jueves, 2 de febrero de 2017

Trazos olvidados

Extrañaba esos días en los que no había nada por hacer, aquellos en los que lo único que había en la lista era ver el tiempo pasar o ponerse de pie e invertirlo mejor; no desperdiciarlo pensando en tonterías y ponerse en marcha de una vez. Rodar, caminar, dar vueltas sin mirar el mapa para volver satisfecho después de horas expandiendo aquella imagen mental del mundo cercano y luego… Luego las historias, luego las letras y el agua y la música combinadas para lanzar prosa sobre el papel hasta que los ojos se cerraran casi automáticamente, hasta que el cuerpo pidiese un descanso merecido y lo tuviese sin dudarlo. Hasta las 9, hasta las 10, hasta las 11; un buen desayuno y luego más historias, más paseos, la rutina de romper la rutina con nuevos destinos y nuevos sabores volviéndose un platillo tan agradable que no daban ganas de detenerse, de cambiar los planes. Los recorridos se han vuelto un poco más limitados en el trascurso de esta semana, y con limitados no me refiero a que estén ausentes, a que no los haya; lo que quiero decir, es que se reducen a los trayectos que me llevan a los lugares en donde me quedo por horas, no permiten el escapar como tanto se desearía a veces. Sin embargo, esto se vuelve aceptable y agradable al recordar la razón de los desvelos, al recordar la razón de aquellos recorridos y del simple hecho de despertar temprano en realidad. La historia que ha comenzado es algo con lo que se soñaba, y después de haberla perdido, después de haberla lanzado a la basura para ser más exacto, el solo hecho de estar sentado allí nuevamente es razón suficiente para no desperdiciar nada, ninguna de las segundas oportunidades que ya se ha tenido no solo en este caso sino en la mayoría de los aspectos que determinan los avances de un individuo cualquiera. Vuelven aquellos días de rocío sobre el pasto en crecimiento, recién cortado y todavía alto en algunas partes, que llega a las rodillas y rodea los árboles gigantes. Sentado junto a ellos, los personajes en las páginas del libro sobre mis manos parecen aún más grandes, sujetos de otros tiempos que llenos de sabiduría indican el mejor camino a seguir. Sus vidas, la manera de contarlas a manera de un diario personal en algunos casos, son tan tangibles que casi dejan una copia de su realidad en la memoria, una marca que no desaparece y que se tiene presente en las siguientes palabras mencionadas, en los siguientes pasos dados. Es como si se estuviese allí observando sus discursos y sus frases con asombro, deleitado con la simplicidad de tantos aspectos que lentamente dejan de preocupar y se van, se van con la brisa y el bienestar de una mañana tranquila y una conciencia tranquila. Aprovechar el tiempo dicen, moverse con el sol para llegar a los edificios blancos que ahora son de ladrillo y cemento, que de ellos era madera fría y mohosa que inundaba la nariz. Avanzar por vías colosales dicen, junto al tren rojizo que avanza exhalando humo y haciendo temblar el suelo, sacudiendo bruscamente las plantas junto a la carrilera, pasando por estaciones desiertas y sobre ríos poco profundos. Llegar al destino dicen, ver el sol desaparecer tras las montañas, tiñendo de colores las nubes que bajo el flotan y dándole un nuevo tono al azul del cielo, dándole a la noche una buena bienvenida, dándose a sí mismos una buena despedida. Todo esto en un libro, todo esto en una corta lectura que se tenía pendiente y que ahora no se desea detener; el poder de soñar con otros tiempos, el poder de embarcarse en la idea de quedarse otra hora, otra vida allí junto al tronco, bajo las hojas y las ramas, trazando y pintando lo que el agua había borrado.

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