Es gracioso recapitular, pues algunas horas después del evento puede verse con más
claridad el escenario, entender todos los factores que la inmediatez del momento no permiten
ver por estar enfocado en el par de ojos que directamente miran los propios,
que luego se agachan y se desvanecen en la sal, en el agua, en el brillo y la
humedad que se nota con la luz del atardecer que entra por la ventana. Ruido, ruido, voces conocidas y luego el silencio mientras se bajan las escaleras y la puerta azul se abre por última vez, al menos por manos propias. Un rechinar, los motores de los autos y luego el silencio, tan real como cuando se está en casa, como cuando se está cerca de ella. Descansar un poco, grita la conciencia entre bostezo y bostezo, pero con
subir las escaleras y abrir la puerta, es cuestión de tiempo para que las notas
se tomen la habitación, para que las notas se lleven lo que los pasos arrastran
consigo mientras recostado se va el humo, se va la lluvia, se van las nubes. Quedan restos, es difícil, pues, alejarse de lo que se lleva bajo los pies, como
papeles pegados de hojas viejas que han de despegarse de la suela y lanzarse a
la basura, pues de nada sirven ya llenos de tierra y polvo. Zapatos fuera, un vaso de agua,
mejor algo para despertarse, para abrir los ojos y combatir el sueño mientras se escribe. La percepción de la realidad desaparece entre
palabra y palabra, prueba del delirio y de la falta de sueño que en algunos
minutos habrá acabado, que con palabras como estas dejará el testimonio de hoy,
el testimonio de que estoy aquí todavía antes de volver a las cobijas. ¿Qué si
he escrito? En lo absoluto, en serio. La desconexión es necesaria de vez en cuando. Hay varios motivos, razones para estar tan perdido, pero no pretendo dar explicaciones que no se han
pedido, solo pretendo retomar las cosas desde donde las dejé y seguir caminando,
volverme a poner los zapatos después de caminar voluntariamente sobre vidrios
rotos, dejando cerrar las heridas con los pasos y no el pasar del tiempo. Metáforas, imposible dejarlas cuando se vive con ellas, cuando hasta las
oraciones más simples tienen ese toque característico de realidad y ficción, de
verso y prosa que hace reconocerlas estando aún en una letra diferente a la
propia, aún estando en tinta ajena, aún estando en tinta compartida que hoy ya
no tiene el aroma de cuando recién se escribía, de cuando recién se llenaba con
trazos temblorosos un papel, se llenaba de ideas firmes y promesas deshechas en
el tiempo. No deshechas, mejor desintegradas, con el mero propósito de
cumplirse parcialmente, de no dejarlas simplemente en la palabrería del momento
sino en un mensaje que trascienda. Se cumplirán, una a una y quizá en desorden,
quizá cuando no se esperen y simplemente se presenten de la nada como para
permitir de una vez por todas tacharlas de la lista. Nunca estará completa, habrá
cosas que se agregarán, nuevas promesas, nuevas voces, nuevas rutas por conocer
con los ojos un poco más abiertos, con las manos un poco más listas y más
despiertas. Llegará el día en el que se
aflojen los nudos, el día en el que la memoria pueda liberarse de aquellos
lastres que pueden de alguna forma disminuir la velocidad, impedir el salir a
flote del pozo en el que se cayó al tropezar con una caja llena de recuerdos.
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