lunes, 26 de septiembre de 2016

Autobús nocturno

Una noche en el transporte público, un encuentro con caras agotadas, amargadas, aburridas; todas ellas deseosas de volver a casa a reunirse con su familia, a disfrutar de una cena caliente o simplemente a hacer lo que sea que nuestra condición humana pueda considerar como satisfactorio un lunes a las siete. El fin del comienzo de la semana puede parecer más eterno que cualquier domingo, volver a la rutina después de desconectarse brevemente puede costar un poco de trabajo que se refleja en las manos crispadas de las personas a mi alrededor, en las bolsas de sus ojos y en su constante necesidad de revisar su celular cada dos minutos, esperando algún mensaje o solo consultando la hora, contando otro minuto dentro de un lugar en el que todos entramos por simple necesidad. Sueño con poder ir a todos lados en mi bicicleta sin el temor a un robo, sueño con poder ir a todos lados en mi bicicleta sin tener que evitar a toda costa conductores inescrupulosos que controlan la vía, creyéndose dueños de ella y llevando a muchos de nosotros a situaciones críticas; una mezcla de irresponsabilidades que hasta suena tentadora en comparación del autobús. Aquí me encuentro, una noche como cualquiera en un autobús cualquiera a un destino cualquiera. Tan ido, tan ensimismado que apenas noto como las estaciones pasan, como las calles cambian mientras el autobús se mueve y las caras largas se bajan una a una, dos a dos, entran caras también amargas y algunas felices; estudiantes, jóvenes, quizá apartados del mundo de los anteriores a ellos en este lugar... y la sonrisa vuelve, la alegría vuelve. Las caras innecesarias se bajan y lo que queda es mi compañía, cualquier motivo de alegría que me haga olvidar lo pesado del día. Que grato es seguir el viaje con las personas indicadas.

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