domingo, 5 de febrero de 2017

Por el drenaje

Las ideas comenzaban a organizarse, a tomar forma con el humo que inundaba la habitación mientras la música hacía vibrar los cristales, mientras la música hacía latir el corazón con rapidez y volvía de un lugar oscuro la cuna de nuevas emociones, emociones claras, aquellas de las que solo se escuchaba en boca de otros y de las que solo se tenía vagos esbozos. Notas desconocidas, ajenas y suaves, retumbaban sin cesar y acompañaban al baile, al juego y a la euforia general que parecía no tener intenciones de detenerse, que parecía ser eterna con el pasar de los minutos. Se detuvo, solo la música, de un momento a otro y para no volver, dejando las figuras blancas desvanecerse en el silencio, sin notas que acompañasen su danza, sin notas que le dieran forma a sus líneas blancas. Sin ruido, el sopor se hacía más fuerte, los ojos pesaban, los ojos se cerraban como en un parpadeo mientras imágenes de lo que se deseaba inundaban la cabeza. Se forjaban decisiones con la mente encendida, con la mente apagada, con la mente trabajando a medias; conexiones rotas que se restablecían y se reparaban, que sanaban y sacaban la suciedad, toda acumulada a través de algunas horas y lentamente degradada con segundos de paz. La ventana abierta, un poco de aire fresco que entraba a los pulmones y se llevaba la toxicidad, llenaba de pureza y del aroma a café, del aroma a agua corriendo por un canal cercano, un aroma que no se percibe todos los días y que por una mañana puede serlo todo, puede ser lo único que motive a salir del trance repentino en el que se ha caído. Se volvía a abrir los ojos, con la salida del sol y su aparición sobre los tejados vecinos. La claridad dejaba ver los vasos vacíos, dejaba ver los papeles desperdigados, dejaba ver la ceniza en el suelo y las migajas esparcidas por doquier. Caos, desorden, risas y alegría; después de rememorar y reír, después de recordar y sentir que el sueño no terminaba, nada más falta, nada más sobra. Fuera del cristal, de la burbuja de cristal y cemento y acero, la realidad parecía soleada, los árboles se sacudían y se llevaban el silencio con el resonar de sus hojas que, frágiles, se desprendían y caían a la corriente del riachuelo bajo las ramas, ese rodeado de ladrillos rojos que se pierde en túneles y sale de la ciudad pasando bajo ella a través de un mundo subterráneo. Ahí van las pesadillas, ahí van las limitaciones propias, ahogándose en la corriente y desvaneciéndose ante los propios ojos. Se está en la superficie, el paisaje se llena de edificios entre pedaleo y pedaleo, con cada metro que se avanza en dirección a las montañas. Se deja a un lado la calma, se deja a un lado el verdor, se deja a un lado el canto de las aves y el sonido del agua corriendo sobre los ladrillos. No se necesitan más, no es necesario estar junto a todas estas cosas, basta con tenerlas presentes en la memoria para escribir acerca de ellas, acerca del día en el que la basura se fue por el drenaje.

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