lunes, 12 de septiembre de 2016

11:20

Agua a las 9, humo a las 10. Sueños a las 11 e insomnio a las 12. El paraíso ante mis ojos es una razón para no dormir, otro motivo para describirlo. Pequeñas aves de color naranja se pasean sobre mi cabeza mientras el viento arranca las hojas de los arboles, confundiendo la desbandada y camuflando su escape; pronto ya no sabré que vuela y qué sale a volar, qué es real y qué ha creado mi imaginación. Despierto en mi cama, un sueño febril de los tantos que me hacen desear vivir en un lugar con estaciones, para ver y no soñar con la brisa de otoño. Vivo sin estaciones deseando que salga el sol cada mañana, deseando la nieve cuando hace calor y la lluvia cuando el amarillo se toma las hojas, la sequía como una tragedia ante mis ojos. No es real, nada de eso es real, pues sigo en mi habitación a media luz; a luz completa, puedo encenderla sin levantarme y agregar un poco de color en el lugar, recuperar la poca cordura que queda tan tarde en la noche, cuando casi todo el cuerpo, hasta la misma voluntad, se encuentra fatigada, apagada, desconectada. Quizá eso hace falta, la capacidad de desconectarme. De irme cada noche y volver cada mañana, de evitar las largas horas de imágenes en mi celular y notas al azar en piezas de papel. Un sueño en paz, un sueño tranquilo, un sueño que por fin esclarezca la frontera de lo real y lo desconocido, saber cuando estoy despierto y cuando despierto he caído dormido.

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