martes, 6 de septiembre de 2016

Planes repentinos

La verdad, entre quedarme en casa todo el día y salir por ahí a ver el mundo, me quedo con lo segundo. Lanzar los dados y decidir si debo ir a pie y desechar la idea, pues me gusta la idea de rodar. Es bastante sencillo empacar un cuaderno, un libro, un lápiz y un poco de agua antes de bajar las escaleras y tomar mi bicicleta para pedalear sin un rumbo fijo. Voltear en la siguiente cuadra, parar por un café y sentarme en la parte de afuera para ver las personas pasar, bajar una pendiente a toda velocidad para frenar en seco y quedarme allí, a la mitad del camino, donde la vista es mejor que en la cima si el atardecer se alinea con los edificios de la ciudad, con el suelo que todos pisamos. No llamaría un día perdido aquel que he disfrutado, y llegar a casa tan tarde no es un impedimento para escribir sobre esos pequeños momentos, esas valiosas horas de soledad que responden todas las preguntas complicadas. Un placer, mi viejo amigo.

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