquella voz en la cabeza, aquella voz familiar que llamamos propia, la conciencia que susurra los mejores planes, los mejores destinos, el sueño tan anhelado representado claramente y solo a la espera de que unas manos temblorosas se decidan a sacudir la realidad. Es una sacudida, salir de la zona de confort y enfrentarse a la crudeza del camino solo por mero capricho, solo por no seguir el camino trazado por la normalidad. Crear uno nuevo, una ruta distinta que se sigue no a ciegas, sino con la mirada en alto y seguro de que si se ha de fallar, habrá sido por las decisiones que se han tomado, seguro de que estas son las que pintan el cuadro imaginario en el que las manos cubiertas por guantes juguetean en el bosque, en las aguas congeladas sobre las que patinan las sonrisas de los niños, de los adultos, de toda clase de personas que por un día se despiden del sol para darle la bienvenida al frío. Hoy le doy la bienvenida al frío, al orden, a la idea de llegar a sacudir la nieve de las ramas para despertar las manos, para iniciar el día con una pluma de tinta negra en un papel tan blanco que el contraste casi haga desear llenar todo el espacio con letras, con dibujos, con historias más completas, algo más que revivir una escena pasada. Historias no de días futuros, historias de días que no existen y que existirán en cuanto se ponga el punto final. Hay más allá de los segundos previos, hay más historias de las que no se tienen recuerdos sino solo expectativas, ideas nebulosas de lo que son y lo que podrían ser; historias por contar, historias para dejar el tiempo, el alma, la vida.

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