martes, 20 de septiembre de 2016

A flote

Desde muy pequeño me resistí a apartarme de la orilla. Aprendí a hacerlo, a mantenerme en la zona segura, en la superficie que pudieran tocar mis pies y ni un paso más allá; el temor a no poder mantenerme a flote, a hundirme hasta el fondo, era lo que me hacía salir del agua. Pasaron los años sin saber nadar, claro, era curioso cómo me limitaba a ver a los demás y no animarme a hacerlo, como me contentaba con mover mis pies y generar pequeñas olas, la zona segura era solo un muro de ladrillos frente al panorama, la idea de estar a salvo era todo lo que necesitaba. Llega un momento en el que los principios más básicos necesitan ser cuestionados, se necesita un poco de fuerza para salir del carril y detenerse a ver lo que sucede, a considerar si lo que ha sucedido ha sido lo más conveniente y cambiar lo que más convenga. A veces no necesitamos un empujón, ni un salto al vacío esperando que la naturaleza y el instinto hagan su magia; a veces solo necesitamos a una persona que nos espere al otro lado del canal que los separa. Un sentimiento puede opacar un estímulo natural, una persona puede cambiar el escenario y volver de nadar una actividad sencilla, una que puedo mejorar con el tiempo. Recuerdo los primeros metros que recorrí dentro del agua hace solo dos meses; la sensación de haber ahogado el miedo, haberlo dejado en el fondo de mi cabeza para concentrarme en llegar a donde quería llegar, a donde la razón de tan repentina valentía esperaba. Hablo de nadar como una gran hazaña aunque sea extraño que, a mi edad, no supiera hacerlo; sin embargo hablo de esto para retratar la esencia de superar un miedo con base en un sentimiento. No todos pueden encontrar motivación en el mismo claro, a todos nos mueve un ritmo distinto.

Hay obstáculos franqueables que parecen imposibles al principio, miedos irracionales y borrosos que se aclaran con el pasar del tiempo. La decisión entre saltar al agua y quedarse en la orilla la hacemos cada mañana al despertar de la cama, entrar al mundo es una responsabilidad pero la actitud al hacerlo es la diferencia; olvidar lo malo es una alternativa, ser feliz es una opción. Elegí borrar ese miedo de la lista para poder nadar sin pensar en el fondo, en lo malo; y hasta ahora todo parece flotar sobre aguas tranquilas.

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