Desde muy
pequeño me resistí a apartarme de la orilla. Aprendí a hacerlo, a mantenerme en
la zona segura, en la superficie que pudieran tocar mis pies y ni un paso más
allá; el temor a no poder mantenerme a flote, a hundirme hasta el fondo, era lo
que me hacía salir del agua. Pasaron los años sin saber nadar, claro, era
curioso cómo me limitaba a ver a los demás y no animarme a hacerlo, como me
contentaba con mover mis pies y generar pequeñas olas, la zona segura era solo
un muro de ladrillos frente al panorama, la idea de estar a salvo era todo lo
que necesitaba. Llega un momento en el que los principios más básicos necesitan
ser cuestionados, se necesita un poco de fuerza para salir del carril y
detenerse a ver lo que sucede, a considerar si lo que ha sucedido ha sido lo
más conveniente y cambiar lo que más convenga. A veces no necesitamos un empujón,
ni un salto al vacío esperando que la naturaleza y el instinto hagan su magia;
a veces solo necesitamos a una persona que nos espere al otro lado del canal
que los separa. Un sentimiento puede opacar un estímulo natural, una persona
puede cambiar el escenario y volver de nadar una actividad sencilla, una que
puedo mejorar con el tiempo. Recuerdo los primeros metros que recorrí dentro
del agua hace solo dos meses; la sensación de haber ahogado el miedo, haberlo
dejado en el fondo de mi cabeza para concentrarme en llegar a donde quería
llegar, a donde la razón de tan repentina valentía esperaba. Hablo de nadar
como una gran hazaña aunque sea extraño que, a mi edad, no supiera hacerlo; sin
embargo hablo de esto para retratar la esencia de superar un miedo con base en
un sentimiento. No todos pueden encontrar motivación en el mismo claro, a todos
nos mueve un ritmo distinto.
Hay obstáculos
franqueables que parecen imposibles al principio, miedos irracionales y
borrosos que se aclaran con el pasar del tiempo. La decisión entre saltar al
agua y quedarse en la orilla la hacemos cada mañana al despertar de la cama,
entrar al mundo es una responsabilidad pero la actitud al hacerlo es la
diferencia; olvidar lo malo es una alternativa, ser feliz es una opción. Elegí
borrar ese miedo de la lista para poder nadar sin pensar en el fondo, en lo
malo; y hasta ahora todo parece flotar sobre aguas tranquilas.
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