Quien público esta imagen invitaba a escribir una corta historia de ella, y qué
mejor excusa para abrir la puerta al mundo de la fantasía. Es un reto
agradable, una actividad interesante que lleva a las fotografías en mi galería
a un nuevo plano, a una nueva manera de verlas y de sumergirme en sus colores,
en sus trazos, en sus formas. Un poco de literatura a la media noche, y el deseo de intentarlo de nuevo.
La
oscuridad en la mitad del día es posible, es realmente posible si se camina
bajo los árboles, si las hojas y las ramas y las aves paradas en ellas cubren
el sol sumiendo al mundo bajo sus formas en una relativa oscuridad, en un tono
tenue de la luz del día. Ella estaba allí, en la mitad de la nada, buscando la
salida del inmenso bosque al que había entrado por cuestiones del azar, persiguiendo
hadas y jugando a ser como ellas; olvidando por un momento que aquellos cuentos
de su niñez se habían acabado. 21, trabajo, universidad, su madre y su gata en
casa… No era momento de tonterías, pero algunos impulsos son más fuertes que la
voluntad, más fuertes que cualquier convicción. A causa de esto, ahora estaba perdida,
y por más que detestara la idea de que no sabía cómo salir, le generaba cierto
agrado la idea de estar lejos de la realidad, lejos de las responsabilidades,
lejos del mundo a su alrededor. Quería escapar de lo que había dejado tras el
laberinto de árboles, así fuera por un corto lapso de tiempo, no había razón
para correr si todavía había luz del día. Era medio día, un viernes de mayo,
podía tomarse algunos minutos de esta experiencia para disfrutarla. Estando rodeada
de nada más que árboles, de nada más que el ruido de las hojas sacudiéndose y
el ocasional canto de las aves; el aire puro entrando a sus pulmones se llevaba
todo, todo el deseo de salir.
Decidió sentarse sobre la hierba que crecía junto a un gran árbol de
tronco oscuro, de ramas gigantes y hojas verdosas que caían cuando el viento
las sacudía; presas de la gravedad. Estas caían sobre su cabello, y ella
parecía no notarlo. Tenía su mirada fija en una dirección, pero al percatarse
de la situación a su alrededor, sacudió la cabeza y tomó una hoja entre sus
manos. Pronto su forma parecía cambiar, parecía transformarse por completo. Los
vivos colores y las delicadas formas de una mariposa surgieron de sus manos,
revoloteando por las ramas y luego sobre su cabeza, yendo y volviendo, yendo y
volviendo. Era la mariposa que había seguido al entrar al bosque, la misma
mariposa que había visto fuera de su ventana y que había seguido por todo el jardín,
por toda la calle, por toda la manzana y por todo el laberinto en el que ahora
se encontraba sin saber cómo salir. Sintió deseos de jugar con ella como lo
hizo anteriormente, pero no quería ponerse de pie, no quería seguirla pues ya
lo había hecho y el resultado no había sido exactamente bueno. No era una
perdida tampoco, disfrutaba de ese momento como nada en el mundo porque era su
mundo, al que había entrado por cuestiones del azar.
Creía delirar por el hambre y la sed, no podía adjudicar otra
explicación a la reciente metamorfosis que acababa de presenciar, que acababa
de tener contacto con su piel, con sus finos y largos dedos acabados en esmalte
rojo y negro. Tomó una botella de su mochila y bebió largos sorbos mientras
mantenía la mirada fija en la mariposa, que seguía revoloteando de un lado a
otro sin mostrar intenciones de salir, de alejarse de la chica que yacía
sentada junto al árbol que continuaba dejando caer sus hojas verdosas por todo
el lugar. Al tomar una rebanada de pan de su mochila y darle una mordida, notó
como la mariposa se acercaba a ella, como parecía haberse decidido a llamar su
atención, a revolotear a su alrededor sin cesar para luego detenerse en su
cabeza y agitar sus alas una, dos, tres veces. La mariposa se quedó estática, y
dejaron de caer hojas. Las que estaban en el suelo parecían agitarse,
sacudirse; todas ellas parecían sufrir aquella metamorfosis, pero ninguna
levantaba el vuelo, todas se quedaban en el suelo y caminaban, caminaban en una
misma dirección formando una línea, un sendero. La mariposa que se encontraba
sobre los rizos castaños de su cabello también bajó al suelo, y se unió a la línea
con sus demás compañeras. Ella soltó la botella, no creía lo que veía y juzgaba
al líquido que había bebido como si fuera algo más que agua, como si hubiese
olvidado lo que empacó en la mañana.
Con mucha dificultad, se puso de pie y guardó todo en su mochila
nuevamente. Miraba a las mariposas en el suelo y notaba como brillaban, como
destacaban en el suelo más que antes, más que hace solo unos segundos. Las
mariposas no brillan, es el agua, es el pan, es el aislamiento momentáneo, se
enloquece en cinco minutos si se está completamente solo, pero nada de esto es
real, son solo delirios de niña; por jugar como niña estaba allí. No perdía
nada, ya estaba perdida. Si era una locura, la llevaría hasta el final. Decidió
seguirlas, seguir el camino que ya con desespero trataban de plantearle. Este brillaba,
realmente brillaba. Ella se sacudía los ojos y trataba de ignorar se detalle
mientras avanzaba sin detenerse. Al cabo de unos segundos de marcha pudo notar
más claridad sobre su cabeza, zonas despejadas en el cielo donde la luz del sol
parecía indicar la próxima salida. Esperanza, era lo único que podía tener
mientras seguía a las mariposas como si fuesen su salida, su libertad. ¿Y no
era ya libre corriendo tras ellas? Sin pertenecer al mundo más que a los árboles,
y a las mariposas y a las hojas verdosas que caían sobre su cabeza; no podía
ser más libre que en ese momento.
Después de algunos minutos de caminata, la hierba aplastada y los
arboles cortados bajo sus pies se convertían paulatinamente en un sendero que,
al final, brillaba por a luz del medio día, la luz del mundo exterior. Las
mariposas detuvieron su marcha y levantaron vuelo, sin detenerse, sin volver
atrás y ella, confundida, se quedó estática sin decidirse a perseguirlas o a
solo salir del bosque, a solo volver al mundo real. Solo una mariposa se quedó,
para posarse en su cabello nuevamente y alejarse volando lentamente, quizá despidiéndose
de la única que la había perseguido hasta entrar al bosque. Ella no era una
niña, y sabía que debía volver. Retomó la marcha lentamente, mientras trataba
de memorizar cada árbol, cada rama; como si temiera que fuera a desaparecer ese
lugar, como si quisiera dejar grabada una imagen imborrable en su cabeza. La
luz al final del sendero se hacía más grande, pronto volvería a casa y le diría
a su madre que había visto cientos de hadas, y ella no le creería y acariciaría
su cabello y se quedarían dormidas abrazando a su gata, hablando de la magia y
de épocas más gratas, más niñas, donde hablar de hadas era más que una tarea de
soñar, sino de creer de verdad. Y ella creía en la hadas…
Y no dejaría de hacerlo al salir del bosque.
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