Tendida sobre su cama, en el
silencio de una madrugada cualquiera, observaba la pantalla de su teléfono deslizando
con el dedo las imágenes y palabras que allí aparecían, un corto contacto con
el mundo y lo que ha sucedido mientras no se ha mirado hacia afuera le era
necesario para irse a dormir en paz. Más que las noticias, más que lo nuevo, buscaba
algo, algo entre aquellas imágenes; las palabras que desorganizadas en su
cabeza solo podían tomar forma al verlas de una manera entendible, al llevar la
oscuridad de un pensamiento a la luz ajena, a una boca ajena, a la pluma ajena.
Nada salía, nada cercano, todo hablando de lo que no quería saber, todo acabando
con su esperanza y susurrándole al oído que cesara ya, que descansara ya pues
perdía el tiempo, pues su pensamiento era una estructura todavía a medias,
todavía una obra incompleta que no encontraría por lo menos ahora. Miraba la
hora, ya eran las 3, abría los ojos desorbitadamente cuando el cansancio amenazaba
con cerrarlos. Se esforzaba y luchaba contra sus propios límites para seguir
despierta pero, en realidad, le era tan difícil después de un día como el que
había tenido, después de la marea de emociones y actividades que la habían
tomado por sorpresa y que la habían agotado en todos los sentidos. Sus parpados
se cerraban, ya ni veía, ya ni leía; volvía a abrirlos de golpe como pretendiendo
que nada había pasado nada y bostezaba, bostezaba sacando su pereza en cortos
segundos estirando los brazos. Tan persistente, tan decidida, había esperado
todo el día para este momento y parecía decepcionarse, parecía simplemente
perder el último impulso que no la dejaba parar contados minutos atrás. Se
rindió, se quitó sus lentes y lanzó el teléfono sobre la almohada; reanudaría
su búsqueda en unas horas, eso era seguro. Podía hacer una pausa en el camino,
y no por eso dejar de avanzar a la mañana siguiente; no se trataba de cuando
llegara, sino de que llegase y ya. Se puso de pie, aún llevaba el jean que se
había puesto el día anterior, la misma blusa y los mismos zapatos también; no
se había quitado nada desde que había llegado a casa, necesitaba ponerse la
pijama para dormir cómoda. Buscó tras la almohada su pijama y comenzó a
desnudarse, a lanzar la ropa al suelo, a cambiar el áspero contacto del jean
por la suavidad de su vestido blanco, lleno de líneas y puntos purpuras que
recorrían su delicada figura. Se miró al espejo, dio dos vueltas, liberó su
cabello del peinado que llevaba y lo dejó caer sobre su espalda, sobre el
escote en ella. Era vanidosa, pero ya había visto suficiente; recogió la ropa
del suelo y comenzó a colgarla en la pared, no quería dejar todo tirado y
desorganizado, simplemente no lo toleraba. Al terminar, se acercó nuevamente a
la cama, sacudió sus pies descalzos y saltó sobre ella, cubriéndose casi
inmediatamente por las cobijas. Había olvidado apagar la luz de la habitación,
pero era perezosa; buscó sin levantarse una sandalia bajo la cama y, al tenerla
en sus manos, la lanzó contra el interruptor. Un apagón repentino indicó el
éxito de su operación, tenía muy buena puntería desde muy pequeña, no fallaba
jamás cuando el no levantarse era la meta. Volvió a recostarse, a perderse bajo
la cálida tela mientras con los ojos cerrados ya fantaseaba con lo que quería
ver, ya trataba de organizar las palabras que no había visto como tratando de
darse aliento, como tratando de dejar ir la negatividad para concentrarse en el
hecho de que no solo su cabeza interpreta el mundo. Encontraría lo que buscaba,
en algún momento, en algún lugar. Ya fuese en su teléfono, en sus caminatas
matutinas a través de los senderos vacíos, sobre las paredes de los edificios
que veía desde la ventana del autobús cuando se movía de un lado a otro, en el
cielo, en las nubes, en el arcoíris que nacía cuando acababa de llover y
volvía a salir la luz del atardecer. Ya soñaba, con todo esto, su respiración
tranquila apenas podía sentirse mientras la pantalla encendida, en silencio, se
iluminaba con las luces de neón que dejarían de brillar cuando fuese hora de
despertar.
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